Pido disculpas por el error en el título, luego corregido en el texto, de esta columna ayer. El domingo aludido no era 27, sino 26. No es algo serio, pero sí sintomático: en el encuentro con el confinamiento rondan, junto con la distracción, todo tipo de limitaciones. Seguramente hay peores errores, que piadosamente no he advertido.
En un ensayo sobre la conciencia de cuarentena una persona se queja: “pienso corto”. Imaginamos una conciencia hecha de pensamientos interrumpidos, y podemos entenderlo. Nada se puede alejar mucho del tema de la pandemia, y todo esfuerzo por hacerlo regresa al punto de partida en poco tiempo, pocos minutos, instantes incluso.
Los mejores momentos para “pensar algo más largo” son los de un encargo de trabajo (una columna, una clase, un programa en la red). La mente se tensa ante una tarea que desafía a la cuarentena desde el mundo exterior, en algo que estos días se parece a la felicidad. Aunque también hay errores allí, como he demostrado ayer.
Los especialistas en este tipo de aislamiento hablan de una carga emocional que se va acumulando, que puede llegar a afectar la salud mental. Sin necesidad de llegar tan lejos, hay momentos en que podemos sentir la tensión haciendo esfuerzos por ocultarse, como serían los esfuerzos de un elefante en una habitación vacía.
Quizás la reflexión es un lujo frente a las actuales circunstancias. Quienes tienen que pensar en la supervivencia, las tareas domésticas, una salud de por sí frágil, van a filosofar realmente poco. Pero a la vez el elefante de la habitación los puede llenar de una perplejidad inexplicable, que es un karma pesado.
Mientras tanto necesitamos toneladas de memes y de chats, que en cierto modo han pasado a reemplazar la charla de las reuniones presenciales. Las llamadas telefónicas se van desgastando, por repetitivas y porque en el fondo estamos todos en lo mismo. Así, comunicarse con los demás puede ser otro factor que acorta el pensamiento.
A medida que el llamado al distanciamiento social se vuelve más ominoso, hasta salir de compras se ha vuelto una decisión complicada. Pensamos en el peligro viral, en las colas, en los productos que faltan. Terminamos prefiriendo sentarnos en la habitación junto al inquieto paquidermo.