Bogotá
El apego y la costumbre pueden crear relaciones “aparentemente armónicas”: matrimonios que sobreviven por costumbre, madres ajenas a la vida de sus hijas, hijas esclavas de sus madres... “El mundo de los afectos es terriblemente complejo y difícil”, reflexiona la escritora colombiana Piedad Bonnett.
Estas relaciones difíciles, centradas en una generación de mujeres, la que está entrando en los 60 y 70, que abrieron una brecha para las que vinieron después, sobre todo en lo laboral y en los derechos fundamentales, son las que aborda en su nueva novela, Qué hacer con estos pedazos (Alfaguara).
“Lo que yo quise fue revelar una realidad muy generalizada y de la que se habla muy poco, que se mantiene muy oculta”, asegura Bonnett en una entrevista con Efe.
Habla “de las mujeres de mi generación que (...) hemos estado peleando toda la vida por derechos fundamentales, pero que en ciertos aspectos de las relaciones afectivas no logramos avances suficientemente grandes”. Mujeres con habitación propia, pero presas de sus casas y de sus relaciones, y “esclavas de la culpa”.
La novela “nace del escepticismo” y de desacralizar cosas que se dan por sentado de su generación, aunque da una visión algo pesimista de la entrada a la vejez, con una protagonista que no sabe qué hacer con los pedazos de su vida.
“Yo no soy una convencida de que la vejez sea una condena de desgracia e infelicidad, por el contrario, creo que la vejez trae muchas libertades”, dice Bonnett (Amalfi, Antioquia, 1951).
Portada de Qué hacer con estos pedazos. Foto: difusión
Ella cree que gracias a la lectura, a la escritura, a su trabajo y la fe que tiene en lo que hace ha encontrado los orificios de salida que le permiten “disfrutar de las pequeñas cosas, tener como una cierta sabiduría que te impida tener rabia, que no te ancle ni en la desesperanza ni en el rencor de nada”.
También considera que ha conseguido “deshacerse” de la culpa creada por el cristianismo y que pesa sobre muchas mujeres, y que eso le ha permitido no padecer su peso en los episodios más duros de su vida, como cuando se suicidó su hijo Daniel.
“Yo sí creo que estoy muy liberada de la culpa, pero me falta liberarme de muchas otras cosas”, confiesa, porque “no hay existencia que no esté oprimida por cosas que no hemos logrado desterrar”.
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Dice la protagonista de la novela que “no conoce a nadie que se enferme o se muera el día que le toca” y eso cree que es lo que le ha pasado a su admirada Almudena Grandes, que falleció el pasado sábado.
“Almudena me parecía un ser extraordinario”, dice la colombiana, que la conoció por primera vez en un café de Madrid al que recuerda que Grandes llegó “muy desenfadada”. Perdura en su memoria como “muy iconoclasta, una persona muy libre en su manera de expresarse”. Una mujer que en cierta forma tiene paralelismos con Bonnett.
De esta forma, en su última novela, Bonnett aborda cuestiones incómodas como las relaciones difíciles entre padres e hijas y de estas con sus propios hijos; de las mujeres que se ven encerradas en un matrimonio por eso “tan inherente en la vida que es la compañía”, aunque no haya apego.
“El apego tiene que ver con el miedo: con el miedo a la soledad, con el miedo a no ser capaz uno solo con la vida, con el miedo a la enfermedad...”, ahonda la también autora de Lo que no tiene nombre.
En este difícil “mundo de los afectos”, “si hay tantos matrimonios aparentemente armónicos es porque hay un rinconcito en el que sofocar un montón de cosas o se aguantan un montón de cosas”.
Porque al fin y al cabo, las relaciones entre su generación y las siguientes tampoco han cambiado tanto aunque ahora se crean más efímeras: “Creo que en estos terrenos de los afectos y de la relación con los otros, las conquistas son muy lentas”, afirma.
Y continúa, en un mundo inmerso en un auge de los autoritarismos y desde un país donde la sociedad se “desensibilizó” tras tanto dolor y violencia: “Es más fácil cambiar el régimen de un país que cambiar una mentalidad en relación con los afectos”.