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Opinión

Yo, policía, por René Gastelumendi

“Te juro que no querían hacerlo, pero el temple a veces no les da. A mí me duelen en el alma esas muertes, tanto o más que las de mis compañeros. El terror es de guerra, y nosotros estamos allí porque estamos allí. Cuánto abandono…”.

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Tengo 27 años, quise ser policía desde chiquito. Sentía que el uniforme le daba algo muy parecido al orden a mi vida caótica. Ingresé a la escuela contra todo pronóstico. Mi padre nos había abandonado, a mis tres hermanos y a mí. Los correazos de mi vieja cuando no quería estudiar dieron sus frutos. Pude graduarme, empezar a ganar unos solcitos, a tener seguro médico. Primero empecé como terna, luego me mandaron a la comisaría de Canta Gallo y luego me dijeron que si quería ganar un poco más de plata o ahorrar, me enrole en la policía antidisturbios. Que te dan refrigerio, propinas y no gastas en nada. Bueno, era un decir, porque el rancho es poco y siempre llega tarde, con el hambre al tope, quemando. Mi uniforme es heredado, como mis botas, como mi escudo, como mi cachiporra, como mi pistola de reglamento. He estado en varias manifestaciones, desde que salió Castillo. Es muy jodido. Aún soy joven, me siento fuerte, pero cuando la turba nos supera en número, provoca hacerse la pila. A veces nos llaman cojudos de mierda a la orden del presidente, a veces nos llaman asesinos. La ley es mi divisa, pero nunca me quedó claro cuándo puedo usar más que las bombas lacrimógenas. Hay colegas que no aguantan, que lloran, sacan su pistola temiendo lo peor y se les escapan los tiros y matan. Te juro que no querían hacerlo, pero el temple a veces no les da. A mí me duelen en el alma esas muertes, tanto o más que las de mis compañeros. El terror es de guerra, y nosotros estamos allí porque estamos allí. Cuánto abandono, carajo, yo lo entiendo. Nadie nos obliga, pero la mayoría de las veces no sabemos qué defendemos ni cómo defendernos o si nos van a meter presos por defendernos. El pueblo nos llama traidores. Yo me miro, los miro y me digo: ¿no somos lo mismo, no somos marrones y pobres, todos? El pueblo nos llama asesinos, pero yo estoy acá, en Juliaca, tú no. Tú pontificas mientras mis municiones no alcanzan, mientras mi armamento no letal no se da abasto, mientras me cago de hambre y de cansancio, más aún por la altura. ¿El pueblo hecho ley? Las huevas. Me escupen, me tiran piedras, me meten bala también, me queman, me cortan. Esto no paga, no tiene sentido. Ahora estoy en Lima, he sido evacuado. Tengo un trauma craneocervical con hemorragia, una contusión en el ojo izquierdo con edema macular, la mano derecha quemada. Esos puneños querían matarnos, no todos, pero algunos querían matarnos. Yo no soy asesino, yo soy policía, no sé hasta cuándo.