Para escribir parte de sus memorias, Guillermo Giacosa, 83 años, ha adaptado un viejo depósito de su casa y lo ha convertido en su despacho. Pero no es el despacho blanco e impoluto de la publicidad de un edificio de oficinas. Este es el estudio de un hincha de Rosario Central, excesivo, cruzado por una camiseta de los vigentes campeones del mundo, un banderín de la AFA firmado por los inmortales de México 86, y una fotografía del rosarino Ángel di María, en la que abre sus brazos y una firma se va borrando en la parte inferior izquierda. Hay otros recuerdos de Rosario, su tierra, una fotografía de sus padres, pequeños cuadros con las caras de Perón y Evita, recortes, un daguerrotipo, un viejo y precioso ejemplar del Quijote empastado con las iniciales de su madre, algo de desorden, una vida entera. Lo último que ha salido de sus tardes en este lugar ha sido el libro Crónicas de un despedido crónico (2022), en el que Guillermo, ayudado por las ilustraciones de Pepe San Martín, narra con ironía las veces en las que fue echado de sus primeros trabajos en Lima, como conductor de espacios radiales. Le sobran las ganas de reírse de esos recuerdos y de conversar. Es una voz a la que hay visitar y prestar atención.
PUEDES VER: El estigma de las drogas en Corea del Sur
¿Has celebrado alguna vez un despido?
Mira, la mayoría los he tomado con total sabiduría. Si de algo tengo conciencia, es de que los malos momentos, si los profundizas, te enferman. Entonces, como que lo tomé un poco en broma, un poco jugando. Me acuerdo que un compañero de trabajo me vino a buscar y yo bajaba del Canal 7, contentísimo de que me echaran. Y me pregunta: ¿Cómo estás tan contento? Y qué voy a hacer, le dije.
Voy a enumerar dos situaciones que recopila el libro. Te han echado de una radio porque según su director tu programa era tan bueno que no coincidía con los gustos ordinarios de los oyentes. Y te botaron de otra radio, de propiedad de un hombre evangélico, porque alguno de tus entrevistados cuestionó el rostro que le atribuimos en Occidente a Jesús, ¿te ocurrió otra situación igual de absurda?
(Se ríe) Eso primero me lo dijo Ricardo Palma. Me llama y me dice: Me gusta mucho tu programa. Y discúlpame, pero no te puedo tener más en la radio porque a mí me gusta mucho el programa y si a mí me gusta mucho, a la gente común no le puede gustar. Yo tenía ganas de decirle: Eres un pedazo de pelotudo. Pero realmente me reí, era tan ridículo todo, y después de otra radio me fui porque no tenía baño.
¿Cómo?
Sí, un día vino Marcel Marceau, y me dijo que tenía la necesidad de ir al baño, y yo me puse verde. Pasé una vergüenza horrible, es como si vos me dijeras que quieres ir al baño y yo te dijera que acá en casa no tengo. Me sentí mal y le pedí perdón. Le dije que teníamos un problema, un atasco, y lo mandé a un bar, en una esquina de Petit Thouars. ¿Tú sabes lo que es mandar a Marcel Marceau al bar de la esquina? Y lo mismo le pasaba al chico que manejaba los controles en la radio. Estaba todo el día en la cabina y se acostumbró a orinar en los árboles. Quizá el verdor de los árboles de Petit Thouars se deba a eso (se ríe).
¿Cuál dirías que ha sido el argumento más ridículo que te han dado para echarte?
El de Ricardo Palma. Me quedé como desconcertado. Y luego hubo una manifestación en la Plaza Kennedy, una manifestación grande, a favor mío, yo no lo podía creer. Yo me escondí ese día, me daba vergüenza. Pero era parte del éxito del programa.
Has descubierto cosas insólitas en otras radios. Hay un episodio de una emisora que tenía unos muebles muy lujosos, un bar interesante, pero también una cocina en la que los huevos estaban numerados para que nadie se los comiera.
¡Te lo juro! Fue muy gracioso porque, bueno, el dueño era norteamericano, racista hasta donde se pueda nombrar, pero conmigo era encantador. Y le gustaba conversar. Aparte, le parecía que mi programa era muy bueno, le gustaba mucho. Y un día yo estaba por hacer el programa y me dio sed. Me acordé que había un lugar en el que había una refri. Abrí la refri y estaban los huevos numerados y un tarro de leche Gloria, que tenía una costra amarilla congelada. Y había un memorando que decía: "Prohibido tocar estos alimentos que son propiedad de la administración". Entonces, cuando llegué al micrófono, yo ya había preparado el programa, pero hice otro, y empezaba haciendo referencia a El Avaro de Molière. Y después vino el tipo y me dijo: Qué programa, te felicito.
