Hasta hace poco, para mí, que soy alérgica al fútbol, Ricardo Gareca era solo ese personaje que parecía el hermano menor de Laura Bozzo y que se encargaba de entrenar a la selección peruana con miras a llegar al Mundial Rusia 2018. Es decir, un director técnico más, de esos de los que los medios hablan durante un tiempo, despotrican luego y olvidan después. Ha habido tantos que ya no recuerdo ni sus nombres. Pero resulta que, en una de esas aventuras a las que la vida me lanza de cuando en cuando, por estos días he terminado haciendo un pequeño programa web sobre fútbol y tuve que leer mucho sobre este deporte y, más aún, sobre este argentino que ha logrado construir, con el material compuesto por los sueños de la hinchada, el esfuerzo de un grupo de jóvenes jugadores que confían en él a ojos cerrados, y un ojo técnico digno del primer mundo, la hazaña de competir en un mundial después de casi cuatro décadas. Su vida la sabe medio Perú. Que fue un joven futbolista que comenzó su carrera en el Boca Juniors, uno de los clubes emblemáticos de su país natal. Que años después, tras una carrera destacable en las canchas (curiosamente, fue el jugador que nos metió el gol que nos eliminó de México 86), se convirtió en director técnico. Que vino como entrenador de la U, se fue sin pena ni gloria y, luego, ocho años después, volvió como entrenador de la selección nacional. Pero… ¿qué tuvo él que no tuvieron tantos entrenadores que nos dejaron en las puertas de ocho copas mundiales, después de aquella campaña de España 82, la última vez que una selección peruana llegó a un Mundial? Los expertos lo dicen mejor, pero, aparentemente, su presencia coincidió con un momento el que el fútbol peruano estaba listo para abandonar su precariedad histórica y pasar a ser un equipo competitivo. Más allá de eso, supo explotar como nadie las habilidades individuales de un grupo variopinto de jóvenes ajenos al estrellato mediático y, a la vez, ensamblarlos en un trabajo de equipo donde no había divos ni indispensables, lo que fue evidente en el repechaje, cuando Paolo Guerrero estuvo impedido de jugar por el malhadado caso de la taza contaminada. Desde que Gareca está al frente de la selección, no ha habido ni un solo escándalo de vedettes con peloteros, ni una indisciplina -por lo menos pública- y aquellos jugadores que antes se caracterizaban por su vida revoltosa, sus carrazos del año y sus alardes de estrellato (los pocos madurones que forman parte de un equipo de 24 años de edad promedio) ahora son unos soldados de la pelota y marchan al son que les toca su entrenador. Y el Perú se lo agradece. No por nada tiene 99% por ciento de aprobación entre la gente, una cifra increíble si se compara con los 37 puntos de aprobación del presidente Vizcarra (que se anda cayendo en las encuestas, pero aún es el político mejor visto) o los 15 puntos de Keiko Fujimori. “Gareca no es un político”, dirá usted, pero ni Gastón Acurio, probablemente el peruano de mayor predicamento -tanto que a menudo lo mencionan como presidenciable- ha llegado a esos niveles de aprobación. En suma, Ricardo Gareca, o “El tigre”, como lo llaman aquellos que adoran poner chapas ligadas a animales salvajes cuando tratan de elogiar a alguien, es ahora el personaje más querido del Perú, más que todos los políticos juntos, más incluso que Paolo Guerrero, el futbolista que volvió del frío de una suspensión y que ahora se encuentra jugando en Rusia, como soñó desde niño. La pregunta es: ¿Lo seguirá queriendo el Perú si nuestros seleccionados no llegan a semifinales? Este país veleta, que pasa del amor al odio con una rapidez pasmosa, no es precisamente dado a la gratitud y sí a la búsqueda desesperada de culpables cuando algo sale mal. Ahora lo tiene en un altar, junto a Santa Rosa de Lima y Fray Martín de Porres, pero nada garantiza que mañana no le estén lanzando las más furiosas diatribas. Por eso, es importante recordar que San Gareca nos ha realizado el milagro con el que los hinchas peruanos soñaron durante décadas y que, hasta solo unos años atrás, parecía imposible. Lo que ha hecho es suficiente para nacionalizarlo peruano y agradecerle por el resto de sus días. A estas alturas del cierre, aún no sé cuál habrá sido el resultado de nuestro primer encuentro, ayer, contra Dinamarca, pero sea cuál haya sido el score, igual podremos seguir rezando la oración que ronda los labios de todos los peruanos: Gracias, san Gareca, por el milagro concedido. Amén.