El temor a inocularse vacunas, de actualidad en estos tiempos del COVID, me solía producir perplejidad e incomprensión. ¿Por qué razón una persona se negaría a protegerse de una enfermedad potencialmente letal? Crecí en una familia en donde las vacunas eran seguidas escrupulosamente. Esa cultura la he continuado con mi descendencia y nunca me la he cuestionado. De hecho, he participado como voluntario en los ensayos clínicos de la vacuna de Sinopharm. El único temor que sentí fue el de haber recibido el placebo (1 de cada 3).
No obstante, al ver reiteradamente que el miedo no era solo peruano sino mundial, me di cuenta que el punto ciego era mío. Algo se me estaba escapando. No estaba comprendiendo las raíces de esos miedos y, peor aún, estaba juzgando a las personas que los sentían. En casa del psicoanalista, parche en el ojo.
Las nuevas tecnologías en la producción de vacunas han exacerbado esos temores. El ARN mensajero ha sido considerado por mucha gente como una peligrosa modificación del genoma. “Nos vamos ha convertir en seres transgénicos”, afirmó en la tv regional madrileña un biólogo y comunicador de documentales sobre naturaleza. En Willax tv, la abogada Rosa María Apaza insistió con el chip que nos convertiría en celulares.
Estos ejemplos de falsedades emitidas en medios y replicados –o viceversa– en redes sociales, reflejan terrores ancestrales e infantiles: el objeto malo que penetra nuestro cuerpo y nos destruye o altera. Alien, el octavo pasajero, es la perfecta ilustración de ese persistente fantasma infantil. Por eso no es suficiente –aunque es indispensable– responder con argumentos científicos como los de las fases seguidas para la autorización de las vacunas. Es preciso escuchar y contener, luego ayudar a modificar ese potente resto no simbolizado de irracionalidad, inherente a la condición humana. La tripanofobia –el pánico a las inyecciones–, no es más que la ilustración gráfica de esa introducción, en nuestro mundo interno, de un ser vivo y voraz que nos va a consumir y transformar.
A lo anterior se añade, respecto de la vacuna china que llega al Perú, prejuicios racistas europeizantes, neocoloniales. Es esencial iniciar desde ahora una campaña, en diversos frentes, para conjurar esos temores arraigados y reacios a aceptar argumentos científicos como la inocuidad y urgencia de la vacunación.