El argentino Martín Caparrós acaba de ganar el Premio Ortega y Gasset a la Trayectoria Profesional. Lo han reconocido por su trabajo periodístico y lo han llamado «periodista total»; Ñamerica, su último libro de crónicas, puede darnos un alcance de lo que esa totalidad significa. Caparrós, con perdón del perogrullo, es también novelista. Y su más reciente novela, Sarmiento, es la historia
del escritor y expresidente argentino Domingo Faustino Sarmiento, vista desde el ocaso del poder. La escribió en plena pandemia, con cierto pudor, dice.
A propósito de su última novela, ha dicho que Domingo Faustino Sarmiento es el mejor escritor que ha tenido Argentina en el siglo XIX. ¿Por qué lo cree?
Estoy muy convencido de que es el mejor escritor argentino del siglo XIX sin ninguna duda. El Facundo es un gran libro, una gran crónica-ensayo, esta mezcla de géneros que a mí me gusta trabajar cuando hago no ficción. Esa mezcla entre contar y pensar o analizar y narrar y El Facundo es eso. Además, con una prosa arrolladora, con una energía, una fuerza extraordinaria. Tiene muchos otros textos, sus obras completas son 50 gruesos volúmenes; no paraba de escribir nunca y alguno de esos textos son también muy buenos.
¿Es usted un escritor de sus obsesiones? ¿Cuánto tiempo pensó esta novela?
En general, mi forma de tratar de saber si realmente me interesa un tema o una idea de libro es intentar rechazarla. Se me ocurre algo y lo rechazo. Empiezo a pensar por qué no debería hacerlo y si se me vuelve a ocurrir lo vuelvo a rechazar. Bueno, al cabo de un pequeño lapso me convenzo de que vale la pena. En definitiva, es algo a lo que uno le va a dedicar meses o años de su vida, entonces quiero estar seguro de que me importa. Y en al caso de Sarmiento esto fue peor porque para mí Sarmiento es un persona-
je desde siempre. Cuando yo era chiquito, en la escuela Argentina, Sarmiento era como el santo patrón de las escuelas.
Dijo usted en una mesa del Festival Ñ que no ve en la literatura actual una voz genuina, arriesgada. ¿No cree que sí hay temas nuevos que se están explorando?
Yo, en realidad, más que en términos temáticos, lo que extraño es el riesgo literario. Tengo la sensación de que ese no es un valor significativo en la narrativa contemporánea. Más bien estamos trabajando con formas muy seguras, consagradas y poco disruptivas, formas que ya se sabe que funcionan más o menos bien. Yo no digo que eso esté mal, digo que por mi formación de escritor que empezó a leer en los años sesenta tengo un respeto por la experimentación que no veo que se trabaje actualmente ni que comparta demasiado actualmente. Eso es lo que más me inquieta. Más que la cuestión de los temas.
Ricardo Piglia decía que prefería a los lectores vanguardistas que a los escritores vanguardistas, porque eran muy incómodos.
Sí, también es cierto que la escritura vanguardista murió de su propia muerte; se agotó sola. Hubo un momento en los años setentas, ochentas, en que ciertos intentos vanguardistas fueron lo suficientemente lejos como para quedar totalmente fuera de registro y hacer casi imposible su lectura. Pero, bueno, eso no creo que debería desalentarnos para siempre.
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Hacia el final de su novela, Sarmiento se retira a una casa en Paraguay. ¿También usted es un escritor que se retira para escribir?
Yo puedo escribir en cualquier lado porque tengo muchos años de práctica de periodista, de cronista, de andar por ahí y escribir en cualquier parte. Pero estoy mucho más cómodo y más agradable cuando escribo aquí mismo, sentadito. Este es como el lugar donde consigo anular el cuerpo y funciona de la cabeza al texto, no hay distancia. En otros lugares siento la distancia que es esa incomodidad de cómo ponerme.