De la icónica generación beat, sus pilares mayores: el narrador y el poeta. Jack Kerouac y Allen Ginsberg, respectivamente. Pero vayamos más allá de la leyenda y enfoquémonos en los discursos que los beats desarrollaron en solitario. La data oficial arroja que el movimiento duró de 1940 hasta mediados de los 60.
Lo que diferenciaba a Ginsberg de Kerouac era la inteligencia. La inteligencia del autor de En el camino yacía en la fuerza de su entusiasmo, pero en el hacedor de Aullido y Kaddish, entre otros títulos, descansaba en el innato cuestionamiento que partía de una formación de lecturas multitemáticas a las que tuvo acceso desde niño. Ginsberg fue el ideólogo de la generación beat, es decir, el discurso que sostenía la actitud y andamiaje rebelde, y cuestionador, del movimiento surgido en Estados Unidos. Cuando el auge del movimiento pasó a la parcela de la leyenda, más de uno comenzó a desarrollar proyectos personales, sin embargo, Ginsberg siguió siendo beat a su manera, dedicándose al activismo, a viajar por el mundo, a la exploración sensorial, deviniendo en una estela de historias y anécdotas que más de un escritor ha plasmado en novelas, cuentarios y crónicas. A saber, su encuentro con Martín Adán en Lima en 1960.
Ginsberg no solo era el maravilloso hechicero poético. Era un intelectual. Por esta razón, cualquier fanático, sea de Ginsberg o de la generación beat, o de ambas cosas a la vez, debería buscar Prosa deliberada (Ediciones UDP, disponible en plataformas), en la que tenemos en bandeja lo más selecto del pensamiento incendiario de Ginsberg.
El cóctel es el siguiente, anunciado en el subtítulo: Literatura, drogas, política, profecías.
Los textos que conforman esta miscelánea fueron publicados entre 1956 y 2000 (obvio, se han incluido textos póstumos, como “Recomendación de Gary Snyder”, “Prefacio y un trip (LSD)”, “Recomendación de Michael McClure a Guggenheim”, etc.), por ello, el abanico de tópicos que inquietaron al gurú se muestra por demás adictivo. Ingresamos pues a la laberíntica mente de un tipo que no solo se mostraba generoso en lo que sabía, sino también acucioso. Por ejemplo, cuando nos habla de los niveles de sonoridad en la poesía de William Blake. Ginsberg no exige del eventual lector que sepa lo que él, solo que este se ubique en un abierto estado mental y sensorial, y no es para menos, de la transmisión se encarga él, así estemos o no acuerdo con más de un postulado literario, así más de un tema abordado exhiba canas a razón de su fracaso práctico, pienso en “Contribución en prosa a la Revolución cubana”.
El espíritu híbrido potencia el discurso. Mediante esta frescura discursiva, el autor nos brinda un tono de intimidad que se nutre del impresionismo de la biografía, el arrojo conceptual (“la primera idea siempre es la mejor”), la sospecha malévola, la molestia contra el sistema imperial y la curiosidad insaciable.
Este libro ha sido traducido por un conocedor y admirador de la poética beat y de Ginsberg: el escritor chileno Rodrigo Olavarría, que sabe del asunto, tal y como lo demostró la ocasión en la que conversamos públicamente, en la FIL de Lima del 2014, y en sala más grande, la Vallejo, con lleno total, sobre su traducción de Kaddish. Ajá, lleno total, no por Rodrigo, menos por mí, sino por el espíritu de Ginsberg que seduce y aplasta, el mismo espíritu presente en las páginas de este librazo.