The Idiot de Iggy Pop quizá sea el álbum más perfecto que haya escuchado. Sin duda alguna, este álbum figura entre mis cinco favoritos, de esos que llevarías a un búnker en caso de una explosión nuclear. La desgarradora voz de Iggy Pop en “Sister Midnight”, “Fun Time”, “Nightclubbing”, “China Girl”, “Tiny Girls”, “Baby”, “Dum Dum Boys” y “Mass Production”: las ocho canciones que conforman esta cohesionada y coherente geografía musical.
Vayamos a la génesis de The Idiot.
La historia nos relata que Bowie y Pop se encerraron durante meses, en 1976, en un departamento de Berlín para trabajar sus propios proyectos musicales. Entendamos el encierro en su sentido más amplio, puesto que ese departamento de Berlín se convirtió en la burbuja mediante la cual este par de artistas se dedicó a ver e interpretar el mundo. El inglés, infatigable desde 1967, sabía cómo controlar su contumaz consumo de drogas, cosa contraria con Iggy, que desde 1973, con la salida de Raw Power de The Stooges, había caído en un “bloqueo” creativo que quiso subsanar de la manera más imbécil: metiéndose en el cuerpo todas las drogas inimaginables, pensando que así conectaría otra vez con la sensibilidad que creía apagada, cuando lo cierto era que ese desbande emocional y neuronal lo estaba conduciendo hacia una cantada autodestrucción. Nuestro artista llegó a vivir en las calles, comía con indigentes, vendía su cuerpo y dignidad por heroína, al punto que llegó a barajarse la sospecha razonable de que ya estaba muerto. Tuvo que conocer el horror y la absoluta soledad, elementos que posteriormente fueron las piedras angulares del recambio estilístico y temático que canibalizaría en su álbum debut, The Idiot.
Fue David Bowie quien se lo llevó a Alemania. El creador de “Fame” fue el principal responsable de salvarlo de la muerte, no dudó en retirarlo de la clínica para enfermos mentales a la que había ido a parar, en donde pasaba sus días haciendo garabatos en el suelo y viendo programas de televisión por más de diez horas seguidas.
Fueron meses de eclosión creativa, pero por más inspirado que se sintiera, la poesía verbal no acompañaba a Iggy Pop. Bowie leía lo que escribía y lo animaba a seguir. Sin embargo, cierta noche en la que el frío alemán hacía sentir su fuerza, los músicos se dispusieron a dormir más temprano de lo acostumbrado. Bowie releía un tomo empastado de la poesía completa de John Donne. Para su encierro creativo, Bowie había dispuesto de más de cien libros, de clásicos de la literatura y del pensamiento. Leía todas las noches. En todos los días que llevaban en el departamento, Iggy no había mostrado interés por leer, la desintoxicación de la ansiedad no le permitía la concentración básica para hacerlo. Sin embargo, esa noche le preguntó a Bowie si podía recomendarle un libro. Como voraz lector, Bowie le entrega El idiota de Dostoievsky. Leyó la novela toda la madrugada y al terminarla, se puso a escribir como un poseído. Al cado de dos meses, tenía más de quince canciones escritas. Tocaba, entonces, lo más difícil: seleccionar las canciones.
"The Idiot" de 1977.
En esta parte del relato, entra el otro protagonista, el que faltaba: Lou Reed, que se encontraba de paso por Berlín. Los visitó sin consultar y se quedó con ellos cinco días, en los que los tres amigos revisaron las letras de las canciones. Lou Reed puso orden en el festín creativo de Iggy, quien tenía claro el panorama desde el primer momento que Bowie lo rescató del hospital psiquiátrico: su debut como solista no tenía que parecerse en nada a lo que había hecho en The Stooges.
La grabación se llevó a cabo durante los últimos meses de 1976. A los músicos invitados les sorprendió encontrar a un Iggy más tranquilo y en franco dominio de sus ataques vesánicos.
Uno de los más sorprendidos por el cambio musical de Iggy fue el legendario guitarrista Ron Asheton, en cuyos dedos yacía la atmósfera de todas las canciones de su álbum debut. Además, de vez en cuando, el recordado Martin Hannet se daba una vuelta desde Manchester para corroborar los chismes de la encerrona: que Iggy Pop estaba haciendo algo distinto, único.
Al terminar las sesiones de grabación, un aspecto empezó a preocupar a Iggy: la portada. Entonces, Bowie recordó que semanas atrás había estado caminando con Hannet y Vinny Reilly. Los tres buscaban un bar, no solo para beber, sino también para llevarse a la cama a alguna beldad africana, presentes en las ciudades alemanas a razón de la política de fronteras abiertas. No obstante, en la puerta de entrada del edificio vieron una placa bañada en oro que dada cuenta del ilustre invitado del departamento 977. En este departamento, en 1917, el pintor favorito de Bowie, Erich Heckel, hizo el ‘Roquairol’, en tributo a su amigo Ernst Ludwig Kirchner, herido de gravedad en la Primera Guerra Mundial.
Bowie no fue ajeno a la epifanía y él mismo se encargó de la portada del álbum. Dirigió con desmesurado compromiso la sesión de fotos. Más de quince mil fotografías (no por nada, la portada de The Idiot es la mejor de la década del setenta).
El álbum salió en 1977. Fue recibido con aprobación y extrañamiento. Al respecto, el crítico Lester Bangs señaló que la real valía de The Idiot se vería en el tiempo, el cual haría de este el mejor trabajo de Iggy Pop, a quien todos ya creían devorado por los gusanos. Escúchenlo. Se trata de una obra maestra.