PUEDES VER: Pedro Suárez-Vértiz: Un gran libro se cerró
Nunca se sintió aludido.
¡No! Era un tipo que estuvo en el desembarco de Normandía. Fue soldado, era bueno y simpático, pero era avaro. Para darles un nuevo tubito de tinta a los empleados, pedía que le dieran el otro tubo vacío, era de una mezquindad absoluta. Además que nos pagaba una miseria, fue mi primer trabajo en radio. Luego mejoró mucho la cosa, en otros lugares. Llegué a tener mi equipo, con Roberto del Águila y Carlos Bejarano. Tengo una anécdota buena con ellos. Un día se nos ocurrió traer a un maquillador, para que maquillara a Roberto del Águila mientras nosotros hacíamos entrevistas. Ese día nos visitó un escritor muy conocido, Pepe Adolph. Y lo estábamos entrevistando, y Roberto del Águila, al que habían maquillado como payaso, era el único que había leído su último libro. Entonces Roberto le lanza una pregunta. Y Adolph responde: Qué piña que soy, la primera vez que me hacen una pregunta inteligente, y me la hace un payaso (lanza una carcajada). Es que todo lo hacíamos así, lo transformábamos en humor.
¿Te imaginas trabajar un día sin humor o sin poder reírte?
Ah, no. Yo me muero. Ahora, yo tengo la tendencia a crear esos climas. Yo me divierto, fabrico dopamina. Todas mis parejas me han cagado a palos porque yo me despierto cagándome de risa o haciendo un chiste o haciendo alguna huevada. Toda mi vida he sido una víctima de mi buen humor.
¿Cómo fue que el MRTA te tomó como rehén y difundió un mensaje en la radio en la que trabajabas?
En ese momento teníamos el programa en la tarde y cuando llegamos, con Carlos Bejarano, había dos tipos que nos dicen: Mire, somos de Villa El Salvador, y va a haber un aumento muy fuerte de precios y queremos ayudar a la gente. Y yo les digo: Pasen, muchachos. Cuando ya estamos en la mitad de la escalera sacan sus pistolas. Y de allí bajó la secretaria, con su hijo, y a todos nos retuvieron en un lugar. Uno se fue al set y nos dejó con el más chiquillo, que me decía: A mí me gusta mucho su programa, señor Giacosa.
Te estaba encañonando y a la vez te estaba felicitando.
Y no podía hacer nada (se ríe). Lo único que le decía es que bajara la pistola, porque era muy peligroso, nos podía matar. Era un chico amoroso, un pibe que hasta me dio ganas de darle un abrazo, porque era inocente, sonso. Y el otro era Miguel Rincón Rincón.
PUEDES VER: Cine peruano, un año de despegue y resistencia
Lo volviste a ver, me parece.
Claro, yo fui a dar un curso sobre cambio climático en el penal de Canto Grande, por la UNESCO. Cuando fui, allí estaba él, pero no me saludó. Pero los otros presos me trataron muy bien, me regalaron una estatua preciosa, hecha por ellos, gracias al padre (Hubert) Lanssiers.
Le dedicas unas cuantas líneas en tu libro.
Mi tesis en la universidad fue sobre religiones y me apasioné muchísimo con el budismo y el padre Lanssiers tenía prácticas budistas. Él decía: Soy sacerdote católico y soy budista también.
¿No hay una contradicción ahí?
Ellos no son boludos. Cuando te invitan a meditar te dicen: Busquen la imagen que los inspire, Jesucristo, San Francisco, la Virgen María o Buda.
Hay otro dato interesante. Fuiste amigo de Vladimiro Montesinos.
Lo que pasa es que yo trabajaba como asesor pedagógico en la oficina de la UNESCO que estaba en San Isidro. Y la secretaria era Grace Riggs, su amante, ella me lo presentó, fuimos a comer juntos. Yo había sido militante peronista y me preguntaba sobre eso. Le contaba cómo viví en un barrio obrero durante más de un año, trabajando con la gente. Le hablé de La comunidad organizada, el libro de Perón. Charlábamos mucho, hasta que un día vi la cara de Montesinos impresa en la portada de Caretas. Le pregunté a Grace qué pasó. “Lo han detenido a Vladi”, me dijo.
Crónicas de un despido crónico.
¿Tú también lo llamabas Vladi?
Sí, yo le decía Vladi. Un día, yo ya trabajaba en IDL, Grace me pregunta: ¿Tú crees en eso que dicen de Vladi, será verdad? Y yo le digo: Mira la política es injusta. Sabía que la verdad era peor que eso, pero no se lo podía decir, tenían un hijo juntos.
