Javier Echecopar: “La música nos puede ayudar a tener un país más potente“
Un ser de música, de cuerdas de guitarra, de tonalidades y colores es Javier Echecopar, autor del reciente libro La música del Perú. Tras los códigos de nuestras identidades culturales.
Allí, en más de 600 páginas, comparte con un lenguaje coloquial, muy claro y sencillo, todas sus valiosas reflexiones sobre la música peruana a partir de sus vivencias e investigaciones, de sus creaciones, de sus hallazgos y de su intenso caminar por el mundo académico, por las regiones, por el pasado y presente de nuestra diversidad cultural.
¿A qué edad, en qué momento, se da cuenta de la belleza de nuestra música?
Bueno, qué le digo, seguramente que algunos venimos con antenas diferentes a otros. Mi hermano mayor me decía, oye, tienes una sensibilidad especial. Y, sí, captaba un poquito más. Después con el tiempo me di cuenta que yo era sinestésico. Muchos lo son, captamos que las tonalidades también tienen colores y a veces también gustos. Desde muy chico me gustó, siempre recuerdo mi imagen de niño de 3 años bailando, con un ritmo especial. Y a los 8, una tía abuela extraordinaria, la primera piloto aérea del Perú que tomó fotos de Lima desde arriba, también con muchas antenas, un día me dijo: tú tienes cara de músico. Creo que ahí comenzó todo.
También su madre fue una influencia.
Mi madre es otra de las culpables, porque ella fue muy música y poeta. Nunca la dejaron ser, mi papá estaba allí y no se logró liberar, pero esa era la época, hay otros casos como el de Chabuca Granda y Alicia Maguiña que sí se liberaron. Pero tuvimos sus libros, agendas, todo lo guardamos y hemos publicado, incluso yo hice un disco con su música y valses, tenía huaynos, marineras…
¿Hubo más música en su adolescencia?
Me empecé a juntar con gente que tocaba la guitarra. Y llegó un francés que estaba de paso por acá, en la época de los cafés concert, creo que tenía 15 años, y me dijo, oye, te doy clases gratis.
Allí comenzó. Por esa época tuve un grupo con el que hasta amenizábamos reuniones los sábados.
Tocaba nueva ola y rock and roll.
Sí, nueva ola, de Los Doltons, imitábamos a los argentinos que nos llegaban también. Por supuesto, los Beatles… Y conocía un poco de valses y marineras, pero aún no había comprendido en qué país había nacido musicalmente hablando.
No conocía la música andina.
Tendría 9 años, compartía cuarto con mi hermano y tenía un radio transistor en el que caigo al final del dial, ¿qué había allí? Huaynos...
... En la AM.
Así es, en la AM, al final, al lado derecho. Escuchaba huaynos. Pero si mi hermano ingresaba lo apagaba al toque, o si pasaba mi hermana lo ponía bajito. Es curioso, ¿no? así estamos formados. Yo tenía un poco de vergüenza, pero me gustaba. Luego, llegué al Conservatorio, donde nunca se escuchó nada de la música llamemos nacional, tradicional, popular, y muy poco de nuestros compositores académicos que se habían quemado pestañas escribiendo su música. Nos dedicábamos a Bach, Mozart, Haydn, Beethoven, lo cual era necesario para la formación… Recuerdo que mi primer recital lo di en el Cocolido, a los 17 años.
domingo
Sus viajes fueron importantes.
Todo se fue sumando. Hubo un viaje a Huancayo y en un momento dado vi a una mujer de rojo que la llevaban en un anda y se puso a cantar. Mis colegas se fueron, yo me quedé escuchando... También por esos años un español hippie me dijo para ir a la selva profunda del Alto Marañón, por el Pongo del Manseriche. Me fui con el grupo y lo que sucedió es que el río subió y Sinamos prohibió se navegara porque era peligroso. ¡Me quedé tres meses! Es decir, ingresé al Perú profundo por la selva. Y lo agradezco, me dejó una gran huella.
En el libro dice, “me dediqué a escuchar no solo a los vivos, sino también a los muertos”.
Se puede pensar que con internet, la difusión del conocimiento es mucho más rápida y fácil, pero quienes hemos tenido la suerte de tener a maestros al frente, de carne y hueso, y conversado o tener clases con ellos, es algo que no se olvida. Yo no conocí a Béla Bartók, pero sí a Olivier Messiaen, ese gran compositor francés. Y Celso Garrido Lecca fue mi profesor. Creo que nos hemos olvidado mucho de la gente mayor, mientras ciertas civilizaciones, los tibetanos por ejemplo, jamás se olvidan de los mayores, y en el Perú de adentro también. Es en Occidente que ocurre, por esa carrera comercial, mercantil...
Con esa frase pensé que se refería a su labor de investigar la música que se ha hecho desde tiempos prehispánicos.
