Hacer un repaso por los últimos años de nuestros vaivenes políticos y de sus protagonistas, salvo muy rescatables excepciones es, sin duda, en mayor o menor medida, evocar penosos pasajes para el olvido y varios sentidos sinsabores. Hemos de reconocer que, si algo ha mantenido cierta constancia, además de los hechos que se han sucedido como andanadas y que nos han invitado una y otra vez a la reflexión sobre la necesidad de reformas, ha sido el preocupante descrédito de nuestra clase política y la perdida de la confianza de la ciudadanía en sus autoridades, lo que afecta, innegablemente, la gobernabilidad del país y posterga la atención de los grandes propósitos en favor de la ciudadanía.
Y es que, si volteamos la mirada un poco más de dos décadas atrás, nos encontraremos con muy pocos, aunque intensos momentos de nuestra historia política reciente en que hemos hallado nutridas dosis de confianza para renovar la esperanza en nuestro futuro compartido y en el horizonte común. Estos contados episodios no solo se han distinguido porque nos dieron importantes certezas sobre la rectitud de las acciones de sus protagonistas, sino también de su pleno entendimiento del encargo de construir sobre la base del diálogo y del consenso, aún por encima de los desencuentros.
Sin duda, uno de esos momentos ha sido la reciente designación de la primera ministra, Mirtha Vásquez, luego de largas semanas de desazón y cuestionamientos a su predecesor. Ella le ha tomado la posta y ha sido notorio el ánimo y convicción de marcar un parteaguas y de tender puentes para transitar un tramo complejo y con grandes retos como la preparación del sistema sanitario frente a una posible tercera ola; la continuación del proceso de vacunación; la reactivación económica y del mercado laboral; la implementación del plan de retorno a las actividades semi presenciales del estudiantado de la educación básica, así como la atención a la población vulnerable con medidas como la declaratoria de la emergencia alimentaria, entre otras más.
Éstas importantes acciones no solo van a requerir de un Ejecutivo concentrado en lo sustancial, sino también de un Legislativo a la altura de la circunstancia, que logre encuadrar su mirada por encima del entrampamiento y por delante de cualquier motivación distinta del interés general.
Será tarea de la ciudadanía mantenerse involucrada y seguir de cerca lo que suceda en las próximas semanas. Mientras tanto, podemos exhalar con alivio porque una figura como la primera ministra Vásquez llegó hace algún tiempo a nuestra escena política a darnos una gran dosis de la confianza necesaria para renovar la esperanza y para recordarnos que sí hay una forma de hacer política que nace desde la vocación, la integridad y el servicio público en búsqueda del bien común.