El cine fue parte del emergente estilo de vida contemporáneo en épocas en las que el decadentismo del fin de siglo (una expresión acorde con la llegada del siglo XX y sus cambios culturales) se estableció en la cultura urbana. En Perú, la historia de la cinematografía es particular y poco conocida.
Cuando el cine llegó a Lima, lo hizo casi al mismo tiempo que en otras partes del mundo. Fue gracias a las invenciones del conocido Thomas Alva Edison, quien, a inicios del siglo XX, publicitaba ‘maravillas’ como la del vitascopio. En Perú, estas tecnologías tardaban apenas años para llegar.
Foto: Movistar Plus/Captura
Aquella típica imagen del cine primitivo que se nos ha quedado grabada —con el clásico público reunido en una sala que huye despavorido al ver un tren en marcha que se dirige hacia a ellos— pasó rápidamente en Perú para convertirse en una activa y novedosa oportunidad de negocio.
Fueron miembros de la aristocracia limeña los primeros en presenciar el celuloide en acción, alrededor de la década de 1910. Era usualmente para observar escenas exóticas de otros países, pero luego también imágenes de la Gran Guerra (Primera Guerra Mundial), que se desarrollaría por entonces.
El Gobierno de Oscar R. Benavides —de carácter populista— hizo fácil para muchos emprendedores limeños incursionar en el negocio del cine. Por supuesto, el modelo de establecimiento estaba aún por definirse, así que lo natural era que las exhibiciones cinematográficas tuvieran lugar en los teatros.
Aun así, el insumo vital de esta actividad era el cinematógrafo, invento de los hermanos Lumiere, con el cual el cine tomó su forma inicial. Este equipo no era imposible de conseguir y pronto muchos emprendedores obtuvieron uno para sacarle buen provecho, tanto filmando sus propias producciones como exhibiendo.
Fue así como en algunas de las principales plazuelas aparecieron carpas similares a las de los circos, hechas de un material que permitía translucir la luz. Eran armadas en las plazas debido a que allí estaban ubicadas las estaciones principales de los tranvías, otra popular invención modernista de la época.
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El tumulto de gente que bajaba en las estaciones permitía un potencial mercado de curiosos o ya prematuros amantes del cine para estos establecimientos. Los dueños aprovechaban la luz del sol en el día y del alumbrado público de las plazas en la noche.
El cine, por supuesto, tardó poco en encontrar estándares, incluso para la forma en cómo se ofrecía, que cambió tan rápido como los géneros. Si bien el evidente rasgo propagandístico e informativo no se diluyó hasta la segunda mitad del siglo XX.
la idea de ver películas en una carpa no perduró por mucho, probablemente por la llegada del cine sonoro —aunque, desde un inicio, las películas eran acompañadas por alguna grabación o número musical— y la necesidad de un ambiente sonoramente aislado.
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