La sociedad civil no halla hasta ahora una salida al círculo vicioso de los malos Gobiernos, corruptos e ineficientes, que se han sucedido en serie en lo que va del siglo XXI. En este afán de una salida se recurre a los proyectos más extravagantes, como buscar un candidato con el perfil y las ideas de Milei, de Bukele o de Lula.
Pocos tienen la suficiente luz para advertir que lo que sucede en el Perú actualmente tiene que ver en gran parte con la ausencia de los partidos políticos, esas instituciones dedicadas exclusivamente a las tareas del poder y la gobernabilidad. Fujimori prácticamente los borró del mapa. Vizcarra completó la tarea. El objetivo era el mismo: eliminarlos para que no los fiscalicen.
Lo que hay, en su reemplazo, son casas de negocios políticos que solo responden a la voluntad de sus propietarios. Carecen de proyectos de gobernabilidad. Tampoco tienen visión de país ni les interesa constituir una comunidad política. En periodos electorales algunos de ellos hacen de vientre de alquiler de algún político improvisado y ambicioso. Otros venden su membresía al mejor postor. En cualquier caso, jamás toman en cuenta la voluntad de sus electores.
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Esto explica en gran medida lo que sucede en el Congreso de la República, con representantes en su mayoría mediocres, prácticamente iletrados, vulgares y hasta inmorales. La corrupción es su signo. Les mochan los sueldos a sus empleados, acosan a sus secretarias, practican la coima del negociado y dictan leyes para su propio beneficio. Las excepciones se pueden contar con los dedos de una mano.
Sin partidos políticos no hay democracia. Corresponde a la nueva generación inaugurar una nueva etapa en la política nacional. Su acción solo verá sus frutos creando verdaderos partidos.