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Domingo

Amores como el nuestro

Estas parejas comparten el techo y la vida y no piensan casarse ni tener hijos. No son románticos al estilo de pintar corazones con sus nombres, lo suyo es la risa, las cervezas y los perros. Este San Valentín reconozcamos a los amores diversos.

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Retrato de la familia formada por Fátima Toche, Martín Cáceres y los canes Woody y Wanda. Foto: Félix Contreras/La República | Félix Contreras/La República

Nos lo contó Disney, las telenovelas y las comedias románticas: cuando triunfa el amor, la siguiente parada siempre es el altar. Vemos al matrimonio como el acto de mayor demostración de afecto de las parejas, y al 14 de febrero como una fecha especial en la que los amantes acarician la promesa de que en algún momento su amor se consumará dando el sí. A dos días de celebrarse San Valentín –día en que abundan los corazones rojos, así como las reservas de hotel– conversamos con dos parejas sobre el amor, y sobre por qué no han seguido la ruta tradicional de enamorarse, pedirse la mano, casarse, tener hijos y vivir felices por siempre. Ellos aseguran que se aman y son felices, pero no siguiendo ese orden.

“Casarse es muy caro, debes tener diez mil soles como mínimo para alquilar un lugar, invitar gente, darles de comer, ponerles música y, al final, la fiesta es para los demás y no para la pareja”, dice, con honestidad brutal, Laura Usme (30) sobre el matrimonio. La administradora colombiana se enamoró del peruano Luis García (33) –en ese tiempo, periodista– cuando vino a estudiar una pasantía al Perú. Él, por su lado, dice que no se cierra a la posibilidad de casarse: “Pero no será por la Iglesia, sino por lo civil, no creemos en la institución católica”, añade, mientras Laura subraya que ella es atea.

La pareja, que radica hoy en Bogotá, tiene ocho años junta y empezó a convivir al poco tiempo de conocerse en Lima. Se saltaron el ritual tradicional de la cena romántica y la pedida de mano, hecho que les trajo muchas preguntas y momentos incómodos de parte de la familia de Laura: “Yo tuve un regaño, tenía veintitantos, y cuando le dije a mi mamá que viviría por primera vez con un hombre, me dijo que no podría ser posible, que yo no era una niña de la calle a la que recogían así nomás, yo no debía convivir sin haberme casado”, cuenta ella, que proviene de una familia católica y cuyos padres llevan casados casi 30 años.

Al poco tiempo, Luis tuvo que viajar a Colombia a presentarse con los padres de su novia para comunicarles formalmente que vivirían juntos. “Lo primero que nos preguntaron fue si nos íbamos a casar, y les dijimos que no sabíamos porque teníamos otros objetivos de vida como seguir estudiando, lograr una maestría, después un doctorado”, cuenta Luis, a quien los padres de Laura le enfatizaron que su carrera era poco rentable.

En realidad, Luis y Laura empezaron a convivir por puro pragmatismo y para compartir gastos como hacen muchas parejas jóvenes: “Pagábamos doble alquiler de forma innecesaria, mudarnos juntos significó tener una mejor calidad de vida, alquilamos un departamento, ya no viviríamos en habitaciones”, dice ella.

La abogada Fátima Toche (40) y el comunicador Martín Cáceres (43) -doce años de relación, seis de convivencia y dos perros, Woody y Wanda- también se casarían solo por fines prácticos como un crédito hipotecario o un seguro de EPS, y claramente no lo harían por la Iglesia: “Yo me casaría en Las Vegas en una ceremonia oficiada por Elvis o un Drag Queen”, bromea él, mientras que Fátima considera a la pedida de mano como un ritual fuera de su radar: “Respeto a quienes lo consideran una prueba de amor, pero pienso que no tengo que demostrarle a los demás que soy feliz en la relación. Ese detalle [el anillo] para mí no significa nada, a mí que me invite un pollito a la brasa o que me regale un funko”, dice ella. “El matrimonio me suena a ostentación social y, personalmente, no me interesa demostrarle nada a nadie. El amor se demuestra en la vida cotidiana, no delante de cientos de invitados”, añade Martín.

Multitudinario matrimonio civil, ritual social celebrado con frecuencia el Día de San Valentín. Foto: La República

El estigma de ser “los diferentes”

Esta indiferencia por el matrimonio no es exclusiva de quienes hablan en esta nota, la psicoterapeuta de parejas, Carmen Wurst, señala que está siendo más frecuente de lo que imaginamos: “El otro día vi a una novia tirar el buqué mientras su grupo de amigas se mostraba indiferente, esto grafica muy bien esta tendencia. Hace años el proyecto de vida de las mujeres era casarse y tener hijos, pero hoy su rol ya no está circunscrito solo a la vida doméstica”.

Fátima y Martín reflexionan sobre el tipo de pareja que son, dicen que convivir sin casarse es cada vez más socialmente aceptado. Sin embargo, ella percibe que aún hay un estigma sobre las parejas que no quieren tener hijos, a las que los otros ven como “incompletos”: “Nunca nos verán como una familia, y si eres una mujer que no quiere tener hijos, dirán que no estás realizada”.

Ella tuvo claro desde muy joven que la maternidad no era lo suyo, inclusive, hace poco se sometió a una histerectomía debido a la formación de un mioma en el útero: “Una alternativa era reconstruirlo en una operación de seis horas, pero pedí que me lo sacaran […] Si en algún momento queremos tener un hijo, adoptaríamos, qué mayor acto de amor que adoptar a un niño que lo necesita”.

Luis García y Laura Usme se fueron a vivir juntos sin ceremonia ni promesa matrimonial. Foto: Félix Contreras/La República

Laura, por su parte, se realizó hace un año la ligadura de trompas. Luis sabía, desde el comienzo de la relación, que tener hijos no estaba en su plan de vida: “Yo no considero la realización de nuestra familia a partir de la reproducción, ni que Laura sea una mejor mujer por su capacidad reproductiva”, dice. “Lo que nos interesa es visibilizar a familias no tradicionales como nosotros, y que se entienda que hay personas que eligen un estilo de vida menos convencional”, añade Martín.

Dejan en claro que una pareja sin hijos que comparte el techo y la vida también es una familia, e insisten en que al amor no lo determina la firma de un papel. “Actos sociales como el matrimonio han dejado de ser imprescindibles para que las parejas consoliden sus vínculos, hoy se valora más la relación que es sostenida por los afectos y planes comunes, más allá de un trámite”, señala la psicoanalista Wurst.

Compartir planes, querer el bienestar del otro, alegrarse por sus triunfos, dividirse las tareas del hogar, reír mucho y conversar con un par de cervezas un viernes cualquiera, y no necesariamente en San Valentín, son algunas de las muestras de afecto de estas parejas que no tienen la necesidad de casarse para demostrarle a todo el mundo que se aman.

“El romance radica en el trabajo cotidiano, la cena romántica se agota en unas horas”, dice Luis. “¿Cómo sabes que una persona es especial? Porque te puedes quedar callado y no sentirte incómodo. Es lo que dijo Uma Thurman en Pulp Fiction, así me siento con Fátima”, finaliza Martín.