Pronto serán 15 años desde que mi amiga Anne Marie Savarin me ayudó a conseguir una cita con Milan Kundera en París. Elegimos un café cerca de la editorial Gallimard, donde el autor trabajaba entonces. Apenas nos sentamos me dirigí a él en checo, pero de forma automática me respondió en francés, y así siguió la conversación.
Sus relaciones con su tierra natal eran complicadas. Los comunistas lo habían maltratado y finalmente obligado a exiliarse. Los demócratas que vinieron después, con su colega Vaclav Havel a la cabeza, le reprochaban no haber vuelto al país cuando eso ya era posible. Alguna vez se declaró escritor francés (ya tenía la nacionalidad). Sus retornos fueron esporádicos y atropellados.
Uno de los temas de nuestra larga conversación fue a partir del entusiasmo con que pensaba en los países de América Latina. Estaba convencido de que al compartir un idioma y un pasado, nuestras repúblicas tenían desde los orígenes un intenso intercambio cultural, incluso uno espiritual. Un sueño bolivariano en la lingüística.
Evidentemente Kundera estaba hablando desde el drama del mosaico de idiomas mutuamente exóticos del antiguo imperio austrohúngaro. Pero cuando me escuchó explicarle que no era así, ensombreció, abrumado por la presencia de una oportunidad perdida, que de alguna manera parecía afectarlo a él, huérfano voluntario de su idioma natal.
Kundera, que para entonces ya se había pasado del checo al francés también para su escritura de sus novelas, imaginaba en nosotros una mitteleuropa libre de parroquialismos lingüísticos, y la distancia, o incluso indiferencia cultural entre hispanoparlantes vecinos le pareció un patético desperdicio. Sin duda lo es.
Descubrí un aspecto de lo anterior duramente, cuando Abelardo Oquendo y yo hicimos el N°44 de Hueso húmero, dedicado a los países andinos. Allí se vio que hay entre nosotros cercanías culturales fuertes, otras limitadas y otras inexistentes. Es habitual mirar hacia el norte, no tanto hacia el país vecino.
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En el 2000 Kundera publicó en París L′ignorance, sobre el desencuentro entre quienes vuelven de un exilio y quienes permanecieron en casa. El título apunta a la incomprensión de los checos frente a su más célebre novelista. Como si emigrar del país y desprenderse del idioma no hubieran puesto distancia suficiente.