Su oficio es de matarife, sobre todo de políticos. Los liquida a golpe de trazos y cuyas “muertes”, con harta tinta derramada, no causan pena ni dolor, sino carcajadas. Omar Zevallos (Arequipa, 1958) lleva 45 años de caricaturista, ha trabajado en algunos diarios limeños de donde ha salido propiamente proscrito por defender su independencia, como le pasó hace años, cuando un director quería imponerle sus ideas para que él las trabaje.
Su arte, que se difunde en prestigiosos portales como Artoonclub y Toonpol, actualmente es celebrado con una muestra retrospectiva en el Instituto Quevedo de las Artes del Humor, en la Universidad Alcalá de Henares, España.
El urticante caricaturista arequipeño afiló lápiz desde niño. Recuerda que haber descubierto las caricaturas de Julio Málaga Grenet en una revista de su padre, le marcó esa pasión. Y con el paso de los años, aprendió a blandir ese arte contra los abusivos y el poder. Y en eso, empezó en casa, muy temprano, cuando su papá –un padre para un hijo adolescentes casi siempre significa el poder- pese a ser artista y profesor de la Escuela de Arte Baca Flor, no lo apoyó en su vocación de dibujante.
“Yo dibuja en el colegio, para mí era un juego en el que descubrí que me podía reír de los demás a través del dibujo. Pero al terminar secundaria no sabía qué estudiar. Le dije a mi padre para que me orientara y él me preguntó qué me gustaba hacer. Dibujar, le contesté. Eso no, arte, no, me respondió para luego preguntarme: ¿qué más te gusta? Los animales, le comenté. Y era cierto, yo coleccionaba fascículos de la vida natural. Bueno -me miró, entonces estudia biología. Y para reforzar su idea, me llevó a donde un profesor de biología, que era su amigo. Yo me quedé descolocado, pues pensé que él me iba a apoyar”, cuenta Zevallos.
Así empezó a estudiar biología en la Universidad San Agustín de Arequipa, y pensó que esa iba a ser su carrera. Pero no, su vocación de artista le llamaba. Entonces, le propuso a su padre que lo deje ir, de manera paralela a sus clases de biología, como alumno libre a la Escuela de Arte Baca Flor, total, los profesores eran amigos de su padre y solían llegar a su casa.
Es allí, en la Baca Flor, donde Omar Zevallos empezó la verdadera batalla contra el poder. Allí, junto a dos chicos, que le gustaba también a hacer caricaturas, formaron el grupo “Tres en contra” y, sin más, animados por un profesor, que le había mostrado los dibujos de Jorge Vinatea Reinoso, realizaron una muestra en pleno gobierno de Morales Bermúdez.
“La exposición fue un éxito total, asistió mucha gente. Fue tan exitosa la exposición que tres meses después hicimos otra con el títulos ´Tres en contra, a la mala´. Era momentos complicados para el gobierno militar porque había huelga de los maestros del Sutep y mucha represión. Nuestras caricaturas recogieron ese descontento y porque nuestras caricaturas eran frontales, la muestra solo duró la noche que se inauguró, porque al día siguiente fue vetada y nosotros terminamos en Seguridad de Estado”. Nosotros éramos chibolos de 18 y 19 años y estábamos asustados, pero mucha gente salió en marcha de protesta, los abogados más reputados de Arequipa nos defendían. Se armó una movida y, finalmente, un juez justo nos absolvió”, narra el caricaturista.
Omar Zevallos después viajó a Argentina y conoció en Buenos Aires e hizo amistad con el gran caricaturista Carlos Garaycochea, que lo hospedó y trabajó en su taller durante un año. A su regreso al Perú, desistió de estudiar biología para dedicarse a hacer caricaturas en periódicos y estudiar periodismo en la que ahora es la Universidad Bausate y Meza.
—¿Cómo es caricaturizar a un político y cómo a un artista o intelectual?
—Son distintos. Normalmente hay que diferenciar que la caricatura de un político casi siempre es para satirizarlo, para poner al descubierto esa parte oscura que no se ve. Pero cuando se trata de caricaturizar a un intelectual, un literato, es hacerle casi un homenaje. Esa es la diferencia.
—¿No hay empatías con los políticos?
—La caricatura política para mí no es negociable. Es decir, un caricaturista político es un columnista, es una persona que tiene un punto de vista, que tiene, probablemente, una posición política, una posición filosófica frente a la vida y tiene que hacerla respetar. Es decir, cuando uno entra como caricaturista político a un diario tiene que expresar su punto de vista. No es que tenga que obedecer a la línea política del periódico. Hay que diferenciar eso, porque muchos caricaturistas hacían caricaturas que el director quería que hagan. De hecho, yo dejo de hacer caricatura política en Correo porque el director de entonces, Aldo Mariátegui, quería que yo trabajara sus ideas y yo nunca las hice. Renuncié.
