Bodas de Oro Le dieron los santos óleos, incluso le separaron un mausoleo, pero al cuarto día despertó. Eusebio 'Chato' Grados celebra sus Bodas de Oro, en el Día del Padre, con una máxima: todo en vida.,Eusebio 'Chato' Grados: El renacido del folclor,Eusebio 'Chato' Grados: El renacido del folclor,Eusebio 'Chato' Grados: El renacido del folclor,Cincuenta años de vida artística es una cifra envidiablemente redonda. Son pocos los elegidos que alcanzan las Bodas de Oro. Menos todavía quienes aún tienen algo que brindarle a su público. Es un matrimonio como cualquier otro al fin y al cabo. Eusebio Grados, ese hombre menudo de chalecos brillosos que honra a los andes con su timbre wanka y sus zapateos, lo ha logrado. El hijo de un motorista y una pastorcita, nacido en un campamento minero en Cerro de Pasco, a más de cuatro mil metros de altura, que pisó Lima por primera vez a finales de 1968 siendo un menor de edad, y trabajó pelando papas, pintando casas y limpiando baños, lo ha conseguido. Y lo ha hecho inexplicablemente por obra y gracia de una intervención divina. A mediados de 2017, aquejado por un cáncer a la médula ósea y una insuficiencia renal crónica, postrado en una cama de hospital, invadido por un vitiligo agresivo, y tras haber perdido completamente la audición del oído derecho, Eusebio 'Chato' Grados escribió un breve mensaje en sus redes sociales que sonaba a despedida. Eran las últimas palabras de un hombre plenamente consciente de su suerte. Sus hermanos, desperdigados por el país, se juntaron para acompañarlo durante aquel junio aterrador. Su estado era tan crítico que le dieron los santos óleos e inclusive le compraron un mausoleo en El Ángel. Es más, el Sindicato de Artistas Folclóricos del Perú rebautizó a su teatro, en el jirón Ayacucho del Centro de Lima, con el nombre del rey del Pío Pío, en un desesperado intento por homenajearlo en vida. Efectivamente, su situación se agravó, y entró en coma. El 'Chato' Grados anota, con el orgulloso afán con que se cuentan las hazañas, que agonizó durante cuatro días, y que, cuando ya no había nada más que hacer, despertó. Y con la solemnidad de una parábola bíblica, exclamó: Dios existe. Desde entonces, el 'Chato' Grados tiene una segunda oportunidad. Un tiempo extra que le ha permitido disfrutar de su único nieto, lanzar un DVD, organizar su megaevento y regresar a la radio. Como este jueves, en las instalaciones de Radio Santa Rosa, en los que está emitiendo su cuarto programa, en 'La hora del folclorista'. El estudio es santurronamente atípico: una escultura de yeso de la virgen parece vigilar el espacio desde un rincón. Una bendición para un hombre de fe como Grados. Lo acompaña un cincuentón enternado de amables maneras. Se trata de Juan Malásquez, el locutor que lo asiste desde hace más de dos décadas en la radio, la tele y los conciertos. De hecho, en estos años de obligada ausencia, 'El Canario', que es como lo conocen, lo ha suplantado en más de un programa sin inconveniente alguno. Se precia de tener una pizca del carisma de su maestro. Son cincuenta años de labor artística. Cincuenta años de aventuras, triunfos y fracasos. Cincuenta veces 'Chato' Grados para el mundo. Nuestro ídolo del folclor habla de sí mismo en tercera persona, como si se tratase de otro ser. Un pecadillo muy común en artistas que pierden la brújula, pero que viniendo de él supone la licencia piadosa de un sobreviviente. En el resto de la emisión, Grados ensalza a los músicos que le han asegurado su presencia en su concierto, lee cariñosos saludos desde Huancayo, Arequipa y Ecuador, y premia la sintonía de sus oyentes con pases dobles. Haciendo hincapié, eso sí, en las jugosas viandas que estarán