Diego Fonseca, escritor y ensayista argentino, publicó en el New York Times una acerada crítica sobre la izquierda regional. “El siglo XX y las dos décadas del actual han dado suficiente evidencia: salvo excepciones, la izquierda latinoamericana no ha sido democrática, sino autoritaria. La amplia mayoría de la izquierda jamás se preparó para gobernar, apenas para llegar al poder. No ha generado propuestas de crecimiento, solo de redistribución de la pobreza. No piensa el futuro desde el presente, vive pertrechada en un pasado rancio, encerrada en dogmas desde los que pontifica con superioridad moral”, expuso.
Y líneas más adelante, la describía así: “La izquierda latinoamericana milita en el atraso: moral de los años cuarenta, cosmovisión de la Guerra Fría de los cincuenta y –siendo bondadoso– manual económico de los sesenta. Jamás ajustó su prisma político más allá de los setenta, está tan perdida como los años ochenta y es depresiva y oscura como los noventa. Finalmente, entró a un siglo de transformaciones veloces asustada, así que se refugió en el dogma”.
No obstante, Fonseca reconoce que ha habido gobiernos de izquierda exitosos o serios, como fueron la Concertación chilena o las administraciones de Lula y luego Dilma, o la izquierda de Pepe Mujica y Tabaré Vázquez, curiosamente las izquierdas más moderadas o liberales.
“Todos abrazaron el gradualismo, entendieron que la inversión social debe ser responsable y, a diferencia de sus desaforados camaradas, aprendieron a vivir con el capital (…) Pero en una abrumadora mayoría de los casos, la izquierda latinoamericana piensa y actúa mal. No acuerda, impone. No dialoga, arenga. No da la mano, sube el dedito. Cuando debe negociar, fractura. En vez de proponer, solo se opone”, dice.
La discusión que propone Fonseca a la progresía izquierdista me parece sumamente oportuna. Lo mismo debería plantearse hacia el otro lado, para matar dos pájaros de un tiro, digo, porque la derecha política peruana es tan lamentable y patética como las izquierdas vernáculas.
Acá, la derecha –que encarnan fundamentalmente Fujimori y López Aliaga– es una cosa cochambrosa que coctelea el autoritarismo ramplón con el mercantilismo cutrero y un ultraconservadurismo decimonónico. Es la caverna, oigan. Y durante los años que ha gobernado, no ha resuelto los problemas principales del país, creyendo que el Perú es un ente homogéneo, que puede gobernarse desde Lima con los criterios de Lima. Sin ver la heterogeneidad, la diversidad, el archipiélago de diferencias, excluyendo desde el inicio de la república a millones de peruanos.
El día que la libertad encuentre un espacio político, sea en las canteras de la izquierda o de la derecha, ese día el Perú tendrá un futuro de verdad y dejará de ser el país pobre y dividido que es ahora.