El año 2023 fue uno muy particular para la escritora Carmen Ollé (Lima, 1947). Incluso podría señalar que en función a ella fue histórico para la literatura peruana.
Recordemos: por los 70 años del suplemento El Dominical de El Comercio, se llevó a cabo una encuesta entre poetas y especialistas con el fin de elegir a los mejores libros de poesía peruana desde 1953. De las encuestas hechas por el semanario cultural en su aniversario, la concerniente a la poesía era la más importante y la razón era una sola: la alta calidad de la tradición poética peruana a nivel mundial. No hay exageración en el aserto. Si comparamos nuestra tradición poética con otras del mundo durante el siglo XX, la peruana no solo sale bien parada, sino también ganadora en más de un periodo. Una breve mirada a su desarrollo arroja nombres estelares, como César Vallejo, Martín Adán, Enrique Verástegui, Jorge Eduardo Eielson, Rodolfo Hinostroza, Blanca Varela y Emilio Adolfo Westphalen. Podemos seguir con nombres tops por décadas, signadas por la calidad y la cantidad, y admirarnos de lo que tenemos en poesía, calificado como el mayor de los géneros literarios. En este escenario, Noches de adrenalina (1981) de Carmen Ollé se impuso como el más votado, quedando en segundo lugar En los extramuros del mundo de Enrique Verástegui, exesposo de Ollé y padre de su hija Vanessa.
Para cualquier lector de poesía peruana, ese resultado es una sobredosis de ecos y ensueños marcados por la locura y las infinitas posibilidades de la noche. Uno de los libros más leídos y releídos de nuestra prosapia firmaba su referencialidad en medio de un cumpleaños de número redondo. Noches de adrenalina ya era canónico y, por consiguiente, un poemario influyente en las últimas generaciones de autoras y autores peruanos. En él, Ollé puso en el asador su mirada de mujer con un desenfado festivo que criticaba absolutamente todo. Sus páginas condensan la vitalidad de lo leído y gozado, el terror de la desesperanza y la fe en la poesía. Como los libros que interpelan, sus páginas suscitan distintas interpretaciones, no están condicionados por la mirada editorial del momento. A la fecha, ya es un clásico de nuestra tradición literaria.
Pero ese 2023 trajo otro acontecimiento literario: la publicación de Destino: vagabunda (Peisa), las memorias de Ollé.
Más de una certeza depara la lectura de Destino: vagamunda. Pese a no contar con muchas memorias, biografías y diarios —un ligero repaso resulta más que suficiente—, estamos ante una obra maestra de un género en el que más de uno en Perú ya quisiera destacar. No conozco autor peruano que no haya barajado alguna vez la posibilidad de escribir sus memorias. Las memorias hay que verlas como un símbolo de la legitimidad, dependiendo de la resonancia de su autor. Suena excluyente, todos pueden escribir sus memorias, pero los lectores, la mayoría de las veces, siempre favorecerán a los autores consagrados, a los que consideran que tienen algo que decir. Por eso extraña la ausencia de títulos de referencia habiendo plumas en condiciones de escribirlos.
Destino: vagabunda vendría a ser la trastienda del tránsito de Ollé en la escritura y la puesta en orden de su trayecto vital. Lo último deviene en sal, condimento que se agradece, porque alrededor de la autora existe una leyenda de la que nunca se ha preocupado por aclarar —no tenía que hacerlo, por cierto— y que en esta ocasión la administra sin ocultar datos, hechizando al lector con una brutal franqueza que no se estrella en imposturas (el corazón del efectismo), siendo tal cual en cada una de las ocho partes que conforman la narración (“El arte nuevo de escribir memorias”, “No era un paraíso la infancia”, “Descubrimientos”, “La Cantuta, Sendero Luminoso y las ONG feministas”, “Congresos literarios y festivales”, “La literatura”, “Perro celestial y otros amores” y “A modo de epílogo”), que tiene más del híbrido que de la linealidad contextual, como si en ese aparente desorden discursivo estuviera su magia atmosférica, es decir, la poesía.
Ollé no fue una mujer que pasó penurias. En su hogar no estuvo ajena a una surtida biblioteca, tuvo una buena educación y pudo desarrollar una sensibilidad que jamás la alejó de su primer amor: precisamente la lectura, de donde forjó su sensibilidad y pautó los lineamientos de su vida. Ollé ya de adolescente sabía que su vida sería lo más literaria posible. Cuando empezó a salir con Verástegui, rock star de la poesía peruana de los 70, ya tenía ganado un respeto como poeta sin haber publicado aún un libro. La leyenda ya la acompañaba, puesto que al buen concepto que se le tenía como escritora (ingresó al circuito con muchísimas lecturas de base), Ollé era el objeto de amor y deseo de toda su generación. Ollé: joven autoridad literaria y mujer fatal.
La autora lo cuenta todo y el híbrido es un aliado que le da carta libre para ir de un tópico a otro sin depender de la dirección temática de los capítulos. Su voracidad lectora va a la par de su hambre por la vida, y es consciente de las consecuencias materiales tras las decisiones tomadas. No hay lamento en estas páginas, menos posturas radicales. Ollé no contamina su discurso con agendas políticas, ideológicas y feministas, sus críticas tienen la validez del mundo interior tranquilo gracias a la exposición de su dimensión humana. No pretende pasar como heroína del sufrimiento, sino como una mujer que se asumió diferente desde la adolescencia, una soñadora que gusta de la literatura del exilio, que honra a sus amigos muertos (a saber, los párrafos dedicados a Miguel Gutiérrez) y es leal a sus amigas (Giovanna Pollarolo y Rossella di Paolo). Además, no se hace tanto problema con su esencia de mujer, no pierde el tiempo en discursos justificatorios, ni reivindicativos: no es mujer de un solo hombre, ni mujer de una sola mujer.
Cuando Ollé escribió Destino: vagabunda, lo hizo sintiéndose una grande de las letras. Exhibe el tono de los que saben que ya quedaron y bajo ese amparo el conservadurismo —lastre de la literatura contemporánea— no la ataca como a otros sí. Su relato fluye incluso en sus tramos de densidad, justificados y funcionales en el presente proyecto. Pero este relato es también magisterio. Ollé está de vuelta cuando medio mundo está de ida con el auge del híbrido, que algunos cantamañanas editoriales promocionan como novedad, cuando este es un género protagonista en toda la obra de Ollé, quien conoce de su larga tradición intertextual.
Pero el mayor aporte del libro, es su actitud ante la escritura y su verdad personal. La coherencia moral de Ollé es un llamado a la disidencia del qué dirán que macula no solo a la literatura peruana actual, sino a la hispanoamericana. Si se va a escribir del tema que sea, hay que hacerlo en respeto a los tópicos que se abordan sin apelar a trampas distractoras. De eso va la literatura y solo trascienden quienes han sido totalmente honestos en su ejercicio. Ollé es una adelantada a su presente en todo sentido.
Este libro es de lectura obligatoria (y no importa que haya sido publicado el año pasado. Ya es un clásico).