La República llega a la inauguración de la última exposición de la artista visual Sonia Cunliffe en el Centro Cultural Inca Garcilaso: Las monjas y la mar. La bella estructura del espacio acoge a los asistentes y opto por recorrer la muestra alejado de la algarabía. Con textos curatoriales de Juan Antonio Molina y de Fernando Ampuero, Las monjas y la mar confirma una vez más la solidez artística de Cunliffe.
Como su título lo indica, estamos ante una serie de fotografías que reflejan el contacto de un grupo de monjas con el mar, no obstante, hay un aura de misterio que barniza ese contacto: ¿quiénes son?, ¿de dónde vienen?, entre las preguntas inmediatas; o ¿cuándo fueron tomadas esas fotos?, ¿es acaso ubicable ese espacio geográfico? si nos ponemos específicos. En ambas instancias, yace la fuerza y la transmisión del lente de la artista, quien señala a La República: “Hay un tema fundamental en mi trabajo y es la humanidad, la persona, que en este caso es su contacto con el mar. El mar significa mucho para las personas. A la orilla del mar, ¿qué diferencia puede haber? No sé de dónde aparecieron estas mujeres, solo las vi en una mañana y empecé a seguirlas”.
El blanco y negro es parte de la poética de Cunliffe en toda su obra y estas monjas revelan un asombro, no a causa del contacto con las olas que revientan en la orilla, sino por el escenario que las lleva a descubrir la piel de sus tobillos y la interacción con los niños que se acercan a ellas y con quienes empiezan a jugar. “Es muy probable que ellas tengan una capacidad de goce con la naturaleza mucho más elevada que la nuestra. Quizá no pasen tanto tiempo en la calle, pero tampoco están dependientes de las cuestiones electrónicas como muchos de nosotros. Han desarrollado una sensibilidad que las lleva a disfrutar de la naturaleza de una forma distinta a la nuestra. Eso es lo que llamó mi atención cuando las vi”, precisa la artista para luego añadir: “Solo les pregunté si podía fotografiarlas, no más, no hablé con ellas”.
"Las monjas y la mar".
En Las monjas y la mar y el trabajo precedente de Cunliffe, se mantiene un sentido de universalidad.
“Lo importante es que el goce y el disfrute es igual para todos y en cualquier momento y época del mundo. No hay un antes y un después, es el ahora. A partir de estas imágenes, considero que podemos hacer varias interpretaciones. Las fotografías tienen un halo de misterio también, por eso yo no busco poner de dónde son ni en qué año se hicieron las fotos. Lo que me encanta es que la gente llegue y se pregunte si son los años 30, los años 40, pero finalmente si miras bien las fotografías, verás los tolditos modernos de esta época, o a la gente en bikini y en trajes de baño que se usan hoy en día y que no se usaban en el pasado. Entonces, esa primera mirada, entre la neblina y la aparición de estas mujeres vestidas de monjas, te lleva primero al pasado, pero si te acercas y empiezas a mirar con detenimiento, te ubicas en nuestro mundo de ahora. No doy toda la información para que el espectador pueda armar su propia historia”.
¿A qué se debe el crecimiento artístico de Cunliffe? A diferencia de no pocos artistas jóvenes con talento, Cunliffe muestra una ventaja a subrayar: la madurez de su mirada. El talento y la formación son insuficientes si la visión/perspectiva no está aterrizada. Por eso su trabajo es reconocido. Si a la fecha expone una vez más en el CCIG, no significa que la haya tenido fácil. Cunliffe ha enfrentado prejuicios sociales a los que se ha impuesto mediante el trabajo/la perseverancia y no la queja.
“Una de mis primeras exposiciones la hice en el segundo piso de una comisaría del Callao, en una zona picante. Se me cerraron puertas, pero me la busco. Yo vengo de ser profesora de educación inicial. He tenido mucho trato humano, siempre he estado en contacto con los niños, con los padres, es decir, he interactuado con un universo de personas que están dependiendo de ti. Yo era profesora de niños de un año, año y medio. ¿Te imaginas dejar a tu bebé con otra persona? Esa experiencia me hizo muy cercana a muchísima gente y me permitió tener una mirada más desarrollada de la vida”.
Que Las monjas y la mar sea la puerta de entrada a una obra que reconcilia y cuestiona, y a la vez posicionada: a la vanguardia de lo que apreciamos últimamente. Mientras la mayoría está de ida, Cunliffe está de vuelta.