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Opinión

Herencia falaz, por Eloy Jáuregui

"Desde 1990 he visto cómo esta armazón –a decir del maestro Basadre– no es un episodio del azar sino un enorme proyecto de la derecha más abyecta".

larepublica.pe
JÁUREQUI

Que Alejandro Soto, presidente del Congreso, o Nelson Shack, contralor general de la república, estén embarrados hasta las orejas, eso no es nuevo. Ambos son personajes del detritus más refinado, del fujimorismo fétido. Cierto, ambos también pertenecen al tinglado construido por Keiko Fujimori y su organización criminal. Esa estructura política que sigue imperando en el Perú.

Desde 1990 he visto cómo esta armazón –a decir del maestro Basadre– no es un episodio del azar, sino un enorme proyecto de la derecha más abyecta. Desde 1821, cuando los ricos invirtieron en una patria que fue su hacienda (o chacra) y hasta nuestros días. Exprimido el Perú desde el guano y el salitre, luego el petróleo y ahora las minas, tiene un botín que lo manejan los ricachones y su coro de obtusos en el Parlamento y toda la administración pública.

Y hubiese preferido contarles de Vallejo y sus mujeres –libro de Miguel Pachas– o de los tres poemarios de Yulino Dávila que me acaban de llegar de Barcelona. Pero me enlodo en este panorama repugnante. Yo que soy admirador de Mariátegui y Porras. Yo que soy profesor universitario y llego deprimido a mis clases de crónicas y redacción y a veces me quedo mudo ante la evidencia de un país del robo y la viveza. Desde Chibolín a Magaly y de un alcalde reaccionario que no ata ni desata.

Entonces me pregunto desde cuándo se jodió mi patria y tengo que reconocer que es desde la educación pública y los hogares. Desde el fracaso del neoliberalismo y su tabla salvadora que hoy se conoce como el emprendedurismo. Por ello debo celebrar las frases del maestro Rafael Aldave allá en Trujillo: “Nos han arrebatado la mística y por el sentido del inmediatismo utilitario y el perverso pragmatismo jurídico (…) Estamos aprendiendo derecho para tener y no para ser, para vencer y ganar y no para buscar la verdad. El formalismo jurídico nos posee, y se ha encadenado de manera oxidada a la aplicación de la norma sin entender su espíritu y función social, y se ha dejado al derecho en la orfandad de vincularse con la justicia”.

Entonces, entre la politiquería y el circo, vivimos pagando peajes gansteriles y chupando limones de emolienteros. ¿Y los medios? Pues ellos siguen con sus monsergas económicas y que vivimos en el mejor de los países porque la Policía mandó a la cárcel a cientos de extranjeros. ¿Y los delincuentes nativos? Ahí están en el Congreso y los ministerios.