Juan Cruz. El País
Álvaro Santana-Acuña nació en La Laguna (Tenerife) hace 43 años. Probablemente esa es la ciudad canaria más lluviosa, pero fue en Harvard, en 2007, donde asoció el diluvio con Cien años de soledad, la principal novela de Gabriel García Márquez, en la que llueven hasta mariposas. Diluviaba sobre Harvard cuando él tenía que reunirse con la directora de su tesis y le vino a la cabeza el inmenso chubasco sobre Macondo, así que cuando la profesora le hizo esa sugerencia (“¿Por qué no trabajas en un proyecto sobre cómo Cien años de soledad se convirtió en un clásico?”) no pudo decirle que él ya había tenido la misma ocurrencia viendo llover en Harvard.
Él entró en contacto con la literatura del Nobel mientras estudiaba con el profesor Daniel Duque en el Instituto Cabrera Pinto de La Laguna. Duque lo puso a trabajar sobre El coronel no tiene quien le escriba, y fue en una de aquellas clases donde escuchó por primera vez el nombre de Aracataca, donde suceden la lluvia, las mariposas, los grandes árboles, las piedras prehistóricas, la fábrica del hielo y otros milagros que conforman el mundo de Macondo y de Cien años de soledad. A partir de ahí leyó este libro cuya vida ha sido su obsesión como estudiante en Harvard y, ahora, como profesor e investigador en Austin (Texas) (...).
Consecuencia de esa obsesión por lo que sucedió en Macondo es Ascenso a la gloria, biografía de Cien años de soledad, que acaba de salir en inglés (Columbia University Press) y cuya versión en español prepara ahora. “Del libro me fascinó la fluidez, y, en mi adolescencia, las descripciones de la vida sexual de los personajes, de los olores… En mi tierra es fácil tener esa sensación de que estás en lo que se cuenta en Cien años de soledad”.
¿No será que todo lector de esa novela ve en ese libro algo que le concierne? “Ese es el gran secreto de la novela y la gran dificultad de lo que supone escribir en literatura. En la entrevista que le dio a Luis Harss [autor de Los nuestros, primera indagación en lo que se acabaría llamando el boom] ya cuenta García Márquez, que aún no la había escrito, que se siente capaz de poder escribir una novela que integrase lo sensible, el héroe, las batallas, el amor, el drama, la comedia, la tragedia, la alegría. Son los elementos que hacen falta para lograr algo que llegue a muchos lectores… Como dice Natalia Ginzburg, en los años sesenta la novela burguesa estaba en crisis y García Márquez innova desde la vuelta al pasado. Como comenta Domingo Pérez Minik, (...) devuelve la novela a su esencia más básica, que es el narrar”.
“Sufre cuando escribe la novela. Pasó miseria. Ya había cerrado su contrato con Carmen Balcells y sabía que el boom estaba en marcha. Trato de descifrar en mi libro ¿qué ocurrió en el verano de 1965 para que Gabo se sentase a escribir la novela? Carmen Balcells viaja de Barcelona a México y se reúne con todos los editores y escritores para cerrar contratos con ellos. [José Manuel] Caballero Bonald le había contado en 1962 que por ahí andaba ese joven escritor (…)”.
Santana-Acuña relata los estados de ánimo de Gabo, su obsesión por no perder el tiempo, y en junio de 1966 hace en México una lectura. El periódico que da la noticia de esa lectura en la UNAM lo anuncia como Gabriel García. Él quería “que digan si les gusta o no aquellos que no me conocen..., y ahí fue cuando se convenció de que la novela era buena”. “Fabulosa”, le dijo el editor de Sudamericana, Paco Porrúa. Y empezó un boca a boca inmenso.
Sin un dato fuera de lugar, como un entomólogo pinchando mariposas, Santana-Acuña cuenta esa historia de éxito del clásico del siglo XX. “Es un libro rabiosamente humano. Gabo no solo escribió una novela buena. Es que publicó muchas novelas buenas. Y uno tiene donde elegir”. En ninguna, por cierto, llovió tanto, y eso es lo que él sintió, cuando se decidió a hacer su trabajo sobre el ascenso a la gloria de Cien años de soledad mientras llovía sobre Harvard como llovió una vez en Macondo. Y como tantas veces llueve sobre La Laguna.