Las ideas suelen atravesar las fronteras teóricas e instalarse, como migrantes ilegales, en otros ámbitos. Términos como trauma, que proviene de la medicina, o catarsis, que proviene de la filosofía aristotélica, viajaron hacia el psicoanálisis y de ahí al habla cotidiana. En cada una de esas localizaciones, se instalan e inician una vida nueva. Quizás el lugar de donde proviene la mayor cantidad de esos migrantes involuntarios, sea la filosofía. Palabras como dialéctica, epistemología o interpretación, han sido adoptadas y transformadas en todas las formas imaginables por el lenguaje de las masas.
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Lo propio ha sucedido con el existencialismo. Nacido en el siglo XIX, en la obra de Kierkegaard o Nietzsche, luego actualizado y revitalizado por Sartre y Camus en el siglo XX, ingresó al discurso político internacional hacia fines de la Guerra Fría. Por lo menos esto es lo que me responde el servidor de inteligencia artificial Gemini: “El uso del término ‘amenazas existenciales’ en política internacional, particularmente como un concepto analítico y teórico, se consolidó y se empezó a hablar de él con mayor énfasis después del fin de la Guerra Fría.”
Todos podemos constatar que el citado término hoy se encuentra omnipresente en las noticias mundiales, en particular en lo concerniente a las situaciones bélicas. Ucrania alega que la invasión Rusa es una amenaza existencial para ellos. Lo cual se auto explica dada la invasión que están sufriendo. Sin embargo, la Rusia de Putin contraataca diciendo que Ucrania supone una amenaza existencial para ellos, y por eso la invaden. Lo mismo sucede con Israel, que ataca las instalaciones de enriquecimiento de uranio en Irán, pues supone, como habrán adivinado, una amenaza existencial para el país gobernado por Netanyahu. Lo cual es apoyado por una mayoría de israelíes, quienes sin embargo reclaman, al mismo tiempo, el fin de la masacre en Gaza y el retorno de los rehenes, vivos o muertos. Como se ve, hay diversos tipos de amenazas existenciales; algunas son potenciales y otras actuales.
Nuestras amenazas existenciales no provienen del exterior, como en todos los ejemplos antes citados, sino del seno de nuestra política. Es un peligro con varios tentáculos: la erosión progresiva de nuestro sistema democrático, la pérdida angustiosa de la seguridad, la depredación del erario público, el aniquilamiento de la verdad y el abuso desvergonzado de la mentira, la contaminación de los ríos y la deforestación, el narcotráfico y la extorsión, etcétera.
Los peores enemigos del Perú son los que lo gobiernan, o dicen hacerlo, pues lo que se observa es un desprecio por las responsablidades propias de las más altas autoridades del Estado. Incluyendo, como se observa estos días, al alcalde de Lima, quien, con la proximidad de las elecciones, ha entrado en un frenesí de despropósitos, endeudando a Lima como si fuera una empresa personal que muy pronto abandonará a su suerte.
Lo del tren chatarra, dado de baja por contaminante e inadecuado en California, es un claro ejemplo de estos adefesios a los que no tiene habituados. A nadie sorprende que sus medidas no se adapten a los rieles o el recorrido del ferrocarril. Más bien confirma lo que vemos en sus promesas desde su campaña. Esa realidad paralela en la que parece vivir, es un claro ejemplo de amenaza existencial para la ciudad, a la que parece odiar.
Es evidente que nuestras amenazas no son potenciales sino actuales. Si nos apropiamos de la metáfora bélica, podemos afirmar que estamos bajo un ataque continuo. Lo saben las personas que sufren a diario asaltos y extorsiones en barrios abandonados por la policía, la cual a veces opta por aliarse con las bandas delincuenciales. Es muy triste constatar que ver al personal uniformado de esa institución, hace años que provoca, en vez de una sensación de protección, miedo. Es obvio que ese temor a la autoridad se agrava cuanto más desempoderada esté la persona que se los topa. Ser mujer, mestiza, perteneciente a un grupo LGTBQI+, o todas las anteriores, fragiliza la condición ciudadana, hasta desvanecerla.
Es claro que esto no se puede generalizar. Hay personal uniformado que da una lucha heroica para preservar los valores de su institución. Del mismo modo que estamos viendo en el Poder Judicial a personas valientes enfrentándose a la mafia que quiere imponer a alias “Vane”, como Fiscal de la Nación. Sería cómica la historia de su tesis con alas, la cual ha instalado un nuevo principio en el derecho peruano: nadie está obligado a presentar lo que no tiene. Si esto parece un tuit, es porque lo es. Lo escribí en X y recibí una de esas andanadas de trolls que ya a nadie sorprenden. Ellos también, los pagados y los entusiastas que lo hacen por cuenta propia, defienden con sus agravios al peligro que no se cierne: está corroyendo activamente nuestra existencia individual y social.
Terminemos esta enésima letanía deprimente recordando las ideas existencialistas, las cuales, paradójicamente, al asumir la angustia de vivir, abrieron el camino de la responsabilidad y la libertad. “El hombre está condenado a ser libre” dijo Sartre. Y Camus nos confrontó con la indiferencia del universo, de la cual se desprende su filosofía de lo absurdo. Pero en lo que todos coinciden, desde Kierkegaard, es en la libertad radical y la necesidad de crear nuestro propío significado. Los fiscales que pararon a la mafia lo han demostrado. A nosotros nos incumbe hacer lo que podamos para apoyarlos y enfrentar esta amenaza existencial.
Jorge Bruce es un reconocido psicoanalista de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado varias columnas de opinión en diversos medios de comunicación. Es autor del libro "Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y racismo".