Renzo Reggiardo y Ricardo Belmont deben de haberse sentido los vivazos más grandes de la política criolla cuando decidieron armar su propio y esperpéntico “debate” para huir del que había organizado el Jurado Nacional de Elecciones para el domingo pasado (el mismo que continuará hoy), pero terminaron dándose un contrasuelazo que los ha alejado, parece que irremisiblemente, de alcanzar su sueño de la alcaldía propia. Los que no se dieron cuenta ni el Hermanón ni el Muchachón es que, con su ligera ventaja en las encuestas –ninguno pasó nunca del 19% de preferencias–, no estaban para pegarla de divos, a diferencia de Luis Castañeda Lossio que, en las últimas elecciones, superaba el 50% de preferencias y podía pegarla de mudo sin mayores perjuicios, hasta que, una vez en el cargo, sus obras y, de paso, su popularidad, comenzaron a derrumbarse, ¡perdón!, a desplomarse. La gente, que anda escamada frente a las mañas de los políticos, reaccionó de inmediato y repudió lo que era, a todas luces, un gesto de desprecio hacia los electores, por muchos pretextos que los dos candidatos quisieran enchufarnos: que yo no firmé el Pacto Ético Electoral, que el debate del JNE está amañado, que yo no me junto con la chusma, que todos quieren treparse a mi popularidad para ganarse alguito, en fin, todos argumentos pueriles para no declarar el verdadero motivo: que ninguno de los dos tenía un auténtico plan de gestión municipal, más allá de cuatro generalidades. No es gratuito que, tanto Reggiardo como Belmont, se hayan negado sistemáticamente a acudir a programas de debates, aunque, valgan verdades, los otros candidatos los esperaban limándose las uñas para hacerlos chichirimico, especialmente el inefable Daniel Urresti, quien ahora aparece en las encuestas como el gran favorito (claro, por lo menos hasta que se sentencie en su juicio por el asesinato de Hugo Bustíos), junto a Jorge Muñoz, quien se disparó en las encuestas tras el debate que ningunearon los candidatos “divos”. Pero fue la encuesta anterior, la de Datum, donde tanto Reggiardo como Belmont aparecían en franco descenso en (la temida tendencia a la baja, de la que ya nadie se salva y, menos, a una semana del día D), la que hizo el “milagro” de convertir a los díscolos candidatos en dos repentinos amantes de la institucionalidad y las buenas formas electorales en las que antes se zurraron. Primero fue el Hermanón quien, repentinamente, manifestó su vivo deseo de asistir al debate al que hace una semana nomás hizo ascos. Fue segundos después de enterarse, en vivo y por boca de los periodistas, que su amiguis Reggiardo había reculado y que ya no habría debate paralelo ni secante, ni perpendicular. Ahora, el candidato al que su mujer le “toca la cosita de vez en cuando” (palabras textuales) se ha dedicado a culpar a la prensa y a las encuestas de todos sus problemas, como todos los políticos que ya se saben perdedores. Reggiardo, por su parte, negó en todos los idiomas que alguna vez hubieran querido sabotear el debate institucional –no olvidemos que fue él quien lo convocó– y aseguró que jamás quisieron “entorpecer lo que ha programado el Jurado para el próximo domingo”. ¿Entonces asistirá?, le preguntaron los periodistas, pero el otrora puntero de las encuestas se hizo el sueco y, más bien, entró al juego de los ataques, lanzándose contra Daniel Urresti por el roche de las firmas falsas en sus planillones de inscripción y cuestionando al Jurado Nacional de Elecciones por, supuestamente, seguir permitiendo la participación del ex ministro del Interior. En fin, así están las cosas y parece que hoy se hará el debate sí o sí, con Reggiardo o sin Reggiardo, con Belmont o sin Belmont. Aunque hay quienes dicen que los debates no sirven para nada, yo estoy convencidísima de que sí. Si no hubiera sido por el debate de la semana pasada, ¿hubiera existido la más mínima posibilidad de que sepamos cómo son las caras de Jaime Salinas, Jacinto Silva, Roberto Gómez, Enrique Fernández y todos aquellos heroicos candidatos que hoy conforman ya el rubro Otros?