Santiago Roncagliolo no perdió la tentación de escribir sobre los abusos de pedofilia, casos que ocurren en algunas sectas religiosas. Acaba de publicar Y líbranos del mal (Seix Barral), que narra la historia de Jimmy, un joven que viene a Lima, tierra de su padre, desde los EEUU y descubre un pasado insospechado, como oscuro. La novela es un doloroso viaje a sus orígenes familiares.
La novela está concebida desde el laberinto de una familia. ¿La familia es una ventana para mirar las sociedades?
Siempre me han interesado las historias familiares, sobre todo de padres e hijos porque son las que van dando consistencia históricas de un país. Recibimos la memoria de nuestro país a través de nuestros padres y seguimos trabajando, seguimos viviendo según ese pasado y lo vamos cambiando para dárselos a nuestros hijos. Además, las historias familiares son las más dramáticas, las que nos conmueven y nos afectan, porque tienen que ver con quiénes somos. Descubrí en muchas conversaciones e investigaciones las historias de un pedófilo de lo más temible que escapó a Estados Unidos antes de que se supiese de sus crímenes, y que tuvo un hijo. Me interesó preguntarme ¿ese hijo sabe de dónde viene?, ¿sabe lo que era su padre, un monstruo?, ¿qué significa descubrirlo para él?
Hablando de monstruos, Gabriel Furiase, el líder de la secta, recuerda el caso de Sodalicio en el Perú...
Sin duda, allí está un poco la historia de Sodalicio. Yo había estado muy cerca de todas esas cosas. Después de que salió el libro Mitad monjes, mitad soldados, de Pedro Salinas y Paola Ugaz, empecé a darme cuenta de que yo tenía parientes y amigos que habían sido sodálites, curas que yo conocí y que habían estado cerca de eso. De repente descubrí que toda esa historia estaba ocurriendo a mi alrededor sin que lo supiésemos. Empecé a fijarme, no tanto en la parte periodística, sino me interesaba llegar, justamente, a donde el periodismo no puede llegar, porque el periodismo puede llegar a las denuncias de las víctimas y sobre lo que pasó, pero a mí, en mis novelas, me interesan los victimarios, de cómo alguien se convierte en victimario, qué es lo que pasó para que toda una comunidad sistematizase el abuso. Allí es donde yo quería explorar.
Jimmy en un momento dice “quizás la única forma de contar los hechos verdaderos sea salpicarlos de palabras de mentira”. ¿Ficción y realidad?
Hay muchas cosas, y lo digo como quien ha hecho periodismo, hay un límite en lo que puedes alcanzar periodísticamente. Por ejemplo, en un caso como este es difícil tener toda la información, es difícil que todas las víctimas hablen. Incluso si los victimarios hablan, es más posible que ellos te mientan, entonces hay una parte de la realidad que nunca conoceremos y eso solo será accesible con la imaginación.
Con tus libros periodísticos te has metido en líos, ¿ahora, con el este caso de esta novela, temes un problema?
No creo, porque lo mío es una obra de ficción. No pretende revelar nada que no hayan revelado Pedro y Paola. Es un trabajo de otra naturaleza, que pretende que nos preguntemos cosas más humanas y no penales. Sí creo que es una ocasión para decir lo que se está haciendo, no solamente con Paola Ugaz, sino con periodistas como João Paulo Cuenca, en Brasil, y en otros países, y es que el poder de las Iglesias ultraconservadoras católicas y evangélicas se está convirtiendo en una amenaza contra la libertad de expresión. Están usando el Poder Judicial para acosar y silencian a los periodistas. Creo que eso debería alarmarnos.
Tú has sido exiliado, regresaste a Lima, estudiaste en un colegio religioso. ¿Esta novela roza tu adolescencia?
No tanto la mía, pero sí la gente que yo conocí y que estuvo muy cerca de estos tipos de hechos. Aunque sí hubo un hecho que a mí me impactó. Alguna vez mencioné en una columna que había un padre en mi colegio que nos tocaba de manera impropia, nunca como en los casos que habla esta novela. Lo que me impactó fue la reacción de mis compañeros que en las redes sociales salieron, en tromba, a decir que eso no ocurrió, excepto los chicos a los que sí les había sucedido. Me impactó mucho cómo una verdad de esta naturaleza puede ser negada, incluso por sus posibles víctimas de algo peor. Pensando eso, me doy cuenta del valor de la gente que sale a denunciar este tipo de cosas.
