Madrid. EFE
El año anterior a 1976, fecha del golpe de Estado del dictador Rafael Videla, Argentina vivió un periodo de “violencia extrema”, un tiempo poco conocido que Eduardo Sacheri rescata en Nosotros dos en la tormenta: “La única esperanza de Occidente es seguir buscando la manera de desarticular los fanatismos”.
Así lo afirma a EFE Sacheri porque Nosotros… aborda eso, el fanatismo de esos jóvenes revolucionarios que detrás de formaciones como el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) o guerrillas como la de los Montoneros mataron y secuestraron a esa élite burguesa, “los fachos”, que no comulgaba con sus ideales.
“Esa fue una época de fanatismos; lamentablemente, no es la última. Ni va a ser la última. En realidad, creo que la única esperanza de Occidente es seguir buscando la mejor manera de desarticular los fanatismos. Y a veces cometemos la ingenuidad de sentirnos a salvo, porque hasta en el nombre de las mejores causas podemos construir miradas únicas”, dice.
Esas miradas que son las que tienen Alejandro (miembro del ERP) y el Cabezón (Montoneros), dos amigos que luchan cada uno por su causa, dos radicales a los que el “plural les queda grande” y que son los que van hilando esta radiografía de pensamientos, ideologías, simbolismo y terror.
A través de un ritmo digno de la novela negra, Sacheri construye un relato universal de la mano de un conjunto de personajes que siembran el dolor a los que consideran la burguesía opresora, vecinos o profesores, porque, en palabras del autor, el frente de batalla de la guerra revolucionaria está a “a tres calles de aquí”.
Una novela sobre aquellos que desearon una revolución en una época muy difícil. Foto: EFE
Una historia esta con mucha documentación académica, pero poca ficción, así que sus fuentes no solo fueron los textos, sino los testimonios de algunos guerrilleros y víctimas de esta etapa de la historia más reciente de Argentina: “Traté con varios de ambos lados para escuchar y, sobre todo, para darle a la novela esa otra dimensión humana y cotidiana”.
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Convencido de que, pese a ser una historia muy argentina, se trata de un tema “universal” (así lo ha comprobado durante la promoción en México y Colombia), a Sacheri le parece que las heridas del pasado “tal vez no se cierran”, aunque cree que la manera de intentar sanarlas es “seguir conversando hasta que sea innecesario conversar”.
Pero, lamenta, no estamos en “ese camino”: “Tenemos esa sensación de que clausurar conversaciones es clausurar interpretaciones, y así corremos el riesgo de incomunicarnos”.
Eso sí, advierte, no todas las miradas son “legítimas”, como pone de manifiesto en Nosotros dos en la tormenta, así que lo que él hace es “constatar su existencia”.
Según concluye, escribir esta novela no ha sido un ejercicio “cómodo” porque no lo fue ese año de 1975, pero Sacheri apuesta por remover este “quilombo” para frenar el “grito de los diversos fanáticos”.