—¿Mantener esa independencia cuánto cuesta?
—Cuesta dejar de hacer caricaturas, dejar de expresarte. Como te dije, no es negociable, no hay forma de que yo acepte que se me impongan ideas, de ninguna manera. Y hay que estar atento, porque la censura viene disfrazada de distintas maneras.
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—Has dicho que, como caricaturista, ya no necesitas de los diarios.
—Por suerte, la tecnología, el avance de Internet, nos permite tener acceso a la información y a publicar cosas de una manera horizontal, libre. En las redes sociales, tú puedes publicar muchas cosas y decir lo que piensas. Ya no tienes que obedecer a ninguna presión, a ningún dictado y puedes escapar incluso de las censuras. ¿Te puedes someter a la opinión pública?, sí. Eso es válido, cada quien tiene su puntos de vista sobre determinadas cosas, pero, en efecto, las redes te da la libertad de poder expresarte como tú quisieras.
—El humor, la caricatura, por naturaleza, es irreverente. ¿Hay líneas éticas que guarda el caricaturista?
—Por supuesto. Sí, es irreverente, pero hoy el enfoque ha cambiado muchísimo. Por ejemplo, hacer contra las mujeres no está bien. Si antes nos reíamos del humor machista, que estaba en todas las publicaciones, ahora eso ya no es políticamente correcto, ya no está bien. Ya no hay ese criterio de superioridad que tenían los hombres, desde ese punto de vista machista en que hemos sido criados. Eso ya no está bien, no es válido. Yo no voy a hacer humor machista, hay límites que te marca la ética.
—¿Y la ética para con los políticos?
—También hay. Hay límites que te impone tu propia ética. Tú no puedes llegar al insulto a través de la caricatura. Sí a la ironía; sí, probablemente, a la ridiculización, pero no al insulto. Hay una línea muy delgada donde tienes que ejercer tu humor sin cruzar la línea. De lo que se trata es hacer humor inteligente.
—Alguna vez he visto tus caricaturas como pancartas en marchas de protestas, ¿qué te significa?
—Es que las caricaturas tienen un mensaje muy poderoso. Ese es el valor que tienen. Se dice siempre que una imagen vale más que mil palabras, y es verdad, un redactor expone una situación política en 500 palabras, un caricaturista lo puede hacer en un recuadro a través del dibujo. La imagen es muy poderosa. Que hayan tomado para pancartas mis caricaturas, para mí es un halago, un reconocimiento de que mi trabajo se entiende, que tiene un mensaje y que se comparte con mucha gente. Eso está bien.
—Para ustedes, los caricaturistas, las censuras siempre son elogios, ¿verdad?
—Sin duda. Creo que la censura es la prueba más palpable de que estás haciendo las cosas bien. Si has tocado las fibras más íntimas de una persona que tiene poder para censurarte, quiere decir que has dado en el blanco. Y eso es lo que siempre estamos buscando los caricaturistas, encontrar el punto exacto en el cual el caricaturizado siente que lo han descubierto, que lo han puesto en evidencia con las armas del humor. Y uno siente que ha trabajado muy fino. Creo que eso es lo que sentimos cuando hay censura. Eso sentí cuando nos pasó en la censura de la muestra en Arequipa durante el gobierno de Morales Bermúdez, pues sintieron la punzada de nuestra exposición.
—Los tiempo de paz, la democracia feliz, ¿son buenos para los humoristas políticos?
—No... Bueno, en realidad, sí. Está bien que eso pase, porque eso buscamos, queremos que siempre haya paz en el mundo. Pero siempre hay algo, en el mundo no todo es paz ni todo es guerra, no es blanco y negro. Siempre hay situaciones. Si no pasa en nuestro país, pasa en el mundo y ahora con el Internet es posible opinar libremente sobre distintos temas, como lo hago en los portales Artoonclub y Toonpol.
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—¿Qué te suscita el presidente Castillo en trazos de humor?
—Castillo es un fenómeno extraño, porque era, es, un dirigente sindical que accede a la presidencia y uno pensaría que iba a tomar decisiones adecuadas. Sin embargo, no solamente no la ha hecho sino que, además, no estaba preparado para gobernar, no tenía idea de cómo es la administración pública, de cómo se puede manejar un país, de cómo tomar decisiones de Estado. Entonces, desde la perspectiva de un caricaturista, caricaturizar esa situación ya es lindar con lo ridículo, porque ya de, hecho -sus gestos lo dicen-, son absolutamente ridículos. Sin embargo, sí, es un personaje al cual hay que desnudar, hay que mostrarlo tal cual es. Eso es lo que tenemos que hacer los caricaturistas.