Uno de los grandes problemas que existen a nivel global, y nuestro país no está exento, es el tema relacionado con el agua. Los inconvenientes se producen desde la captación hasta los diferentes usos que se le da, es decir, consumo humano, de los animales, la agricultura y usos industriales. Como consecuencia de la divergencia de su uso, muchas veces se producen diversos conflictos sociales. Los más notorios son los que se producen entre la agricultura y la minería, entre la agricultura y el consumo humano, por la dificultad que tiene un importante sector de la población de acceder a ella. Por otro lado, el cambio climático, que genera sequías e inundaciones, genera disputas y desastres. Algunos profetizan que la lucha por el control del agua será la causa de una guerra mundial.
En la gestión del agua debemos tener en cuenta tres variables: disponibilidad, calidad y accesibilidad, los tres son pilares fundamentales de un proceso al que llamaré revolución azul. La disponibilidad se sustenta en la identificación y protección de nuestros ríos, lagos, aguas subterráneas y nuestro mar. Estos, a su vez, se relacionan con el manejo de las cuencas medias y altas, con los saberes ancestrales, como la siembra y cosecha del agua, donde resaltan las qochas, la protección de los humedales, que en su mayoría están ubicados en las cabeceras de cuencas, programas de forestación y reforestación, construcción de sistemas de almacenamiento (reservorios y microrreservorios). En el manejo de las cuencas se debe buscar que los usuarios de la costa retribuyan económicamente a los pobladores de los andes. Una experiencia concreta se produjo en el periodo 2019-2022 con la creación de la cuenca verde (Cajamarca, Lambayeque), cuenca JEZA (Cajamarca, Lambayeque y La Libertad). Estas han creado un fondo administrado por Fonanpe cuyo objetivo es forestar y reforestar las zonas medias-altas de la cuenca. Esta experiencia se debe extrapolar a otras regiones con la perspectiva de hacer un análisis técnico, social, mas no mercantil, menos político.
Nuestros ríos y lagos, además de estar agonizando por la disminución de sus caudales, están siendo seriamente contaminados por actividades extractivas, agrícolas, industriales y por el consumo humano. Un claro ejemplo es lo que está sucediendo con el río Rímac. Allí proliferan los vertederos de toda índole, originando que Sedapal incremente su presupuesto año a año para que pueda tratar y potabilizar el agua. La obligatoriedad de instalar plantas de tratamiento de aguas residuales no se está cumpliendo. En esta cadena de antivalor resulta arteramente golpeado nuestro mar, el cual merece tener un manejo estratégico que redunde a favor de la población. Alguien decía: “Así como Argentina tiene sus pampas, Perú tiene su mar”.
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La calidad y accesibilidad son fundamentales para garantizar el consumo y en orden prioritario: humano, de animales y para agricultura. Para lo cual es necesario consolidar la instalación de plantas de tratamiento de agua potable y sistemas de cloración. Digesa, junto a los municipios, tiene que mejorar el control de la calidad. Transformar las EPS para que cumplan con su misión, hacer transparentes y eficientes los programas nacionales de saneamiento urbano y rural, ser rigurosos al momento de aprobar los expedientes técnicos, transparentar los procesos de adjudicación, con la participación de la población.
La revolución azul debe permitirnos seguir “tiñendo de verde el arenal”, aumentar la frontera agrícola tanto familiar como agroexportadora.
Cuidar nuestro mar de la contaminación, de la extracción irracional, e integrarlo dentro de un programa alimenticio. Sensibilizar a la población sobre el valor del agua, para el cuidado y el pago de un precio justo. La revolución azul consolida la afirmación: el agua es vida.