Hablo del hombre que encendió las esperanzas de cambio en millones en los rincones más olvidados del Perú. Del que hizo campaña con un sombrero de agricultor, un lápiz de maestro, y fue de pueblo de pueblo, apelando a “ser como tú”, un campesino, un rondero, un hombre “del pueblo”. Del que dijo que lucharía “contra los corruptos” para terminar, en la tradición presidencial, como uno más de ellos. Lo he estado pensando desde antes del grave destape dado a conocer ayer, por la hoy aspirante a colaboradora eficaz Karelim López, que compromete directamente al presidente. Porque a la gente no se la conoce solo por sus palabras y sus actos sino también por sus silencios. Cuando a su brazo derecho, el exsecretario de la presidencia Bruno Pacheco se le encontró US$ 20,000 en el baño, lo despidió forzado por la presión pública, mudo. Cero escrúpulos.
Hablo de quien como candidato en la segunda vuelta mesuró su discurso conservador, homofóbico y antiderechos firmando papeles en los que se comprometía a respetar la democracia y los derechos de las mujeres y las minorías. Pero, una vez en el poder, gobernó en “machocracia”, como diría la gran pensadora boliviana María Galindo.
Hablo de quien hizo campaña contra el fujimorismo, o contra la corrupción, que es lo mismo, para terminar enfangado en la misma pocilga. Porque cuando tuvo la oportunidad histórica de poner fin a las mafias que traficaban con ascensos y traslados en la PNP, por poner un ejemplo, optó por despedir a Avelino Guillen, su ministro del Interior que las denunció, dejando a la ciudadanía fatalmente desprotegida y expuesta al crimen. Con ello se deshizo también de su mayor capital simbólico, porque Guillén fue el fiscal que acusó a Fujimori por los crímenes de lesa humanidad por los que purga cárcel, símbolo viviente del antifujimorismo y hombre de probada integridad moral.
Hablo del hombre que luego de lanzar con gran fanfarria una “reforma agraria” en el Cuzco para supuestamente beneficiar a más de dos millones de agricultores, despidió a su ministro de Agricultura, Víctor Maita, él sí, legitimo dirigente y representante de los campesinos, para entregar el Ministerio de Agricultura a quien como primer acto decidió otorgar más beneficios tributarios a los grandes agroexportadores, esa oligarquía beneficiada durante el fujimorato.
En la campaña se decía que Castillo era un hijo de la reforma agraria de Velasco. Ahora es más fácil verlo como un hijo del fujimorismo, esa organización criminal copadora del Estado, cuyos métodos busca emular.
Hablo del hombre que sacó del premierato a Mirtha Vásquez, conocida luchadora por los derechos de lxs campesinxs y el medio ambiente, izquierdista demócrata, para poner a un hombre que venía de la derecha fascista de López Aliaga después de haber pasado por todos los “partidos” y cuyo mérito más conocido fue haber maltratado físicamente a su esposa y a su hija. Machocracia delictiva redoblada. Castillo lo reemplazó por presión pública, y sin pizca de arrepentimiento, por el “fiel” Aníbal Torres, penoso “chí cheñó” de Castillo, ideal candidato a escudero de cualquier dictador.
¿Alguien puede decirme qué tiene que ver todo esto con el comunismo? Castillo ha traicionado a sus votantes y está desgraciando cualquier esperanza de cambio entre los peruanos. Además de deshacer lo avanzado en materia de institucionalidad del Estado en los últimos años, está revirtiendo los avances de su propio gobierno en sus primeros meses. ¿Qué significa sino el despido de Economía de Pedro Francke, quien buscaba reformas mínimas para una redistribución más equitativa de la riqueza, y su reemplazo por un economista que es más de lo mismo? ¿Y por qué el despido, criminal y suicida, de Hernando Cevallos de Salud, el ministro más exitoso y popular, responsable de una exitosísima campaña de vacunación, un profesional izquierdista honesto, para reemplazarlo por un charlatán, que está provocando un descalabro en este sector crucial en plena pandemia? Hay más, pero falta espacio: el pacto de impunidad en el Congreso entre Perú Libre y el fujimorismo para traerse abajo la colaboración eficaz. El cambio de Gisela Ortiz en Cultura por un probado racista y anticomunista.
Me atrevo a decir que Castillo sabe lo que hace y lo que quiere, y eso es lo peor. Pero al menos se ha sincerado el caudillo al sacarse el sombrero con el que engañó a todos, menos a quienes desde el comienzo sabían lo que hacía. Está demasiado percudido, y esa mugre tardará en salir.
Pedro