Así que trataste de ser comprensivo con la idea de Montesinos.
Sí, la verdad es que yo no pensé que fuera tan hijo de puta, realmente. Nunca pensé que había llegado a hacer las barbaridades que hizo. Pensé que había hecho algunas cosas malas, pero no las cagadas que había hecho, era un delincuente total.
Hace unas semanas le dijiste a Pedro Salinas que este es un momento malo para ti, ¿por qué?
Cuando pasó esto de Castillo, me parecía un poco absurdo escucharlo. Hablé con alguna gente de izquierda y les decía: Oye, ¿no se lo podrá orientar a este hombre? Yo no quería un puesto de trabajo, pero me hubiese gustado hablar con él, tenía un montón de consejos para que organizara su gabinete. Yo manejo muy bien las dinámicas grupales, pero no les interesó. Y luego me sentí muy mal cuando empecé a ver lo que decían unos peruanos de otros peruanos. Yo juego al fútbol, y mis compañeros decían cosas horribles de los cajamarquinos, de la gente que no estaba en Lima. Que qué hacen estas mierdas, que quiénes son. Y yo les decía: Son peruanos igual que tú, boludo, con los mismos derechos. Hasta que uno de ellos escribió: Tendríamos que marcar en azul las zonas donde fue votado Castillo, para bombardearlas. Le escribí al tipo, le dije que era un imbécil. Mira, no son mala gente, pero no podía aguantar eso. Hay algo en ustedes, como una represión, como si alguien los tuviera agarrados de los huevos, y cuando se libera eso, es horrible. Eso me hizo mucho daño.
Quizá también te afectaba lo que pasaba en Argentina.
Lo de Argentina me destrozó. Yo lloré cuando ganó Milei, no podía creerlo. Fui votar al consulado, no pude dejar de votar, fue un voto más para Massa, que tampoco es un santo, ojo, pero al lado de Milei… bueno. Lo que está pasando con Milei es horroroso.
¿Quién derrotó finalmente a Massa? ¿Milei o la economía?
Lo que pasó fue que la economía la estaba manejando Alberto Fernández, que no tiene huevos. Cristina lo nombró porque es un tipo muy contemplativo, muy abierto para todo el mundo. Pero él manejó todo, no hubo forma de que la inspiración de Cristina sirviese. Aparte que a Cristina la acusan de robo acá, robo allá.
He leído que esta angustia que te genera la crispación política te ha llevado a consumir pastillas, benzodiacepina si no me equivoco.
Es que no podía dormir, estaba con una presión de 180 y el médico me recomendó algunas cosas. Pero eso lo tomo desde los 17 años. Cuando tenía esa edad sentía que algo iba a explotar adentro mío y me recetaron benzodiacepina, en esa época le decían Valium. Consumo muy poco, menos de medio miligramo. Ahora estoy mejor, pero estuve muy deprimido.
Eres un hombre risueño, afable, pero yo siento que hay alguien a quien detestas: Christine Lagarde, la ex directora del FMI.
Esa mujer (hace un gesto de desaprobación).
No me equivoqué.
¡Metió a la Argentina en una deuda que no se podía pagar!
Pero además tuvo unas palabras duras contra los viejos.
Claro, dijo que la gente vive mucho y eso es malo para la economía. ¿Así que es malo para la economía que la gente viva mucho? ¡Entonces que se suicide!
¿Y sientes que hay gente que piensa como ella, que los viejos son un estorbo?
Muchos lo deben pensar. Pero todos tienen derecho a la vida y nadie va a fijar el límite de vida de cada uno, menos una banda de bandoleros como los políticos.
¿Cómo definirías a la vejez?
En mi caso, yo no he cambiado demasiado, sigo teniendo muy buen humor como verás. La vejez no se produce si tú no la acompañas, si sigues haciendo la vida que habías hecho. Yo hago gimnasia todos los días, tres veces por día, en lapsos de cinco minutos. Salgo a correr, me voy por la manzana corriendo, me voy al mercado. ¿Qué es la muerte? La muerte es la quietud. Entonces, si quieres postergar la muerte, mueve el cuerpo. Cuanto más lo trabajes mejor te sientes. Yo físicamente me siento bien, y ahora tengo a Abel, que trabaja conmigo, un chico brillante, campeón nacional de Taekwondo.
Entiendo que te has interesado mucho por la neurobiología.
Eso me fascina.
Por qué.
