De un tiempo a esta parte, solo leo los diarios El País, de Madrid; Página 12, de Buenos Aires y La República, de Lima. Es un gesto de higiene mental y profilaxis de inteligencia artificial. Los otros ni los miro. Yo que empecé leyendo La Prensa, El Comercio y El Gráfico argentino, hoy me sonrojo con la prensa de estos días en mi país.
Escribía mi maestro Eduardo Carbajal: “Los medios que han estado tras la asonada contra los magistrados de la Junta Nacional de Justicia han metido sus cabeceras bajo tierra ante el contundente desmentido del presidente del Poder Judicial. Hasta conmueve el esfuerzo que han desplegado sus tituleros para no dar espacio en sus portadas a lo que era la noticia del día. (…) La colega de Expreso tuvo que admitir ante los congresistas que no tenía pruebas de la acusación que publicó tan alegremente contra la JNJ. Pero seguirán con su campaña bajo la batuta de Willax”.
El País español es un diario de crónicas e investigación. Grupo La República hace un tiempo publicaba la versión latinoamericana de El País, pero la masa prefería el “Tromercio” a un diario como El País, que apareció el 4 de mayo de 1976 cuando España iniciaba la transición a la democracia.
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El País es un diario global, independiente, de calidad y defensor de la democracia. Fue precursor en la adopción de usos periodísticos como el Libro de Estilo, la figura del Defensor del Lector y el Estatuto de la Redacción. Yo recuerdo las columnas de Paco Umbral, las de Juan José Millás, de mi broster Javier Cercas, de Fernando Savater, de Rosa Montero, de Antonio Muñoz Molina y de mi novia Leila Guerriero.
Tema similar me ocurrió con Página 12. Ahí leía a periodistas como Jorge Lanata, Horacio Verbitsky, Tomás Eloy Martínez, Osvaldo Soriano, Juan Gelman, Eduardo Galeano, Rodrigo Fresán, y José Pablo Feinmann entre otros. ¿Los conocen? Un lujo. Autores que los mononeuronales de la derecha peruana jamás leyeron.
El diario argentino practicó un estilo diferente que otros imitarían en cuanto a promoción de la lectura. Muchas de sus ediciones dominicales de la década de 1990 incluyeron un libro de regalo. De este modo, se hizo cargo de difundir un enorme acervo de literatura universal, al tiempo que hacía lo mismo con textos de autores como Haroldo Conti o el periodista Rodolfo Walsh, quienes, al igual que sus obras, habían resultado víctimas (censura y/o asesinatos incluidos) de la última dictadura cívico-militar.
Por eso soy cronista, sin riquezas, pero libre, igual que mis hijos y mi nieto Fórmula.