Aparecen las familias en los comerciales de televisión, en la publicidad que invade la pantalla de tu ordenador o de tu celular, más afilada que nunca: papi, mami, hijitos, la parejita, con sonrisas en el rostro. Paradigmas consumistas de la felicidad capitalista que te confrontan con tus propios dramas interiores, te proponen medir cómo va tu éxito, tu billetera, tu poder. Imposible salir indemne, aun para los más estandarizados en el circuito adquisitivo, aun para los más cristianos. Por algún lado vas a flaquear. No es obligatorio ser feliz, pero lo parece. Incluso en pandemia, tienes que tener un lugar donde caer, donde regalar, donde ser regalado, donde comparar los regalos que te dan con los que das y con los que a otros les dan. Nadie se salva de este festival. Las razones por las que esta Navidad puede provocar angustia en las personas son varias. Quizás la ausencia de seres queridos, que se hace especialmente llamativa en unas fechas en las que es tradición reunirse con familiares y amigos. Igualmente, y aunque no haya muertes de por medio, la sensación de distanciamiento con personas con las que hemos tenido algún conflicto también puede resultar complicada.
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Por otro lado, la añoranza de tiempos pasados, sin pandemia, en la que quizás las navidades eran particularmente felices, puede intensificarse por el contraste con una realidad más adulta, en la que a lo mejor faltan muchos de los elementos que hacían de la Navidad algo memorable. También hay quien siente presión y estrés por tener que cumplir con compromisos que no le apetecen o ver a personas a las que quizás no quiera ver, así como la sensación de estar cumpliendo de manera automática con una serie de rituales. La gran foto, incluyendo las redes sociales, por supuesto, es que ‘todo el mundo es feliz’ en Navidad. No importa el dólar por las nubes, la eterna guerra congreso-ejecutivo ni la incertidumbre económica laboral, esas ya son reflexiones para año nuevo, el otro gran “examen”.