Torre Tagle debe responder a la intromisión incontinente y majadera de ciertos presidentes de la región, con cabeza fría, prudencia e inteligencia que son propios de las relaciones exteriores, sin contagiarse de la bravata de Andrés Manuel López Obrador y Gustavo Petro, quien acaba de comparar a la policía peruana con nazis.
Es el mismo absurdo de algunos acá que construyen una narrativa de sobrevivencia para la izquierda tras su complicidad con la corrupción, ineptitud y golpismo de Pedro Castillo, al comparar a Dina Boluarte con Hitler, Kim Jong-un, Videla o Pinochet, pero no con otros dictadores criminales de su club como Ortega, Maduro o Miguel Díaz-Canel, a quien el bocón de AMLO le ha dado la máxima condecoración.
¿Cómo debería reaccionar Torre Tagle ante expresiones como las de Petro, que trasuntan la aspiración inaceptable de que los colombianos han establecido un protectorado en el Perú para hacer lo que les venga en gana?
Expulsar al impertinente embajador mexicano y retirar definitivamente al embajador peruano en Tegucigalpa fue correcto, pero el gobierno peruano no puede aislarse geopolíticamente.
Argentina reculó y reconoce a Boluarte; Luis Arce bajó su agresividad por su pleito con Evo Morales; y Gabriel Boric retrocedió al reconocer el exabrupto de un presidente chileno exigiéndole cambio de rumbo al Perú.
Una relación crucial hoy es con Lula, cuya trayectoria e influencia marca la diferencia con exaltados como AMLO y Petro e inexpertos como Boric.
Eso requiere reforzar una explicación verosímil en el exterior sobre la realidad peruana, a partir de una comisión de la verdad independiente para los 60 muertos, y la identificación y denuncia ante la fiscalía a los cabecillas del desmadre en las protestas.
Pero que debe enfrentar el problema de que, durante el año y medio de la presidencia de Castillo, se subordinó Torre Tagle, ramplonamente, al servicio de intereses regionales que no eran los de la nación, dejando quintacolumnistas en la cancillería, y acostumbrando a presidentes como Petro y AMLO –sin ningún interés por la democracia o la anticorrupción– a tener acá a su ahijado, el golpista de Sarratea, para sus planes y a perderle respeto al Perú.