Politóloga, máster en políticas públicas y sociales y en liderazgo político. Servidora pública, profesora universitaria y analista política. Comprometida con la participación política de la mujer y la democracia por sobre todas las cosas. Nada nos prepara para entender al Perú, pero seguimos apostando a construirlo.

Oportunidad e inoportunos, por Paula Távara

Tomar decisiones casi nunca es sencillo. Cada una o uno de nosotros puede seguro hacer memoria de situaciones en las que la decisión pareció muy obvia y evidente y otras en las que las que tuvo que analizar distintos factores, incluido preguntarse ¿es este el momento indicado para esta decisión?

Y es que incluso cuando la decisión pueda verse como objetivamente buena, a menudo llevarla a cabo en un contexto adverso puede evitar que los resultados sean los deseados. Se trata de tener la capacidad de identificar el momento “oportuno” para que las posibilidades de que esa acción o decisión genere un resultado positivo o beneficioso de incrementen.

Si este sentido de oportunidad es de suma importancia para la vida individual de cada persona “de a pie”, en la política, y en la toma de decisiones de los actores políticos, la capacidad de tomar decisiones oportunas cobra una relevancia esencial.

El análisis de la oportunidad, o la pertinencia, en el caso de los actores políticos, no puede quedarse en el campo de los datos duros, las necesidades propias o incluso los beneficios objetivos que una decisión parezca involucrar, sino que deberá considerar un factor adicional y de máxima relevancia: la percepción de la ciudadanía sobre la oportunidad de la decisión tomada.

Y aquí vale la pena añadir un apunte: El sentido de oportunidad no se trata sólo de decidir bien cuándo HACER, sino también cuando NO HACER. Así, como leí alguna vez “un político maduro debe tener sentido de la oportunidad: hacer comentarios oportunos y tener silencios oportunos”. Cuando actuar, y cuando no.

Podemos recordar como las declaraciones de la señora Dina Boluarte sobre “el menú de diez solcitos” (frente al reclamo de ciudadanas de más presupuesto para programas sociales) resultaron en el repudio general y siguen siendo recordadas cada vez que alguna de sus angurrias de lujo y boato es conocida.

Y sobre este mismo personaje y sus acciones “inoportunas”, es posible intentar analizar objetivamente la necesidad de revalorar el salario de quien ostente la presidencia de la República pero ¿era oportuno, señora Boluarte, con 2% de aprobación y ningún resultado destacable de su gestión, pedir duplicarse el sueldo?

Cuando estas impertinencias ocurren, corroboramos la languidez de un gobierno que Rodrigo Barrenechea a descrito bien como una “Mequetrecracia”. Solo eso explica que ni un solo asesor haya tenido la capacidad de decirle “no se haga eso señora”.

Pero la falta de sentido de oportunidad no alcanza sólo al Poder Ejecutivo. Recientemente, frente a un debate sobre la pertinencia de una nueva normativa electoral, un colega espetó con razón “si una ley no es oportuna, entonces, sencillamente, no es buena”.

Cuando previo a la reforma constitucional que hizo el Congreso para restablecer la reelección parlamentaria algunas personas insistieron en los excelentes resultados que en la calidad democrática de otros países tenía dicha medida, sostuve que “mientras que lo deseable sería que la ciudadanía pudiese sentir confianza en que un Senado genere mejores leyes, y que la reelección fortalezca la sapiencia política de sus representantes, lo que se siente en el aire es interés particular, intentos de reelección y formas de garantizar los intereses y el control de los partidos políticos que conformarán bancadas parlamentarias”.

Lo mismo ocurre hoy con decisiones que se vienen adoptando en cuanto a la posibilidad de que congresistas puedan realizar actividades parte de las campañas proselitistas de sus partidos.

Esclarezcamos que quienes son congresistas lo hacen en representación de la ciudadanía, pero usando como vehículo para llegar allí a los partidos políticos los mismo que tienen ideologías, programas de gobierno, posturas y grupos poblacionales a los que representan preferentemente. Por tanto, los congresistas de estos partidos habitualmente expresan, defienden y promueven “posiciones ideológicas, programáticas y partidarias ".

Dicho esto, ¿es oportuno facilitar que desde su labor parlamentaria puedan promover estas posturas a costa abandonar las labores de representación y legislación para acompañar a sus candidatos a mítines y demás actividades de campaña?

Recordemos que los parlamentarios reciben asignaciones para “gastos de representación” y para cubrir las actividades de la semana de representación. ¿Cómo se determina dónde empieza y dónde termina lo que se gasta en representación y lo que se gasta en campaña?

Gravemente inoportuno además justificar esta decisión diciendo que como los actuales parlamentarios tienen una alta desaprobación deben poder invertir el tiempo de campaña en mejorar su imagen pública. Cinco años han tenido para mejorar su imagen pública, para legitimar la acción política y legislativa. La reelección debiese ser producto del éxito de su función y no de un intento de lavada de cara de última hora.

El país requeriría de políticos que muestren responsabilidad con las preocupaciones de la ciudadanía y con la necesidad de relegitimar la política, pero los nuestros siguen priorizando, a todo nivel, su oportunidad de acomodar normas a su beneficio. Una retorcida forma de ver el sentido de oportunidad.

Así, sólo queda a la ciudadanía exigir oportunamente respuestas claras a quienes gobiernan y quienes quieren gobernar. Y avanzar a las elecciones buscando la oportunidad de cambiar nuestra política para mejor. De otro modo, seguiremos en manos de un montón de inoportunos.

