Esta crisis debería servir para que se tome clara consciencia de que en el país hay un problema de oferta política, y que esto es lo que se tiene que abordar de manera prioritaria. La gente elige entre lo que hay, no puede crear buenos candidatos ni agrupaciones. Tenemos un gran problema de institucionalidad (falta de partidos organizados, entre otros), de propuestas y de cultura política en muchos de los que se acercan al poder. Esta última no tiene que ver con un tema de conocimiento, sino con los hábitos vinculados a una serie de actitudes en relación con el ejercicio del poder en el país.
La corrupción y el patrimonialismo son un lugar común a nivel distrital, provincial, regional y nacional. En algún momento, ante la crisis de lo que se creía eran partidos nacionales, se pensó que el desarrollo de alternativas políticas en el ámbito regional podía ser útil para democratizar la política nacional.
Se han abierto espacios, es cierto, pero también las malas prácticas se han expandido. Las propuestas, su debate y ejecución, ahí siguen muriendo. Se pasó a la judicialización y ahora al simple chavetazo. Se podría pensar que la inveterada costumbre regional y local de presentar mociones de vacancia contra el alcalde o gobernador, ni bien llegado al poder, se está volviendo una costumbre a nivel del gobierno central.
Complicado visualizar los caminos de solución cuando lo que prima es el activismo de los que solo están pensando en beneficios personales y se cambian de camiseta las veces que sea necesario. La gente que rechaza esto toma distancia y se desmoviliza. Ya hay estudios que muestran cómo la calidad de la oferta política regional ha ido cayendo producto de los constantes pedidos de vacancia. Gente deshonesta buscando el poder siempre hay. El problema es que los honestos dejen de participar. Si la oferta es mala, esto también tiene consecuencias en la ciudadanía. El conocido bajo interés del electorado por lo que ocurre en la escena oficial, la consecuente desinformación, la constante de que un tercio o más de la población decide la última semana por quién votar es consecuencia de todo esto.
En defensa del votante, hay que recordar que los que hoy buscan una vacancia apresurada obtuvieron solo entre el 10 por ciento y 6 por ciento, cada uno, del apoyo ciudadano. La población quiere otra cosa, pero no sabe bien qué y la votación está muy fragmentada, se organiza solo por momentos y para temas puntuales, pero sin continuidad, y no hay propuestas que canalicen tanta indignación.
Algo de eso recogió Vizcarra en el apoyo al referendo y en la disolución del Congreso, un gobernante sin partido que, si bien ha tenido algunas propuestas importantes de reforma (de la política y del sistema judicial) obtuvo el favor popular por oponerse al Congreso.
Nada muy esperanzador se vaticina para el próximo año. Los grandes problemas siguen en el desván esperando desgastar al que asuma el gobierno. El Estado ha mostrado su precariedad, la gente se queja y se las arregla como puede, y no vemos una sola propuesta seria por cambiar eso entre los apurados por vacar a un presidente de salida.
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