Hace poco, una joven me hizo reparar en que una de las frases que mejor describen el envilecimiento de nuestra sociedad es la que da título a esta nota. En tres palabras se da cuenta del elevado grado de tolerancia a la corrupción, así como la hipocresía que hacen las veces de pilares sobre los que se sostiene nuestro vínculo social. A diferencia de la clásica “roba, pero hace obra”, cuyo ámbito es el de la política, “la supo hacer” avala la corrupción cotidiana de personas cuyo enriquecimiento es de origen turbio.
Se admira el haber logrado amasar cantidades importantes de bienes y dinero, por medios sospechosos de ilicitud, atravesando las elásticas redes de los organismos de control. Al mismo tiempo se les envidia, lo cual se expresa en zalamerías en su presencia y maledicencias en su ausencia. El ‘sobe’ y el ‘raje’ que Carlos Delgado consideraba dos de las principales herramientas de supervivencia en una sociedad con muy poco espacio por encima de la base de la pirámide, pero enfocadas hacia la misma persona.
Esta laxitud de conciencia se amplía en la medida que va desapareciendo la meritocracia. De este modo, he escuchado a individuos de diferentes estamentos sociales expresarse con desprecio de alguien cuya fortuna se ha edificado engañando a sus socios o incluso familiares; sin embargo, acuden presurosos a alguna invitación de este personaje encumbrado mediante artes oscuras, como enseñan en Hogwarts.
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Pero si por ventura caen en desgracia, por ejemplo, algunos de los integrantes de clubes como el de la construcción, entonces los saludos se hacen fríos y distantes, el ostracismo castiga. No al infractor, puesto que era un secreto a voces lo que venía ocurriendo, sino al memo que se dejó atrapar. Hasta del propio Montesinos he escuchado alabanzas cuando se hallaba en la cumbre. Diciendo cosas como: “Sí, es corrupto, pero… la supo hacer”. Hasta que lo pescaron, claro está. Entonces todos le dieron la espalda. Distinto es el caso de Alberto Fujimori, a quien se intenta canonizar como el artífice de la efímera prosperidad que atisbamos, olvidando todos los crímenes comprobados que lo llevaron a prisión. Aquí se trata de negación o desmentida: un ‘relato’ alternativo que no alcanza a su cómplice.
Esta carencia de sanción social —salvo en casos extremos— puede ser una manera de adaptarse a una sociedad corroída desde la base. El problema es que perpetúa comportamientos psicopáticos o los recompensa. Por eso es que hoy vivimos bajo la sombra de una gavilla de dirigentes políticos cada vez más desvergonzados e ignorantes. En su prisa por asaltar el erario público, ni siquiera se preocupan por ‘saber hacerla’. Hasta en los antivalores se observa un proceso de degradación. Parafraseando a Paul Valéry (citado por Juan Gabriel Vásquez), se ha roto la imaginación de nuestro futuro.
Jorge Bruce es un reconocido psicoanalista de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado varias columnas de opinión en diversos medios de comunicación. Es autor del libro "Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y racismo".