Podría jurar que, si a Adolf Hitler se le hubiera ocurrido fundar el Nacionalsocialismo en esta hermosa tierra del sol, hubiera terminado tocado de los nervios, taponeado de Aprazolam y agua de azahar hasta las orejas, y con las juventudes nazis bailando del ritmo de cualquier reggaetón calentón (y si con otro pasas el ratooo / vamo’ a ser felí, vamo’ a ser felí / felices los cuaaatrooo) después de revender sus botas en Las Malvinas para comprarse celulares robados. Bueh, tal vez no tanto, pero no hay que negar que nuestro país parece enemigo de cualquier planificación medianamente sensata, tanto que el censo que debe ya estar realizándose a estas alturas del domingo (eso, por cierto, si usted está leyendo este diario al mediodía y ya se han logrado sortear todos los obstáculos técnicos que los propios organizadores se han echado encima) parecía haber sido hecho justamente para ponerle las cosas más difíciles a todo el mundo, comenzando por los pobres empadronadores. Para comenzar, las directivas de la jornada fueron, desde un inicio, tan desordenadas y confusas, que dejaron a todo el mundo desconcertado y al borde de la sublevación. Primero fue la dichosa orden de inamovilidad, que, según los expertos en temas estadísticos, es tan necesaria como un traje de etiqueta en una pollada, porque no es necesario que estén todos los miembros de la familia en fila india delante del empadronador, pues para saber cuántos viven en un hogar basta que un adulto responsable responda las preguntas. Claro, lo que ocurre es que, antes de confiar en sus ciudadanos, el estado peruano prefiere sospechar que nuestra primera intención siempre es sacarle la vuelta y, por eso, hoy tendremos que colocar a todos nuestros consanguíneos a la puerta, incluyendo al abuelito con respirador y balón de oxígeno, al bebé recién nacido berreando para regocijo de los vecinos y a la tía loca que jamás sale de su cuarto, solo para que los empadronadores verifiquen que, en efecto, nuestras familias son una mala copia de Los locos Adams. Como dice Farid Matuk, el “censo de hecho” (ese que requiere mirar la cara de los miembros de la familia y asume como tales “a los que pasaron la noche en esta vivienda”, incluyendo al enamoradito de la hija adolescente que entró trepando por el jardín), es un concepto del siglo diecinueve, cuando no existían las tablets ni los tabuladores electrónicos, concepto que resucitó hace diez años don Alan García solo porque le vino a los forros. La otra gracia de la jornada fue amenazar a los ciudadanos que si, violentando la orden de inamovilidad, se les ocurría dar un paseíllo, digamos, para desestresarse de la espera, iban a ser detenidos de inmediato y llevados a la comisaría para ser censados allí. Luego, ante los reclamos, se agregó la variante de que serían “amablemente” detenidos y conminados a ir a la comisaría. Cuando por fin entendieron que la libertad de tránsito está constitucionalmente establecida y nadie te puede detener salvo razones muy específicas, salieron con que solo iba a ser una exhortación a colaborar con el censo, con sonrisita Colgate y palmadita en el hombro. Pero lo que ya roza los límites del surrealismo es que una de las preguntas del censo –probablemente la que más discusiones ha generado– deja a criterio del empadronado definir a qué raza o etnia pertenece. La dichosa pregunta reza: “Por sus costumbres o por sus antepasados, usted se siente o considera…” y larga una serie de opciones que ni son todas las que están ni están todas las que son. En un país donde hasta hubo un presidente de origen asiático, los chinos y japoneses brillan por su ausencia, pero son las opciones para aquel que tenga ascendencia afro las que resultan desopilantes: “negro, moreno, zambo, mulato, pueblo afroperuano o afrodescendiente”. ¿Juat? ¿Qué se habrán fumado los que hicieron la cartilla? ¿Cuál es la diferencia exacta entre afroperuano y afrodescendiente? ¿Cuántos grados en el pantone diferencian a un moreno de un zambo? ¿No son, finalmente, todos ellos afrodescendientes? De otro lado, en un país fracturado por el racismo y los complejos étnicos, dejar la tipificación racial al criterio de cada uno puede dar lugar a que la gente desinforme en lugar de informar. Ya en las redes sociales se ha armado en estos días tal despelote, que, al final, después de tremendo chambón, va a resultar que todos los peruanos procedemos de Melmac, salvo nuestras autoridades que, como todo el mundo sabe, viven en la luna de Paita. La dichosa pregunta reza: ‘Por sus costumbres o por sus antepasados, usted se siente o considera…’ y larga una serie de opciones que ni son todas las que están ni están todas las que son”.