La rebelión de los Wancho-Lima
Hace exactamente un siglo, luego de una pandemia y de una guerra mundial, un poblado puneño denunció a los gamonales, se alzó contra el Gobierno central y decidió fundar la nueva capital del Perú a orillas del Titicaca.
Poco antes del autogolpe de Pedro Castillo, una noticia procedente de Huancané, a orillas del lago Titicaca, pasó desapercibida en medio de tanta miasma política: un grupo de vecinos ilustres inauguraron los bustos y la cripta dedicada a los héroes de una rebelión indígena conocida como Wancho-Lima.
La insurrección sucedió hace exactamente un siglo, en 1923, cuando un grupo de dirigentes locales viajó a Lima para reunirse con el entonces presidente Augusto B. Leguía, en el marco de una política proindigenista que solo quedó en el papel. Los dirigentes expusieron el grave problema que afectaba a sus comunidades, referido a la abusiva invasión de sus tierras ordenada por los gamonales puneños. A raíz de la gran demanda de lana provocada por la Primera Guerra Mundial, los gamonales se apoderaron de las tierras y ganado de los ayllus locales. En Lima escucharon sus quejas pero nada hicieron para solucionarlos, así que esos mismos dirigentes retornaron a Huancané y decidieron romper palitos con “el señor Gobierno” y la capital de la República. Fue así que decidieron rebelarse contra los gamonales y hacer realidad un sueño fundacional: una nueva capital peruana en el altiplano puneño y a orillas del lago sagrado de los incas.
“Carlos Condorena Yujra, Rita Puma, Evaristo Corimayhua Carcasi, Mariano Luque Corimayhua, Pedro Nina Cutipa Corimayhua, Melchor Cutipa Luque, Antonio Francisco Luque Luque, Mariano Mercedes Pacco Mamani, entre otros, se convirtieron en líderes de los insurrectos”, nos dice el colega Fernando Chuquipiunta Machaca, descendiente directo de uno de los rebeldes y propulsor de la instalación de los bustos y de la cripta de los héroes, así como del cambio de nombre de algunas de las calles de Huancané.
“Los dirigentes de Wuancho decidieron construir una ciudad con los mismos planos urbanos de la capital peruana (ver ilustración), a la que llamaron Wancho-Lima, capital de la República Aimara Tahuantisuyana, como sociedad emblemática de la reivindicación de los derechos ciudadanos de la cultura aimara. También construyeron locales para ministerios, escuelas, mercados, calles y avenidas”. relata Chuquipiunta.
Guerra avisada
La sublevación fue registrada en Puno por el diario El Siglo, fundado por Carlos Oquendo Álvarez (padre del poeta Carlos Oquendo de Amat). También por Gamaliel Churata cuando era director de la Biblioteca Municipal de Puno. José Carlos Mariátegui, Jorge Basadre, Wilfredo Kapsoli, Manuel Scorza, Pablo Macera, José Tamayo Herrera, Teobaldo Loayza Obando, Augusto Ramos Zambrano, José Luis Rénique, Leoncio Mamani Coaquira, entre otros, figuran entre los académicos que han estudiado la rebelión. Pero es el escritor José Luis Ayala Olazával quien dedicó varios títulos a resaltar, con una impecable dosis de ficción, esta rebelión perdida y a los líderes insurgentes.
Ahora que vemos las tropas y blindados del ejército en las calles de Puno, es bueno saber que la rebelión de los Wancho-Lima no tuvo un final feliz. Todo lo contrario. El Gobierno de Leguía ordenó una brutal represión. El 16 de diciembre de 1923, el barco Los Incas (sic) trasladó a 400 soldados dirigidos por el capitán Luis Vinatea. La orden era tierra arrasada. Don Evaristo Corimayhua Carcasi encaró al capitán Vinatea y lo destruyó con sus argumentos. Tal atrevimiento le costó la vida. Fue el primero en ser fusilado antes de que se desatara una masacre que, hasta la fecha, no tiene una cifra oficial de muertos. “Las nuevas generaciones tienen el deber de conocer el pasado para que no se repitan los hechos”, sentencia Chuquipiunta.