Héroes y perpetradores
Jelke Boesten y Lurgio Gavilán acaban de publicar un libro con testimonios de exsoldados que lucharon contra la subversión, el que permite entender cómo las ideas sobre sexualidad aprendidas en los cuarteles propiciaron la violencia sexual perpetrada durante el conflicto.
En la memoria de los años de la guerra interna, sus voces apenas existen. Está la versión institucional de las Fuerzas Armadas (FFAA), centrada en el heroísmo de los soldados. Está la de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) y de las propias víctimas, enfocada en los crímenes contra los derechos humanos.
Pero la versión de los veteranos del conflicto armado interno apenas se escucha, tal como lo destacan los investigadores Jelke Boesten (King’s College London) y Lurgio Gavilán (Universidad San Cristóbal de Huamanga) en su libro Perros y promos. Memoria, violencia y afecto en el Perú posconflicto (IEP, 2023).
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Se trata de un conjunto de testimonios de exsoldados que sirvieron en los peores años de la lucha antiterrorista, en los que repasan episodios de su vida que los marcaron hasta hoy, como el tiempo que pasaron como novatos (“perros” en la jerga militar), plagados de violencia y abusos, y las jornadas de persecución y enfrentamientos con los terroristas.
En las conversaciones con la treintena de veteranos que sirvieron de fuentes de información, Boesten y Gavilán escuchan relatos duros, incluso algunos que revelan la comisión de atrocidades. Pero, al mismo tiempo, esas historias dejan claro que esos hombres, reclutados cuando eran unos muchachitos, fueron, de algún modo, víctimas de un sistema que los moldeó para que cometieran actos de violencia y crueldad de forma implacable.
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Violaciones toleradas
Eso queda de manifiesto en el capítulo en el que se aborda cómo la construcción de la masculinidad militar en los cuarteles propició el abuso, en particular el abuso sexual.
Los exsoldados entrevistados relataron episodios de maltratos y humillaciones, de las que fueron víctimas o testigos, en las que el componente sexual solía estar muy presente: por ejemplo, vestir a los “perros” de mujer y obligarlos a bailar de forma femenina, para deleite de los antiguos. O acusar de “cabros” a los reclutas que se negaban a atenderse con las trabajadoras sexuales que los jefes llevaban cada cierto tiempo a los establecimientos militares.
Lurgio Gavilán. Foto: archivo LR
Algunos veteranos cuentan haber presenciado violaciones sexuales, casi siempre cometidas contra los reclutas. Y que algunos superiores los obligaban a “ser mujer” con ellos.
Boesten y Gavilán señalan que los jefes reforzaron la idea de que los verdaderos hombres no pueden controlar su sexualidad, lo que derivó en una tolerancia hacia el abuso sexual. No solo entre los propios militares sino, sobre todo, contra las mujeres que eran capturadas, bajo sospecha de ser subversivas, y contra las que vivían en los caseríos cercanos.
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Historias como las que cuentan “Lobo” y “Chakal”, de la mujer a la que le llevaban víveres para que les dejara penetrarla, o la de la muchacha capturada en una emboscada a la que “los antiguos llevaban a la cuadra”, o la de las hermanas huérfanas a las que visitaban cada cierto tiempo para “ponerse al día”, son relatadas con naturalidad, como si fueran encuentros de sexo consentido y no como lo que muy probablemente fueron: violaciones sexuales.
Jelke Boesten. Foto: archivo LR
Hoy sabemos –indican los autores–, como señalan los testimonios recogidos por la CVR y otras investigaciones, que ese tipo de episodios “eran experiencias traumáticas de violación”, tal como ha quedado de manifiesto en el emblemático proceso judicial de Manta y Vilca.
“La jerarquía militar sabía exactamente lo que ocurría”, escriben Boesten y Gavilán. “Se fomentaba la idea de que los ‘verdaderos soldados’ tienen necesidades sexuales naturales y legítimas, que se debían satisfacer por medio del deporte, la pornografía, las prostitutas y el acceso a mujeres civiles y/o prisioneras”.