Me pasa desde chico. Mi madre era profesora de Literatura. Siempre había muchos libros en casa, mi madre leía mucho sobre Filosofía y Yoga. Y yo leí los libros que leía mi madre. Empecé a interesarme mucho en el hinduismo, el budismo, el taoísmo, por eso hice la tesis de la universidad sobre eso, y todo eso me empezó a despertar una curiosidad por conocer cómo funciona el cerebro. Y ahora me apasiona hablar de eso en clase. A los chicos les pongo la réplica de un cerebro ahí, en el medio de la sala, y vamos hablando. Son dinámicas grupales. Oye, el curso lo hacemos acá 10 personas y cuando terminamos no se quieren ir. Eso me apasiona, es conocer el alma humana.
A través de la ciencia.
Sí, a través de la ciencia y aprendes todos los días. Yo soy más científico que religioso. Aunque he leído muchísimo y he tenido muchas experiencias personales muy fuertes, muy emotivas. Conocí gente que había trabajado con Gandhi, cuando fui becario de la UNESCO. Viajé por todo el mundo, creé una ONG en la Argentina, seguí trabajando con derechos humanos, me nombraron asesor del director general de la UNESCO en temas de juventud, iba cuatro veces al año a Europa y todo eso me enriqueció muchísimo, me fui a todas las conferencias que había sobre el medio ambiente.
¿Qué es lo mejor que te han dado tus años en el Perú
Muchos amigos muy queridos, gente que ha sido leal conmigo, que me han ayudado en todo momento. Eso para mí ha sido invalorable. Han sido personas muy valiosas, las quiero mucho, sigo manteniendo relación con ellos. Lo mejor es el contacto humano, plata no tengo, esta casa es alquilada. Pago mil soles por mes y son diez años que estoy aquí. Pero, a ver, lo primero que me fascinó fue la variedad cultural del Perú, que fue lo que me llevó a quedarme más tiempo. En Argentina es imposible almorzar en el mar y cenar en la montaña, pero no en el Perú. Y además sentí que podía ser útil. Te digo la verdad, yo creo que ese es el factor que más llamó, yo estaba viviendo en París, en un departamento, y se lo dejé a mi amigo. Luego me mudé acá, entré a la radio, a la universidad, me han dicho alguna vez que revolucioné la estructura de la comunicación. A mí me parece exagerado. Pero lo que más me gustó fue cuando Hildebrandt me dijo un día que lo que le gustaba de mi programa es que nunca sabía quién era el entrevistador y quién el entrevistado.
¿Cómo definirías a los peruanos?
Como impuntuales. Ya me acostumbré (se ríe). Pero, en serio, yo trataría de fortificar su autoestima. Los jugadores de fútbol, por ejemplo, no se consideran tan valiosos. A los argentinos nos sobra autoestima, de eso no hay duda. Pero, mira a Messi, es el ejemplo de modestia. Es amoroso ese tipo, es para estar en un altar.
¿Alguna vez te sentiste de izquierda?
Yo me sentí peronista porque trabajé en un barrio obrero. A cada una de las personas con las que me relacionaba les preguntaba por qué quieres a Perón o por qué quieres a Evita. Y me contaban historias tan lindas. Incluso una chica de acá, que trabajaba en Radio Miraflores, me contó un día que tenía una máquina de coser, que se la habían mandado desde Argentina, por encargo de Evita.
Entiendo. Y ser peronista no es necesariamente ser de izquierda.
A mí, esta izquierda, los que se dicen rojos, son unos tarados. En realidad, son la derecha más asquerosa, unos traidores.
Es una derecha pintada de rojo.
Sí, me siento más cómodo con gente como Verónica (Mendoza). Pero después, con el Partido Comunista y todo eso, nunca he tenido contacto con ellos.
¿Cuál dirías que es el error más grande de la izquierda contemporánea?
Yo creo que no conocen a la gente. El error de Sendero, por ejemplo, fue su total indiferencia hacia el sufrimiento de los sectores indígenas. Todos los grupos indígenas sufrieron cantidades de muertes por culpa de esa izquierda y del ejército. Mataban gente porque tenían más cositas que otros. Mira, Marx debió haber sido un tipo muy inteligente. Confieso que pasé un mes estudiando a Marx y no entendí un carajo, nunca me atrapó. Me atraparon más los psicólogos, los sociólogos, los arqueólogos, los antropólogos.
Una última consulta, ¿cómo te llevas con la idea de Dios?
Me llevo muy bien con Dios, aunque el dios cristiano me parece un poco exagerado. No creo que un dios pueda crear un infierno para que la gente se queme por millones de años, me parece que es estúpido e infantil.