■■ En las primeras décadas del siglo XX, en toda América Latina, aparecieron movimientos literarios que eran los abanderados de una renovación, especialmente en la poesía. Los más conocidos e influyentes fueron el estridentismo en México, con Maples Arce, el creacionismo en Chile que dirigía Vicente Huidobro, el ultraísmo en Argentina, capitaneado por Jorge Luis Borges, los poetas brasileños de la Semana de Arte Moderno en 1922. Y hubo en el Perú un poeta que él solo equivale a esos movimientos literarios: César Vallejo, con su libro Trilce, también de 1922. En 1925, un poeta de Jauja, Clodoaldo Espinoza Bravo, escribió: “Vallejo hará escuela y será el vallejismo”. Y esas palabras, menos conocidas que las de Antenor Orrego, similares, fueron proféticas. Más allá de las modas, pasajeras como lo dice su propio nombre, Vallejo, con las marcas de esa modernidad que no ponía títulos a los poemas, que los numeraba, que intercalaban neologismos con arcaísmos, que incorporaba a la escritura fragmentos balbuceantes de la oralidad, logra, ya en esos años, una poesía honda, conmovedora, intensa. Trilce es un libro que divide en dos a la literatura española, en un antes y un después, como ocurre con Tierra baldía de Eliot en la lengua inglesa.