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Opinión

La casa del gran Gabo, por Eloy Jáuregui

"Mi padre una noche regresó a casa gritando: “Se me presentó la Virgen”. Ese día había vendido los 20 primeros ejemplares de la novela de “El Gabo” y el viejo local recuperó el fulgor malva del éxito".

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ELOY

La pequeña librería de viejo quedaba frente a la puerta principal de la casona de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y a la vera del Parque Universitario. Mi padre era librero de cabotaje, con mangas y quevedos. Sabio en filosofía, alquimia y entuertos poéticos. Las ganancias de la librería dejaban para la vida frugal y poco estridente de la familia. Una casa alquilada desde el oncenio de Odría en esa villa de Surquillo con vista al mal luego de que el viejo perdiera la antigua finca por esas arritmias del juego y la mirada de una china.

En mayo de 1967, en Buenos Aires, se imprimió la primera edición de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, bajo el sello de la editorial Sudamericana, con un tiraje inicial de 8.000 ejemplares. El realismo mágico del libro lo convirtió esa vez en todo un suceso en ventas.

Así, llegó a Lima y el efecto fue similar en librerías, que las había y por decenas. Mi padre una noche regresó a casa gritando: “Se me presentó la Virgen”. Ese día había vendido los 20 primeros ejemplares de la novela de “El Gabo” y el viejo local recuperó el fulgor malva del éxito.

Un año más tarde, papá regresó igual de eufórico. “Ya tenemos casa propia”, gritó al entrar. Cierto, gracias a García Márquez, nos mudamos al flamante departamento del moderno edificio de la residencial San Felipe. El libro se siguió vendiendo como pan caliente y hasta la fecha va por más de 30 millones de ejemplares y ha sido traducido a 35 idiomas.

Y en esos años, aun antes de ser premios nobel de literatura, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa eran amigos íntimos. Aun sin ese celoso puñetazo vargasllosiano en su ojo tumefacto que “El Gabo” hizo quedar para la posteridad gracias a la foto que se hizo tomar por el colombiano Rodrigo Moya en México el 14 de febrero de 1976, eran amigos entrañables.

Aun sin presagiar que una mañana limeña de invierno asaltada por las resolanas de las venturas, cuando invitados por la Universidad Nacional de Ingeniería, tomaron posesión del auditorio principal y desnudaron sus demonios ante el “interrogatorio público” al que fueron invitados.

García Márquez era para los escritores peruanos un personaje, todavía, de exótica escritura. El diálogo no tuvo gran difusión en la prensa y más bien pareció una aburrida conferencia académica. Cierto, parece que a García Márquez no le agradó esa indiferencia de sus pares peruanos y no regresó jamás por estas vides.