El dios de la lectura se ha desplazado hacia las pantallas electrónicas, hace ya buen tiempo. En términos generales el libro es más caro que el acceso a su equivalente en Internet, ocupa espacio en hábitats que se van encogiendo, necesita mantenimiento contra el polvo, las polillas y, en la costa peruana, la humedad.
Dejarles a los deudos una biblioteca como parte de la herencia es realmente un flaco favor, más flaco cuanto mayor el bulto. Pues una biblioteca recibida suele contener bastantes volúmenes que no nos interesan, tiene que ser cuidada, coloniza lugares que necesitamos para otras cosas, y en medio de todo eso, crece por su cuenta.
Una biblioteca es hechura de quien la formó, y para quienes la reciben ese alto de libros tiene una utilidad limitada. Suelen ser obras que han perdido su vigencia apretadas, unas contra otras, y las que conservan su actualidad están disponibles en la red. De allí que las universidades más modernas lo piensen dos veces antes de aceptar grandes donativos impresos.
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Las pantallas hoy son ubicuas, pero hay problemas. La computadora del escritorio nos amarra a esa silla; el celular nos puede dejar ciegos; no podemos dar ni recibir en préstamo los libros electrónicos de Kindle; las tablets no son muy amigables para la manipulación. Hay que ser muy joven para preferir la electrónica a la imprenta.
Sin embargo, seguimos comprando libros, y guardándolos en la medida de lo posible. Es que más allá de su contenido, que es lo que se puede llevar Internet, un libro es un objeto hermoso, indiscutiblemente nos pertenece (cuando es el caso), y tenerlo entre las manos para la lectura en muchos casos es un placer.
¿Qué es lo que compramos hoy? Sobre todo las novedades, pero también obras no tan nuevas que nos han sido escurridizas. La actualidad y la publicidad pueden seducirnos, pero también la belleza del objeto. Comprar libros nunca ha sido una actividad cerebral, sino más bien una del corazón.
Por eso el sostenido éxito de la Feria del Libro. Ver todos esos libros reunidos ya es de por sí una actividad encantadora. Llevarse uno o más a casa es una verdadera delicia. Seguiremos leyendo también sobre papel. Aunque con el correr de los años nuestros deudos nos critiquen, a menudo con las manos llenas de páginas que no comprenden, o que ya leyeron en la red.