No solo la derecha anda en el limbo de la arena preelectoral, sin verdaderos partidos políticos y sin liderazgos reconocidos, sino también la izquierda, contagiada de los mismos vicios que siempre imputó a sus opositores.
No hay partidos de izquierda. Los arruinaron, en el plano internacional, la caída del muro de Berlín y la revolución informática, y en el nacional su dogmatismo anacrónico y su incorregible sectarismo que les impide constituir un frente unitario.
Referencia aparte es su vergonzoso involucramiento en el crimen y la corrupción, con lo cual borró toda frontera con lo peor que ha caracterizado a la política peruana.
La izquierda militante es una izquierda anacrónica. Se ha quedado en la época de la Guerra Fría y aún más atrás. Profesa dogmas más que ideas. Todavía rinde homenaje a Stalin, a Mao, a Castro, líderes de crueles dictaduras y pésimos gobernantes.
Sin embargo, esta izquierda posee un amplio caudal electoral, sobre todo entre las provincias del sur andino como consecuencia de la marginación, el racismo y el olvido en que se ha mantenido secularmente a estas regiones. De estos problemas responsabiliza a la derecha política y empresarial.
Se podría decir, en consecuencia, que más que la adhesión de una parte del electorado a la izquierda, se trataría de una reacción contra el poder político y económico de la derecha.
La experiencia política de la etapa posfujimorista ha demostrado que la izquierda no sabe gobernar. Lo prueba su gestión en los Gobiernos regionales y municipales y aun en el Ejecutivo, donde ha tenido a su cargo varios ministerios. Su mejor papel está en la protesta social, en la crítica y en la fiscalización del poder.
Si quiere gobernar seriamente, debe constituirse en un partido político moderno.