Uno hablaba “gallardamente”, prometía la marginal de la selva, pero su gobierno no fue más que la mediocridad habitual, prometía que iríamos “adelante” y sólo retrocedimos.
Llegó otro, que decía que “su compromiso era con el Perú y con todos los peruanos”, y logró batir los récords de inflación y de corrupción.
Después arribó, tal vez, el campeón, el mejor de los peores, el que engañó a más de medio país, ofreciendo “honestidad, honradez y trabajo”; se asoció con la peor lacra, “el doctor Montesinos”.
Hubo una pausa, pero el Perú prosiguió “a pan y agua”.
Luego asomó el “Pachacútec, sano y sagrado”, el de la “maldita SUNAT”; el de la “marcha de los cuatro suyos; juró que habría “chorreo”, pero lo único que discurrió fue la etiqueta azul.
Aunque parezca ficción, el candidato de la “estrella”, el galán retornó, sin embargo con otro estilo: “narcoindultos, los petroaudios y las odebrechadas”; con el “Cristo de lo robado”.
Posteriormente tuvimos a “la honestidad hace la diferencia”, y vaya que lo logró; gobernó con su esposa o mejor dicho ella regentó la nación; ambos siguen con un pie adentro y otro fuera de la penitenciaría.
Enseguida vino una secuencia mezquina: “el gobierno de lujo”, seguido del “hombre de las vacunas”, ipso facto un oportunista que alquiló palacio por días y a continuación “don Quijote”.
La posta la tomó “el profe y su pollo”, el supuesto “hombre del pueblo”: otro inquilino más de la chirona. Lo sucedió la primera mujer presidente, cuya gestión se centra en 49 muertos por protestas.
12 presidentes en 43 años: nefastos, pésimos, oprobiosos para un país que se merecería… ése finalmente es el problema: ¿Qué se merece el Perú?