Es una efímera ilusión atribuirle carácter predictivo al escenario electoral del 2021 que las encuestas nos ofrecen hoy, en medio de la pandemia y con una recesión galopante en ciernes. Las tendencias que se aprecian serán reseteadas si la crisis subsiste en la coyuntura electoral venidera.
La atmósfera sociopolítica que viviremos el próximo año será, guardando la distancia por la diferencia de contextos, muy parecida a la que se vivió en 1990, con un país azotado por una crisis económica espantosa y una zozobra enorme por la violencia terrorista, enfrascado en una contienda donde el ganador fue el absoluto antisistema Alberto Fujimori, quien derrotó a otro outsider de la política peruana, Mario Vargas Llosa. Nunca desde entonces, el país ha vuelto a acercarse a las urnas en medio de una situación psicosocial semejante.
Aún si se resolviese este año la crisis sanitaria –algo bastante improbable-, y ello diese pie a que la economía nacional se halle en medio de una franca recuperación los primeros meses del próximo año, justo en las fechas electorales, ni por asomo estaremos siquiera como estábamos hasta el 15 de marzo último. El golpe económico, su consecuente desempleo y la pauperización de millones de ciudadanos, tendrá indudable efecto en los ánimos electorales de los votantes.
A tenor de la filosofía palaciega desplegada en sus fallidas presentaciones televisivas, Vizcarra ha decidido sacrificar la economía a cuenta de mantener una cuarentena de dudosa calidad estratégica porque acaso sabe que liberarla traería consigo un incremento en el número de contagiados y fallecidos y eso se le cargará directamente él. Confía en que el mayor número de afectados (incluidas víctimas mortales) por culpa de la recesión, se demorará en llegar y le pasarán de costado.
Quizás le funcione la estrategia política de salvataje de su imagen, pero dudosamente ese beneficio recalará también en quienes de alguna manera hoy se asoman bajo su paraguas inspirador. Porque Forsyth (en alguna medida) y Del Solar abrevan de la misma orilla social y política que Vizcarra. Representan un vizcarrismo sin Vizcarra, no son opositores ni críticos del gobierno y disfrutan del teflón prestado que les obsequia la inmensa popularidad presidencial.
El inevitable deterioro político del gobierno terminará afectando a ambos, en beneficio de opciones alternativas, provenientes de un filón populista autoritario, de sectores radicales (particularmente de la izquierda) o abiertamente disruptivas del establishment.
El reseteo no será total y en esa medida cabe pronosticar que el centro tendrá representación protagónica en las presidenciales del 2021, pero el margen para opciones distintas está muy abierto, dado el previsible desgaste del gobierno y por ende de sus semejantes.
Al igual que en 1990, la partidocracia tradicional difícilmente tendrá roles definitorios. Quizás Acción Popular cumpla ahora el papel que entonces le cupo al APRA (que obtuvo el 22% de la votación, con Luis Alva Castro como candidato), pero los dados parecen tirados a favor de opciones no partidarias. Será una definición de difícil pronóstico. La crisis económica y el previsible deterioro político del régimen impactarán en las elecciones del bicentenario. La pandemia se ha llevado también de encuentro el tablero electoral peruano.
-La del estribo: imperdible Un tranvía llamado deseo de Tennessee Williams, del National Theatre londinense, con la actuación de Gillian Anderson. Está en YouTube hasta el 28 de mayo. Y a estar atentos con la programación teatral local que se empieza a activar en medio del shock de la cuarentena (recomendable Fantasma, de Mariana de Althaus, por Joinnus).