Tomar decisiones casi nunca es sencillo. Cada una o uno de nosotros puede seguro hacer memoria de situaciones en las que la decisión pareció muy obvia y evidente y otras en las que las que tuvo que analizar distintos factores, incluido preguntarse ¿es este el momento indicado para esta decisión? 

Y es que incluso cuando la decisión pueda verse como objetivamente buena, a menudo llevarla a cabo en un contexto adverso puede evitar que los resultados sean los deseados. Se trata de tener la capacidad de identificar el momento “oportuno” para que las posibilidades de que esa acción o decisión genere un resultado positivo o beneficioso de incrementen. 

Si este sentido de oportunidad es de suma importancia para la vida individual de cada persona “de a pie”, en la política, y en la toma de decisiones de los actores políticos, la capacidad de tomar decisiones oportunas cobra una relevancia esencial.

El análisis de la oportunidad, o la pertinencia, en el caso de los actores políticos, no puede quedarse en el campo de los datos duros, las necesidades propias o incluso los beneficios objetivos que una decisión parezca involucrar, sino que deberá considerar un factor adicional y de máxima relevancia: la percepción de la ciudadanía sobre la oportunidad de la decisión tomada. 

Y aquí vale la pena añadir un apunte: El sentido de oportunidad no se trata sólo de decidir bien cuándo HACER, sino también cuando NO HACER. Así, como leí alguna vez “un político maduro debe tener sentido de la oportunidad: hacer comentarios oportunos y tener silencios oportunos”. Cuando actuar, y cuando no.

Podemos recordar como las declaraciones de la señora Dina Boluarte sobre “el menú de diez solcitos” (frente al reclamo de ciudadanas de más presupuesto para programas sociales) resultaron en el repudio general y siguen siendo recordadas cada vez que alguna de sus angurrias de lujo y boato es conocida.

Y sobre este mismo personaje y sus acciones “inoportunas”, es posible intentar analizar objetivamente la necesidad de revalorar el salario de quien ostente la presidencia de la República pero ¿era oportuno, señora Boluarte, con 2% de aprobación y ningún resultado destacable de su gestión, pedir duplicarse el sueldo? 

Cuando estas impertinencias ocurren, corroboramos la languidez de un gobierno que Rodrigo Barrenechea a descrito bien como una “Mequetrecracia”. Solo eso explica que ni un solo asesor haya tenido la capacidad de decirle “no se haga eso señora”. 

Pero la falta de sentido de oportunidad no alcanza sólo al Poder Ejecutivo. Recientemente, frente a un debate sobre la pertinencia de una nueva normativa electoral, un colega espetó con razón “si una ley no es oportuna, entonces, sencillamente, no es buena”. 

Cuando previo a la reforma constitucional que hizo el Congreso para restablecer la reelección parlamentaria algunas personas insistieron en los excelentes resultados que en la calidad democrática de otros países tenía dicha medida, sostuve que “mientras que lo deseable sería que la ciudadanía pudiese sentir confianza en que un Senado genere mejores leyes, y que la reelección fortalezca la sapiencia política de sus representantes, lo que se siente en el aire es interés particular, intentos de reelección y formas de garantizar los intereses y el control de los partidos políticos que conformarán bancadas parlamentarias”.

Lo mismo ocurre hoy con decisiones que se vienen adoptando en cuanto a la posibilidad de que congresistas puedan realizar actividades parte de las campañas proselitistas de sus partidos.

Esclarezcamos que quienes son congresistas lo hacen en representación de la ciudadanía, pero usando como vehículo para llegar allí a los partidos políticos los mismo que tienen ideologías, programas de gobierno, posturas y grupos poblacionales a los que representan preferentemente. Por tanto, los congresistas de estos partidos habitualmente expresan, defienden y promueven “posiciones ideológicas, programáticas y partidarias ". 

Dicho esto, ¿es oportuno facilitar que desde su labor parlamentaria puedan promover estas posturas a costa abandonar las labores de representación y legislación para acompañar a sus candidatos a mítines y demás actividades de campaña?

Recordemos que los parlamentarios reciben asignaciones para “gastos de representación” y para cubrir las actividades de la semana de representación. ¿Cómo se determina dónde empieza y dónde termina lo que se gasta en representación y lo que se gasta en campaña?

Gravemente inoportuno además justificar esta decisión diciendo que como los actuales parlamentarios tienen una alta desaprobación deben poder invertir el tiempo de campaña en mejorar su imagen pública. Cinco años han tenido para mejorar su imagen pública, para legitimar la acción política y legislativa. La reelección debiese ser producto del éxito de su función y no de un intento de lavada de cara de última hora. 

El país requeriría de políticos que muestren responsabilidad con las preocupaciones de la ciudadanía y con la necesidad de relegitimar la política, pero los nuestros siguen priorizando, a todo nivel, su oportunidad de acomodar normas a su beneficio. Una retorcida forma de ver el sentido de oportunidad.

Así, sólo queda a la ciudadanía exigir oportunamente respuestas claras a quienes gobiernan y quienes quieren gobernar. Y avanzar a las elecciones buscando la oportunidad de cambiar nuestra política para mejor. De otro modo, seguiremos en manos de un montón de inoportunos.

Paula Távara

Politóloga, máster en políticas públicas y sociales y en liderazgo político. Servidora pública, profesora universitaria y analista política. Comprometida con la participación política de la mujer y la democracia por sobre todas las cosas. Nada nos prepara para entender al Perú, pero seguimos apostando a construirlo.