Para alguien como yo, española educada en las aulas franquistas, las declaraciones de Santiago Abascal, el líder de Vox, sobre el papel liberador y civilizador de la corona española hacia los indios americanos resultan familiares. Su retórica recupera un relato histórico maniqueo y simplificador de resonancias triunfalistas, guerreras y patriarcales generalizado en los años de la dictadura de Franco. En mis oídos resuena como una narrativa desfasada, desmentida por la historia académica. Esta retórica resulta más desafiante en un mundo globalizado en que diversos colectivos indígenas, afroperuanos, de mujeres y otros sectores de la sociedad civil se movilizan denunciando las conquistas europeas, en particular la de América, como hitos de su exclusión histórica. ¿Cómo explicar su resurgimiento? La respuesta hay que buscarla en las complejidades de la sociedad española. Podría entenderse como la reacción de un sector que añora un mundo y unos valores en franca retirada, frente a la emergencia del poder de las mujeres, una migración masiva, el retroceso del catolicismo, la crisis económica, la globalización y la recuperación de una memoria histórica antifranquista.
Recién desde el siglo XVI los territorios que hoy conocemos como América fueron lla- mados de ese modo. Durante milenios fue- ron escenario de procesos de poblamiento y desarrollos civilizatorios. La historia de esos pueblos hoy es objeto de renovadas interpre- taciones, facilitadas por el acceso a fuentes y tecnologías que han dado empuje a la arqueo- logía e historia. Por ello, es lamentable que los avances de la investigación sobre las socieda- des prehispánicas no encuentren su correlato en los discursos políticos. Muestra de ello es el intento de la extrema derecha española por reivindicar las ideas de descubrimiento, con- quista y supuesta civilización de América. La manipulación del pasado encuentra su razón de ser en las urgencias del presente. Quienes justifican la colonización hacen tabla rasa del conocimiento sobre el pasado, imponiendo sus prejuicios ideológicos e intereses inme- diatos. Su incomprensión de la diversidad humana alimenta sus creencias extremistas y neocoloniales sobre la supuesta superioridad de Occidente frente al resto de civilizaciones. El mundo actual requiere lo contrario: avan- zar hacia visiones descolonizadas que per- mitan lecturas críticas sobre las experiencias que nos llevaron a donde estamos.
Esta interrogante no es reciente, lo distinto es que con la llamada era global de las TIC todo “se viraliza” rápidamente. Cuando llegaron los españoles, en América había civilizaciones, destacando los aztecas e incas. En el caso del mundo andino, usaron la religión para justificar su dominio y los sacrificios humanos o Qhapaq Hucha, que fueron practicados bajo un carácter sagra- do. Por otro lado, la organización socioeconómica inca involucraba reciprocidad (entre ayllus, mediante el ayni y la minka), y la redistribución (entre el Estado y los ayllus, expresado en la mita). Esa llamada “liber- tad” de la que hablan los políticos españoles en realidad produjo una hecatombe. Tras la Conquista, la población inca se redujo de 9 millones a 1 millón, producto de enfermedades, suicidios y guerras. Es cierto que el Estado inca –como los europeos– diezmó a varios pueblos, pero siguiendo sus propios códigos; con España no solo se perdió la libertad, sino que desaparecieron casi todas las costumbres. Hoy, más que reivindicar monumentos de Colón o Pizarro o idealizar a los incas, debemos rescatar aquellos apor- tes que ambos mundos ofrecieron como la tecnología y el respeto a la naturaleza.