Pedro A. Castro Balmaceda.
¿Qué celebramos en nuestro bicentenario? ¿Doscientos años de clientelismo? ¿Veinte décadas de repartijas? Cuando PPK salió elegido presidente, la repartija empezó al día siguiente: ministerios, embajadas, Cancillería, puestos en el extranjero, consultorías, asesorías y viceministerios también. Pero no escuché a ninguno de los actuales líderes de opinión salir a reclamar, indignados, porqué colocaban a financistas de la campaña de Kuczynski en puestos claves, como pagando favores. Obviemos el “como”, los puestos eran la recompensa al apoyo económico, logístico y político brindado.
Hoy, Castillo, Cerrón, Bellido y compañía, también hacen lo mismo, ¿alguno dudó que no sería así?, claro que no. Toda la gente que apoya en campaña lo hace por dos motivos –al menos en lo que he podido percibir cuando participé en una campaña electoral provincial, allá por el año 2014– el primero es por convicción y el segundo por interés. El problema es que siempre existen mayores participaciones por interés que por convicción, y la mayoría de estos intereses no son comunitarios, son mezquinos y subalternos. Entonces vemos a toda la prensa de la DBA criticar con énfasis, despedazando a los impresentables miembros de “Perú Libre” que hoy se están repartiendo el Perú, pero que callaron cuando PPK hizo lo mismo, seguro porque el embajador sin experiencia era muy amigo del dueño del canal o porque el nuevo ministro tenía un plan de medios bastante interesante en el prime time.
Entonces caemos en cuenta que lo que les indigna, perturba y les quema las entrañas a algunos marchantes “anticomunistas” y defensores de la democracia, lo que pone nerviosa a esa prensa de portadas falsas y convenidas, no es la peligrosa ideología de Perú Libre; la furia es porque, durante casi 200 años, ellos, sus patrones y algunas non sanctas familias se han repartido el Perú como si fuera su chacra. Pero hoy, los que cortan el jamón son otros, a los que consideran inexpertos, abyectos y casi indignos de la política. Finalmente, no pasa de ser más que una guerra mezquina, clasista y racista por el poder, mientras que nosotros estamos en el medio de la masacre.
Cuando tomemos la decisión, como sociedad, de cambiar el clientelismo por la meritocracia, la exclusión por la inclusión, cuando empecemos a construir en vez de destruir, desde honras hasta pueblos; cuando dejemos de lamentarnos lo que pudo ser, pero no fue y empecemos a mirar al futuro con la actitud adecuada; y cuando en vez de sentenciar sin pruebas seamos vigilantes y tolerantes con los que piensan diferente a nosotros. Cuando el respeto por el prójimo sea una consigna irrenunciable, ese día empezaremos a tener mejores representantes en el país de todas las sangres.