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Opinión

Lula, el indestructible

“Unos 60 millones de brasileños votaron por Lula y cerca de 58 millones por el expresidente, hoy refugiado en Orlando, Florida, acaso fantaseando a lo Disney...”.

larepublica.pe
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Nuevamente, como una tromba que vuelve del pasado, como un líder instintivo que nunca renuncia, Luiz Inácio Lula da Silva está otra vez en la presidencia de Brasil, emocionado y fortalecido, soltando algunas lágrimas y varias críticas filudas. Parece tener incontables vidas políticas y una convicción profunda de que debe gobernar su país contra toda tempestad.

Superó los 580 días de cárcel, los odios sociales, los severos cuestionamientos (varios de ellos justificados), el intento de enterrarlo judicialmente, algo que, por más que haya vuelto al poder, no ha terminado y puede complicarle el futuro. Lula no es un santo, ni alguien probadamente impoluto. Pero sí es un hombre capaz de resistir tormentas de todo calibre.

¿Por qué está allí de nuevo? Hay algo, aparte de su notable coraje existencial, que le ha abierto otra vez las puertas del Palacio de Planalto, sede del Ejecutivo brasileño: él es ahora el símbolo de la recuperación del prestigio global de Brasil, la estabilidad libre de delirios, el realismo científico y pandémico, el retorno al ambientalismo como una causa esencial.

Hasta los mercados respiraron cuando se confirmó su victoria, y a la vez no pocos ciudadanos que le tenían distancia, pero que luego de cuatro años veían a Jair Bolsonaro como el sinónimo de la opereta política barata y la vulgaridad. Aun así, el ‘bolsonarismo’ sobrevive y se ha vuelto una fuerza política gravitante, más grande que cuando recién llegó al poder.

Unos 60 millones de brasileños votaron por Lula y cerca de 58 millones por el expresidente, hoy refugiado en Orlando, Florida, acaso fantaseando a lo Disney sobre su futuro político (tiene investigaciones abiertas). Es decir, vuelve el legendario líder del hoy golpeado Partido de los Trabajadores (PT), pero sin la fuerza de antes y con una oposición hosca al frente.

En el Parlamento, donde no tiene mayoría, y en las calles, donde más armas circulan. De allí que el resistente Lula hable de “un solo Brasil” y extienda la mano a todos, aun cuando en su primer discurso público como presidente aludió a Bolsonaro a ritmo de mantra y achacándole hartos males. La casi incendiaria ultraderecha tropical puede pasarle la factura por eso.

Es poco lo que podrá hacer, además, porque va en alianza con partidos de centro-derecha (como el Partido de la Social Democracia Brasileña de Gerardo Alckmin, su vicepresidente). Y porque tendrá que hilar fino con los nuevos congresistas, entre los que hay bolsonaristas, aunque también ‘centristas’ dispuestos a todo, una especie considerada peligrosa.

Por eso, este hombre de 1.000 batallas ha puesto en el centro la lucha contra el hambre, el levantar a los nuevos pobres, y sobre todo enfrentar la desigualdad, ese cáncer lento de las sociedades latinoamericanas. Vienen cuatro años turbulentos, difíciles. Tal vez Lula no logre todos sus objetivos, pero es bastante posible que en el 2027 siga en pie de lucha.