Sí, también. Hay personajes claves en eso. Como los d’Harcourt, franceses que se vinieron por aquí en 1924 y en Perú se quedaron cuatro años y produjeron el libro La música de los incas y sus supervivencias. Y otro personaje fundamental, Garcilaso, que se fue a los 19 años y no volvió por lo que acude más a sus recuerdos y a su formación hispana, formación que no tenía Guamán Poma, pero que sí comprendía los dos mundos en encuentro, en conflicto y controversia. De esos tres he jalado hilos valiosísimos... Sí, de los muertos he tomado escritos, composiciones, interpretaciones, todo lo fundamental.
En el libro usted dice que se siente más músico y que se dedicó a la investigación por la necesidad de difundir nuestra música.
Es un acto responsabilidad. Porque me di cuenta de los vacíos que había, en contraparte de nuestra riqueza cultural, musical, que se barre a todo el continente americano… Sí, asumí la responsabilidad ante los vacíos.
¿El sentido de su labor es dar con eso que llaman identidad, y lo halló en la diversidad, con todas las músicas, sin segregar ninguna?
Hace poco conversaba con Celeste Acosta, hija de Manuel Acosta Ojeda, y me decía, sí, pues, cada región quiere ser diferente a la otra. Dije, ¡qué maravilla, que lo sigan haciendo, pero que también escuchen lo otro y no le tengan miedo! Me parece genial guardar la diferencia, que eso se conserve me parece fundamental. Pero sí creo que nos falta conocer puntos claves. Como darse cuenta de que aquí ha habido música precolombina de altísimo nivel. Es decir, no solo el imperio más grande de América sino que, en lo que se refiere a música, ha habido una calidad, una jerarquía, hasta física porque incluso hay arquitectura acústica... es impresionante. Y ahora gracias a los aportes de Ruth Shady conocemos que había instrumentos desde hace 5 mil años y si uno lo combina con las antaras nazca, las zampoñas moche encontradas en el norte, los sikus del Altiplano, nos lleva a determinar que los instrumentos de viento tenían un desarrollo en el Tahuantinsuyo enorme en comparación a Egipto, Mesopotamia, Grecia, China.
¿Todavía hay conservatorios y académicos que no se abren a lo popular en Perú?
Digamos que mi querido país tan rico, también es el país más conservador de América Latina. Es un proceso que toma tiempo y cuesta mucho, y vamos avanzando de a poquitos. Yo propongo que diferentes universidades como San Marcos, la Decana de América, tenga un gran conservatorio integrador de la música académica occidental, y la de nuestros compositores. Y pido que sepamos donde hemos nacido musicalmente hablando.
¿La música puede ser en el Perú motivo de identidad como la gastronomía?
Hace poco alguien dijo, hay un festival y comeremos patasca, cuy chactado, juanes, otros potajes, se identifican. Pasa que la cocina ha hecho su trabajo… En la música pocos locos hemos hecho algunas cosas, y no solo de la música tradicional sino también de lo que nos llegó, por ejemplo de los 300 años de música religiosa que se hacía aquí, de música cortesana, porque el Perú ha sido el país que mejor ha sabido aprovechar lo que nos vino de afuera, que lo ha traducido, domesticado, a su manera. Ha cogido una pavana del siglo XVI, un minué del siglo XVII, y lo termina haciendo cantar de otra manera, guarda algunos gestos, cadencias, pero le aplica lo suyo. El Perú en ese sentido es una máquina de la cual aún no somos conscientes... Creo que la música tiene una fuerza y no lo iguala nada, y eso lo descubrió el clero, que comprendió la importancia que tenía la música de penetrar al pueblo, por eso se dio tanta importancia a la confección de partituras, en 1600 ya había 300 y picos de músicos trabajando en la Catedral de Cusco, en la Catedral de Lima, en Cajamarca, Arequipa y muchas capillas más produciendo música y haciendo cantar a la gente del Perú en contraposición y en controversia, porque también a escondidas se guardaba a los apus cantando, ¿no?
No conocemos esa riqueza musical.
No nos hemos dado cuenta de que lo precolombino es monstruosamente rico. Y que ante lo que nos llega no podemos jugar al avestruz. Debemos darnos cuenta que La Flor de la Canela, El Cóndor Pasa, las marineras, no existirían sin ello.
No siente que actualmente la clase política se enfrasca en peleas banales y debería dedicarse a la promoción de nuestras músicas.
Tienen que hacerlo… Las vivencias me han enseñado que la música y muchos de los escritos pueden ayudarnos a comprendernos mejor y tomar conciencia de que tenemos un país extraordinariamente rico y que nos enseña, de alguna manera, que hay formas de integrarse y comenzar a conversar, sin colores, y apoyar esto para que vaya adelante, porque este país merece tener muchísima más presencia a nivel mundial. Creo que la música nos puede ayudar a comprendernos mejor y a tener un país mucho más potente.