El congreso del Partido Comunista de China, PCCH, ha confirmado el puesto de su secretario general, Xi Jinping, en el mismo nivel que anteriormente tuvieron Mao Zedong y Deng Xiaoping, una triada de líderes superlativos por encima del promedio. Lo suyo es un “pensamiento”, en el sentido que tiene esa palabra para los comunistas chinos, una estrategia para todo un período histórico. Para entender la China de hoy, es preciso revisar la historia del partido en una perspectiva de largo plazo. ¿Cómo entiende su tarea el liderazgo del PCCH?
Mao es el héroe de la resistencia contra Japón y luego de la guerra civil que llevó al PCCH al poder. Los comunistas chinos lo veneran por haber construido el Estado como aparato político y militar; además por haber comenzado el desarrollo gracias a la reforma agraria y la primera modernización industrial.
Sin embargo, su legado es controvertido a causa de la Revolución Cultural. Muchos de los purgados han sido rehabilitados y entre ellos el padre de Xi, quien fue partidario de Liu Shaoxi, el principal acusado de desviación derechista. Por otro lado, la Revolución Cultural tiene sus defensores y sus ideas continúan rondando al partido.
En 1976 falleció Mao y asumió el poder Deng, quien implementó la reforma y apertura económica, devolviendo su rol al mercado y generando una economía mixta, donde coexiste la propiedad privada con la estatal y la ganancia funciona dentro de límites impuestos por el Estado. Esa combinación fue llamada “socialismo con características chinas” y ha sido exitosa. Si Mao es el fundador, Deng impulsó el bienestar, base de la nueva legitimidad.
Deng sabía que el ascenso de China despertaría suspicacias. Su recomendación fue perfil bajo y buenas relaciones con EEUU. Sostenía una idea interesante: todos los cambios de hegemonía mundial han implicado guerras, salvo el último, cuando Gran Bretaña cedió la posta a EEUU de manera pacífica. ¿Cómo lograr que se repita una transición amable? La estrategia es difícil, porque el Reino Unido operaba con base en una comunidad atlántica con Norteamérica, puesto que comparten la misma lengua y raíz cultural. Nada de ello existe entre China y EEUU. Pero Deng planteó construir intereses económicos compartidos.
Durante la Guerra Fría casi no había comercio entre la Unión Soviética y EEUU, mientras que, en tiempos actuales, el intercambio entre China y EEUU alcanza cifras inmensas y tiene beneficiarios importantes en ambos países. Esa fue la idea de Deng. El negocio es la correa que llevará a la hegemonía de China con tranquilidad, buen humor y paciencia.
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Deng fue seguido por dos burócratas, pero al llegar Xi entró decidido a cambiar las cosas. Su primera campaña fue sanear la casa. La corrupción había avanzado y algunos de sus rivales estaban comprometidos. Mató dos pájaros de un tiro; recolocó al bien común como criterio fundamental y personalmente ascendió a la categoría de “pensamiento”.
Una gran iniciativa de su primer mandato fue la “Franja y la Ruta”, un proyecto de conexión física, puertos y trenes, y virtuales, nodos digitales de alta tecnología. China es el centro de este proyecto y la ruta lleva a Europa pasando por Asia y África. Al comienzo América Latina no estaba incluida, pero luego fue incorporada. En este plan, el Perú es una puerta gracias a su localización en el Pacífico y a mitad de Sudamérica. De ahí su interés en el puerto de Chancay.
Pero ese proyecto implicaba globalización y hoy está muy golpeada por la crisis, la pandemia y la tensión económica, desatada en época de Trump, pero que ha seguido adelante con Biden. Debe sumarse la guerra de Ucrania y el resultado es la crisis del mundo global.
Así, la etapa actual está marcada por una creciente tensión combinada con una enorme relación económica con Occidente. En este escenario, el PCCH ha valorado su presencia económica en Latinoamérica. Ya es el primer socio comercial y sus inversiones directas continúan a todo vapor. Su interés principal es desplazar a EEUU de una de sus bases tradicionales. Por ello, el puesto de la región se ha fortalecido en el rediseño de la Franja y Ruta.
Una gran tarea al interior de China es frenar la desigualdad. Se ha disparado y alcanza niveles poco compatibles con el socialismo. Las masas han salido de la pobreza y se ha extendido un modesto bienestar, pero los ricos se han hecho riquísimos. Xi ha encarado esa situación con una nueva dosis del pensamiento Mao Zedong, buscando devolver el puesto central al principio de solidaridad. Todos los agentes económicos deben tomarlo en cuenta, tanto o más que la ganancia.
Luego se halla Taiwán, cuyo papel es clave, porque eleva la contradicción con EEUU al terreno militar. China entiende que es una provincia rebelde que tarde o temprano volverá a la heredad nacional. Por ello, todos los países que tienen relaciones diplomáticas con Beijing deben aceptar que solo existe una China. Pero Taiwán es parte importante del dispositivo militar norteamericano. Una línea que empieza en Corea, sigue por Japón, se prolonga a Filipinas y culmina en Australia. Es la contención de China y Taiwán está justo al medio. Si China quiebra esa línea, Japón y el océano Pacífico quedarían expuestos. Así, recuperar Taiwán es la última gran tarea de Xi.
Para terminar, volver al PCCH. Tiene noventa millones de militantes, es bastante activo y selectivo, todo joven con aspiraciones políticas ingresa a sus filas para probar su competencia. Supera los cien años de historia y más de setenta en el poder. Tiene densidad y experiencia para gobernar un Estado gigante de más de 1.400 millones de habitantes. ¿En medio de tantos peligros, logrará sus objetivos? Solo el tiempo lo dirá. Pero su liderazgo ha formulado un plan a largo plazo, sus procedimientos son ordenados y sus recursos cuantiosos.