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Opinión

La mente atacada por la mentira, por Jorge Bruce

“Como ciudadano, como psicoanalista, me siento dañado cada vez que esas mismas autoridades que pusieron cara de yo no fui en el templo, nos mienten acerca de lo ocurrido entre diciembre y febrero”.

larepublica.pe
BRUCE

Hay varios motivos por los cuales las palabras del arzobispo de Lima, Carlos Castillo, han tenido tanto impacto. En un periodo en el que las protestas contra el régimen son reprimidas con inusitada violencia, es reconfortante, incluso terapéutico que una persona les diga a los representantes de los principales poderes del Estado la verdad de lo que está sucediendo: “Parece que no se dieran cuenta de que nuestro pueblo existe, sufre y demanda cambios urgentes”. Luego exhorta a las máximas autoridades del país “a colocarse por algunos minutos en la situación de aquellos que más sufren, afrontando cara a cara nuestros desaciertos y los graves males en que hemos incurrido, incluidas las muertes que aún esperan justicia y reparación”. (Las cursivas son mías).

La presidenta Boluarte y las máximas autoridades guardaron silencio. Estoy convencido de que no harán lo que les ha pedido el prelado en el Te Deum. En un Estado supuestamente laico como el nuestro, no tendrían por qué obedecer a un sacerdote, por alta que sea su investidura en la Iglesia católica. Es la escena la que es poderosa. Un señor mayor, en el aniversario patrio, en la catedral de Lima, obliga a quienes a diario eluden sus responsabilidades y mienten con descaro acerca de las ejecuciones extrajudiciales, a ver la realidad y guardar silencio.

No soy creyente, pero puedo decir sin asomo de duda que en esos instantes Carlos Castillo me representa. Como ciudadano, como psicoanalista, me siento dañado cada vez que esas mismas autoridades que pusieron cara de yo no fui en el templo, nos mienten acerca de lo ocurrido entre diciembre y febrero. Porque la violencia letal enluta familias y comunidades. Nos enluta a todos. Pero la negación de la responsabilidad nos enferma, haciendo imposible el duelo y la consiguiente reparación. La cual solo puede llegar a través de la justicia. Todo ello nos es negado con un cinismo que infecta las heridas psíquicas, generando desesperanza e incubando más violencia.

Dado que no parece estar cerca el momento de la verdad, corresponde, siguiendo el ejemplo de este Castillo (no el traidor de su pueblo que se encuentra donde debe estar), mantener con vida la esperanza de acceder a una justicia que hoy solo asoma en instantes fugaces, como el aludido. La Comisión de la Verdad demostró, en el 2003, que la mentira no es indestructible. A veces tarda generaciones, pero, al igual que en las familias, la desmentida nunca prevalece.