Juan Carlos Soto
A veces a un científico se le caricaturiza como un personaje barbado, con cabellera desordenada, ensayando fórmulas. Omar Flórez Choque no encaja con esta etiqueta. Tiene 35 años, corte de pelo moderno, polo y jean que le dan aire de estudiante universitario despreocupado. Flórez es gerente senior de inteligencia artificial en Capital One, una empresa de tecnología en Estados Unidos. Recorre el mundo disertando sobre Inteligencia Artificial, que en palabras simples significa dotar a las máquinas de algoritmos para que actúen como si fuesen personas. La ciencia avanza a la velocidad de la luz, los teléfonos inteligentes miden el ritmo cardíaco, el nivel del estrés, la anemia, etc. ¿Habrá médicos en el futuro? ¿Las máquinas reemplazarán al hombre? Fueron algunas interrogantes debatidas en las sesiones que hizo Flórez en Hay Festival de Arequipa.
Antes de la entrevista le sirven un mate de cedrón, hierba aromática que aún se cultiva en las huertas mistianas. “No sabes cómo extraño esto, hermano”, me dice este científico que desde estudiante de la Universidad San Agustín es recordado por sus experimentos. Uno de ellos: querer activar con la voz una silla de ruedas para ayudar a personas con discapacidad.
El catedrático Ernesto Cuadros fue uno de sus mentores. Él le habló por primera vez de la inteligencia artificial, lo incentivó a investigar, revisaba y corregía sus trabajos publicados en revistas científicas del extranjero. Cuadros es tajante con el éxito de su expupilo, lo atribuye a su curiosidad e ímpetu personal, no a la carrera que estudió: Ingeniería de Sistemas. Este docente arequipeño forma parte del directorio mundial que formula las regulaciones de las carreras de computación en el mundo, e Ingeniería de Sistemas carece de respaldo, no existe. “La Universidad Estatal de Utah aceptó a Omar por sus investigaciones, no por su título de ingeniero de sistemas”, reitera.
Cuando Albert Einstein planteó la ecuación que sirvió de teoría para fabricar la bomba atómica jamás imaginó sus efectos devastadores. Fue el arma nuclear que arrasó Hiroshima y Nagasaki (Japón) en la segunda guerra mundial. A Omar Flórez le pregunto sobre la responsabilidad ética del científico frente a sus invenciones. Por ejemplo, aparatos que automatizan las actividades laborales en una empresa y que pueden dejar sin empleo a miles. Hay una comunidad ética llamada Inteligencia Artificial Justa que aborda esos dilemas. Él trabaja con algoritmos de voz. Se pone a pensar en los call center, donde laboran cientos de latinos en la recepción de llamadas telefónicas. Este negocio puede automatizarse con un sistema de reconocimiento de voz. La máquina contestaría esas llamadas y muchos latinos perderían sus puestos. “Mientras más conozco soy consciente de los límites”, me dice Flórez, en cuyo currículum también figura su paso por Intel Labs. Esta empresa asistió al brillante científico Stephen Hawking hasta su muerte. En su silla de ruedas, donde estaba postrado, le incorporaron una plataforma de comunicación.
Por esta informaba sus conocimientos y predicciones. Inter Labs alguna vez discutió la opción de cambiarle esa voz robótica a Hawking, pero este no aceptó, recuerda Flórez, quien formó parte de ese equipo.
Son las ventajas de la inteligencia artificial, pero también hay efectos adversos. Aquí los empresarios no tendrían reparos éticos en reemplazar a cientos de trabajadores por máquinas para ganar más dinero. Sobre todo en actividades primarias, como la minería, cuyas actividades responden a secuencias y se automatizan. ¿Qué hacemos? Para Flórez la asignatura pendiente sigue siendo la educación, tiene que subirse a la ola de producir conocimiento. Si hay dinero en Moquegua por qué no gestionar el arribo de cuatro profesores de Estados Unidos que enseñen en la universidad por un tiempo. El enfoque de la educación debe variar desde sus bases. “Le ponemos énfasis a las respuestas y no a las preguntas, perdimos la noción de curiosear y abrazar la incertidumbre”, argumenta.
Le pregunto si la inteligencia artificial competirá con la mente humana. Para él lo ideal es un computador para potenciar las habilidades humanas pero no para sustituirlas de plano. En algunos casos, la máquina supera al cerebro: detecta un rostro con 95% de precisión, la persona con 93%. En placas radiográficas la máquina es mucho mejor. Pero para la imaginación, creatividad, manipulación de objetos con la mano, cortar el pelo, hacer música, diseñar ropa, el hombre es insustituible.
-¿Una máquina puede potenciar la calidad del texto poético?
¿Qué es la vida?, un frenesí, una sombra o una ficción, ¿qué rima con ficción?, de repente estás nublado, no encuentras la rima perfecta, la máquina te puede ayudar a completar la idea. O puedes decir quiero terminar este poema como Benedetti o Vallejo.
¿Por qué existe el prejuicio de que números y letras son incompatibles y la falsa idea de que un ingeniero no lee y es inculto?, me interroga cuando pregunto por su pasión por la literatura. Cien años de soledad de Gabriel García Márquez le fascina. Pero también La guerra del fin de mundo de Mario Vargas Llosa. En su biblioteca no faltan Lope de Vega, Gustavo Adolfo Bécquer, Mario Benedetti, etc.
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Pese a su éxito profesional, Omar extraña Arequipa. Los olores del suelo mojado por la lluvia, el pan de tres puntas y la leche chocolatada. Añora correr por el parque Selva Alegre, subirse a una combi y regresar a casa, comer tamal. Le conmueve la solidaridad vecinal, a veces ausente en la sociedad norteamericana por su escasa relación interpersonal. Eso sí, detesta el tráfico, la contaminación y los bocinazos. Desde sus épocas universitarias quería irse a estudiar fuera del país. Pero el desarraigo también es incertidumbre y dolor. No sabía cómo era Utah. La imaginó como Miami o Nueva York. Pero este estado gringo está en el desierto con inviernos muy nevados. Sin calefacción, los riesgos de morir congelado son enormes. Admite sin rubor haber llorado el 24 de diciembre o el 15 de agosto –aniversario de Arequipa– por añoranza y preguntándose “qué hago aquí”.
Milagros Rocío Choque, su madre, me recibe en su casa. Colecciona fotografías y recortes periodísticos de entrevistas a su hijo. Recuerda con claridad ese día, Omar debía elegir entre ir a Chile o Estados Unidos. Ella le dijo: “Vete lo más lejos posible, donde pocos llegan”. Enfermó de cáncer y depresión de la pena. Son los costos de una vida emprendedora. La familia Flórez-Choque sabe de eso. Abrió su camino desde abajo. Ella se recuerda vendiendo de todo, bienes raíces, ayudando a su esposo en la venta de autos. Milagros Rocío nació en Espinar Cusco, llegó muy joven a Arequipa, conoció a su esposo y desde entonces qué no hicieron ambos para sacar a la familia adelante. Ese ADN emprendedor lo heredó Omar.