listas desde temprano, en el coliseo Puno, ubicado en Ate Vitarte, en la Carretera Central. Picante de cuy, chicharrones, caldo de gallina y quinientas porciones de pachamanca, nuestra parrilla bajo tierra. Son las dos de la tarde, y 'La hora del folclorista' ha concluido. Grados se levanta de su asiento, y se va al baño a cambiarse. Regresará en terno y camisa sin su chaleco verde eléctrico. Lo ayuda una mujer delgada de cabello corto. Es Juana Llaranga, la mujer con la que comparte su vida desde hace casi una década, luego de tres matrimonios y tres hijos. En el auto, camino a su casa, en El Agustino, Grados aviva sus ojos y el tono de su voz para contar su historia con Juanita. Se conocieron hace más de 35 años durante un concierto en Huanta, Ayacucho. Juanita tenía apenas 18 años, y la burbuja de una fan enamorada que logró tener un affaire con su ídolo. Lo cierto es que el 'Chato' era casado y la engañó diciéndole lo contrario. Tras enterarse, Juana se alejó de él no sin antes romper una foto con él en su cara. Volvieron a coincidir muchas arrugas y canas después en una fastuosa fiesta en Huanta. Y desde entonces, siguen juntos. Es Juana quien lo dializa cuatro veces al día, con la destreza militar de una enfermera. A las 6 de la mañana, al mediodía, a las 5 de la tarde y, finalmente, a las 11 de la noche. Los riñones de Grados ya no funcionan. Y es mediante la diálisis peritoneal que mantiene una vida, de alguna manera, normal. Un método que consiste en introducirse un líquido purificador a través de una sonda conectada a su abdomen. La solución, de un litro y medio, filtra las toxinas y desechos de su sangre. Lo complejo es que debe retirárselo cada seis horas. Hay que ser muy diligente: cualquier error podría generar una infección generalizada. “No tengo curación. Solo aspiro a tener calidad de vida. Estaré hasta que el cuerpo aguante y Dios decida. No me deprimo. He aprendido a aceptar y disfrutar cada momento”. Su gloria Eusebio no es el primer 'Chato' Grados. En realidad, heredó el apodo de su padre, un hombre más bajito que ni rozaba el metro sesenta. Mateo Grados Tiza se desvivía trabajando en la mina de Atacocha, en Cerro de Pasco. Pero tenía un problema: solía refugiarse en las cantinas ante las vicisitudes de la vida. “Un amigo de mi padre le dijo alguna vez que cómo el hijo de un borracho podía ser cantante. Eso me marcó. Me irritó tanto que me propuse honrar a mi padre”, dice el 'Chato', enseñando los dientes, con una mueca alegre. La paternidad, esa responsabilidad tan compleja que muy pocos asumen. Grados, naturalmente, quiso ser un mejor espejo para sus hijos. Y aunque admite que la bebida también lo arrastró, se complace de haberles (y seguirles dando) educación. Víctor, el mayor, de 35 años, es su director musical. Hábil en la percusión y el teclado, es muy requerido para las grabaciones. Como se dice, es un músico de estudio. A el segundo, Joel Eusebio, de su segundo compromiso, también le recorre la música. Pero lo suyo no son las mulizas ni los huaynos, precisamente, sino más bien el hip-hop y las famosas batallas de gallos. “Yo lo apoyo, pero ojalá que algún día comprenda que puede ser mi sucesor. Aún es menor de edad y puede meditarlo”. El tercero, José Mateo, de 15 años, toca guitarra y se ha inclinado por el rock. Genes musicales, indudablemente. Los párpados del 'Chato' Grados son persianas que se cierran indefectiblemente. Es hora de la tercera nebulización del día. Antes de despedirse nos canta un poco del tema que escribió luego de darle largadas a la muerte. Tan solo quiero que cuando yo me muera junto a mi tumba esté mi guitarra. Que mis canciones sean la plegaria de esta mi vida errante y bohemia.