Hay mucha hipocresía. A pesar de que en la comunidad hay homosexualidad, el discurso es homofóbico...
Esa es la clave. Entre toda la gente con la que hablé y ha vivido estos temas de pedofilia, una de las claves de los abusadores era precisamente el secreto, el tabú sobre el sexo, habitual en las congregaciones ultraconservadoras. Muchas de las víctimas de este libro, y esto lo tomé de testimonios reales, no sabían que estaban teniendo sexo. Después de pasar todo esto, abandonar las congregaciones, volvieron, digamos, a la vida civil, tuvieron parejas y cuando a estas les enseñaban ejercicios de espiritualidad, sus parejas les dijeron “eso no es espiritualidad, eso es sexo”. Es que estos adolescentes fueron totalmente desvinculados del mundo exterior, fueron abusados pensando en que eran elegidos, que eran diferentes y parte de la secta. Una secta te dice esta es tu élite, este es tu ejército y no debes dejar que nadie más influya en ti. Así te tienen en su poder, así es como entras a la boca del lobo.
En la novela sobre una enamorada se dice “es fea y además es chola”, ¿el personaje de Marisa Vega es una cuña feminista ante el machismo?
Eso ocurrió. Una de las primeras personas que hace la denuncia del Sodalicio es una mujer, que era marginada por ser mujer, pero logró ingresar y después es una de las que alza la voz contra lo que ocurre allí. Es muy interesante, y es un tema de muchos de mis libros, el machismo no solamente hace daño a las mujeres. El machismo obliga a los hombres a entrar en modelos que no necesariamente gustan. Incluso si eres un hombre heterosexual al viejo estilo, es posible que no seas un heterosexual que deberías ser para la regla establecida. El machismo también empuja a los hombres, les obliga a fingir ser algo que no son, de modo que los hombres, tanto de este libro como en mis otros libros, sufren el machismo, lo mismo que sufren muchas mujeres.
Leí que cuando eras niño descubriste que tu papá tenía un pasaporte en el que se le veía con bigote, y tenía otro nombre, y pensaste que era un agente secreto. ¿Era un papá de verdad y, al mismo tiempo, de ficción?
Era muy literaria esa historia del agente secreto, pero no era exactamente falsa, él estaba perseguido, deportado. Muchos de sus amigos, chilenos, argentinos, lo incentivaron y lo ayudaron, de modo que yo crecí en un mundo muy épico, donde había historias de gente que peleaba hasta la muerte por sus causas. Eso o te vuelve un suicida o te vuelve un escritor, pues estás escuchando todo el tiempo historias muy poderosas alrededor. Y muchas de esas historias, en particular, han alimentado mi novela La pena máxima, que habla de esos años de persecución latinoamericana y la Operación Cóndor.
La vida propia se va filtrando en las ficciones...
Siempre mis historias se van desarrollando a partir de cosas que he vivido, a partir de emociones que tengo, pero siempre se van convirtiendo en otra cosa, se van transfigurando mediante la ficción. La verdad es que la ficción también te protege. Mis libros tienen muchas cosas autobiográficas, pero yo solo sé cuáles, y a veces ni yo. Y eso me permite también contar historias sin hacerme vulnerable.
¿Crees que Keiko Fujimori es el mal menor?
Yo no sé quién es el mal menor. Lo que me parece más sensato después de las elecciones es la Proclama Ciudadana que se ha lanzado, que piden ciertos compromisos de garantías democráticas a los candidatos. No tengo idea por quién votar y estoy seguro de que escoja lo que escoja no me voy a sentir orgulloso.
Así como se dice en la novela, el pasado se lo come todo, el pasado también condena todo. ¿Quién de los dos te parece más condenado?
Muy difícil de decir, por lo menos en este momento porque Castillo está haciendo todo lo posible por no decir nada, no se conoce y Keiko está muy dedicada a llamar comunista a Castillo, pero sí está dejando claro, porque no hay un gesto, que no va a dejar de ser la Keiko de siempre.
“El poder de las Iglesias ultra-conservadoras se está convirtiendo en amenaza contra la libertad de expresión”.“Agente” Rafael Roncagliolo.