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Opinión

El profe que se va, el profe que se queda

“Adiós es una interjección de significado corto —'para despedirse’— pero de dolor largo si se trata de Ricardo Gareca”.

larepublica.pe
Ricardo Gareca y Pedro Castillo, dos profesores, dos dinámicas de trabajo. Foto: composición de Gerson Cardoso / La República

“Adiós” es una interjección de significado corto —”para despedirse”— pero de dolor largo si se trata de Ricardo Gareca. Durante siete años de trabajo junto a la selección peruana, el país se vinculó con una imagen que dirigió a más de 30 millones de habitantes hacia una isla emocional, es decir, hacia un refugio capaz de alejar por 90 minutos la carencia de liderazgo en otra área igual de poderosa entre la opinión pública: la política.

De escritura breve y sentimiento grande fue también el mensaje de una masa en las redes sociales: “Gracias”. Con una sola palabra los usuarios reaccionaron ante el fin del ciclo Gareca, un poder que la cabeza oficial del Perú, Pedro Castillo, no posee, porque su discurso además de caótico es divisionista. Mientras que el ‘Profe’ reunió en la extensión democrática del fútbol a aquellos peruanos deseosos de gritar un gol, el otro maestro les fragmentó la confianza y los bolsillos, y generó una atmósfera de sospecha que ahora se traduce en un 75% de desaprobación, de acuerdo con la última encuesta de Datum.

Ambos compartieron una jefatura y cada uno la condujo según su propio concepto de patria: el ‘Tigre’ movió su furia en dirección al Mundial Rusia 2018 y al de Qatar 2022, pese a los resultados; sin embargo, el exrondero la empujó, y lo sigue haciendo, con destino a una crisis económica tan polémica como el intento de renovación a cargo de Agustín Lozano, presidente de la Federación Peruana de Fútbol.

La salida del ‘Flaco’ testimonia que la tarea de gobernar está relacionada con la capacidad para congregar. Él lo hace incluso ahora que ya no viste el buzo bicolor: el país expresa un mismo pesar y alza la mano para despedir por lo alto a quien le regaló intervalos de sosiego en medio de cambio de carteras y abusos de autoridad. Castillo, por su parte, sigue fundido no en una camiseta, sino en una banda presidencial de talla grande. Sobre la mesa —y sobre el ánimo nacional— se evidencia quién es el profe que se va y quién el que se queda.